Salió a pescar con su caña telescópica nueva, su chaleco con miles del bolsillos, sus botas de agua hasta la rodilla y su gorrito con los anzuelos clavados. Todo perfecto, conjuntado y equipado según decía la revista. También el artículo aconsejaba desayunar fuerte. Como estaba en el campo, decidió meterse un par de huevos con chorizo, un generoso zumo de naranja y dos tostadas con aceite a las 6:24 de la mañana. El café se lo tomó al final, con desgana, sólo por la costumbre. Montó abotargado en su súper todo terreno inmaculado. Como iba de pesca pensó que lo mejor era pisar un par de charcos para que el coche pareciera el de un aventurero de verdad. La caña, un último modelo, incorporaba un carrete y un sedal capaces de aguantar la tensión de un pez espada en alta mar.
Se dirigió a los acantilados, con su mochila caqui a juego con los pantalones.Olía a Loewe y los pájaros cuchicheaban desde los nidos. Cuando había terminado de montar su silla plegable de montería y se disponía a colocar el cebo en el anzuelo, se le acercó un paisano con ganas de hablar. Después del buenos días de rigor, el hombre, sin sacar las manos de los bolsillos, le soltó la charla que tenía ganas de soltar desde que había visto a aquel novato desde lejos. Y dijo:
"No ha elegido usted el mejor sitio, desde aquí es fácil que se le enganche el sedal en las ramas de abajo que, aunque no las vea, yo sé que están. Además sopla del noreste y no va poder mandarlo lejos, de hecho se le volverá a las rocas. De todas formas, la marea está baja ¿lo ve? y no hay fondo suficiente. Yo no pescaría hoy, ¿ha visto la espuma de la rompiente? hay mucha, ¿verdad?, pues eso a los peces no les gusta y se van mar adentro. Sobre todo cuando las olas rompen lejos. Debería esperar a que suba la marea y a que el mar deje de estar picado. ¿Qué cebo está poniendo?, ¿gamba?, uy, pues eso en ésta época no les va nada. Lo mejor ahora es la gusana, se pirran por ella... pero hoy..., ya le digo... no es un buen día".
No le hizo caso y comenzó la faena. Habían pasado cuatro horas sin señal de peces y cuando ya se había quedado sin anzuelos decidió darse media vuelta. Antes de llegar a casa cabreado, cogió su móvil con rabia e hizo un par de llamadas.
Al día siguiente, ya lunes en el despacho, hojeaba satisfecho las portadas de todos los diarios: "El director general de pesca cesa fulminantemente a su equipo de asesores al completo".
Asesores como ese yo conozco a unos cuantos.
ResponderEliminarMe preguntaba cómo se podría cesar a los asesores de la vida ajena.
Buen lunes, Sr. Caunedo
P.D.
Me gustó mucho el post. :-)
...cuando te enteres, me llamas...
ResponderEliminarAlgunos asesores son un coñazo.
ResponderEliminarLa descripción del protagonista no tiene desperdicio, has clavado al individuo! y ya cuando lo has colocado encima del acantilado, me he muerto de risa!
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