martes, 27 de noviembre de 2018

EL TESTAMENTO

Lana Turner y James M. Cain
Me cité con mi editora para entregarle la novela que tantos meses llevaba pidiéndome. Puse en sus manos el manuscrito como quien dona el hígado. Alguien que pasaba por allí me reconoció y nos hizo esta fotografía absurda en la que sonrío sin ninguna gana. Sostengo una pluma con la que simulo firmar un contrato, aunque bien podía ser mi última aportación al testamento. Luego compartimos un poco de tarta y sorteamos la habitación en la que lo celebraríamos.

lunes, 19 de noviembre de 2018

DISTRACCIÓN


La biblioteca tenía ese eco sordo que provoca el silencio. Enfrente, al otro lado de la mesa, se sentaba una de su clase, con el libro abierto por la misma página que él. Hacía rato que la miraba. De pronto, ella bostezó. Lo hizo con distracción y naturalidad, relegando para otra ocasión las normas de corrección, sin colocar la mano a modo de pantalla. Vio su lengua rosada, la perfecta alineación de sus muelas y el verde de su chicle. Hasta él llegó la menta de su aliento. Los ojos se le enturbiaron y por un momento brillaron vidriosos. Del bolsillo del vaquero sacó un kleenex y los secó. Dejo la bola arrugada del papel sobre la mesa y siguió estudiando. Pasó de página mientras él seguía en la misma. Y así, tema tras tema.

viernes, 16 de noviembre de 2018

LA PLAYA

Coleccionaba arena de playa. Un frasco de cristal para cada playa, para cada recuerdo, con su nombre escrito con rotulador. Pasaban del centenar cuando decidió darla por terminada. Vació entonces los frascos sobre la moqueta de su biblioteca y se tumbó. Al rato, oyó la sirena de un barco.

viernes, 26 de octubre de 2018

LA VOZ DE MI MADRE

He buscado una cabina telefónica para llamar a casa y pedir permiso a mis padres para volver un poco más tarde y oír la voz de mi madre al decirme que tenga cuidado. Solo eso.

domingo, 21 de octubre de 2018

SE ME VA DE LAS MANOS


Lista de hoy:
Se me va de las manos la barba, el desmadre en el peinado y la ausencia de voluntad para dominarlo. Se me van de las manos las noches en que solo duermo. Se me va de las manos lo que como antes de sentarme a comer. Se me van de las manos los improperios mascullados ante la mala educación. También se me va de las manos mi espíritu diletante y la desgana ante cualquier manual de instrucciones. Se me va de las manos los días que tardo en llamar por teléfono a un amigo y la prontitud con que lo hago ante cualquier reclamación. Se me va de las manos el arroz en la paella. Se me van de las manos los cálculos, las mediciones y los resultados irrefutables. Se me van de las manos los esquemas breves y las historias largas. Se me van de las manos los noes instantáneos en lugar de los síes meditados y, por desgracia, también las palabras que dejo de usar sin remplazarlas.
Se me van de las manos, querido Jorge, los momentos en que, mientras camino solo, me digo que esto se me está yendo de las manos.
Lista dedicada a Jorge Silleras.




sábado, 20 de octubre de 2018

LA GÓTICA

No la conocía de nada. Durante la cena me preguntó dónde me gustaría que depositaran mis cenizas. De lo numerosa que era la asistencia a aquella fiesta, me tuvo que tocar al lado de la gótica. Le dije que en la M-30 para que no me tomara en serio, pero resultó que le caí bien y terminamos bailando, sin que le importara mi total ausencia de sentido del ritmo.

martes, 9 de octubre de 2018

LAURA

Eras la última de la fila. Me dijiste Paula, pero yo entendí Laura. Sonreíste al darte cuenta del error. Quise cambiarte el libro y no me dejaste. Te lo llevaste con un nombre tachado y el tuyo superpuesto. A veces me gusta ser otra, tranquilo, me dijiste. Y, sin más, enfilaste el pasillo entre las sillas camino de la salida. Laura, te llamé, y te giraste.

lunes, 8 de octubre de 2018

EL DIARIO

Miras la pantalla con un cielo estrellado y te ves reflejado entre millones de puntos blancos. Cada noche te miras unos segundos antes de escribir tu diario personal. Piensas, recapitulas lo que ha supuesto para ti el día que concluye, haces balance y sopesas si ha merecido la pena. Después, tecleas y buscas el archivo de tu farsa.

lunes, 24 de septiembre de 2018

El oyente

Cada semana viene al club de lectura y se sienta en la última fila. Suele llegar pronto, incluso a veces el primero, y siempre se coloca al fondo, allí donde sabe que nadie salvo yo reparará en su presencia. Rondará los ochenta. Un día hablé con él y me dijo que solo venía al club para escuchar. “Ya no me queda nada que aportar, así que me dedico a dejar que otros piensen por mí. No tengo ganas de sacar conclusiones, ni mi cabeza está ya lista para ideas brillantes. Haga como si yo no existiera” me pidió, “y eso me hará sentir en el mundo”. Le dije que eso era absurdo, una incoherencia de libro. “¿Ve usted?”, continuó, “ya le dije que no tengo nada razonable que decir. Continúe con su trabajo e ignore que existo”. Y ahí se quedó, mirando al frente y girando el bolígrafo sobre una hoja en blanco. Jamás hemos vuelto a hablar.

viernes, 7 de septiembre de 2018

LA MUJER DE SAN PETERSBURGO


Hace muchos años conocí a una mujer que, tras una crisis existencial, prefirió romper todas sus fotografías antes que quitarse la vida. Tan solo se quedó con una: esta. La tenía expuesta en la librería que regentaba en un barrio exclusivo de San Petersburgo. Cenando en mi hotel me dijo: “Mis fotos son los espejos”. Desde entonces, no he vuelto a saber de ella, aunque la foto, hoy, la he visto en el perfil de Instagram de un desconocido. Sigue en la librería, tan enigmática, rodeada de los mismos estantes y anaqueles. Por un instante he creído verla pasar por la pantalla de mi móvil, desnuda, oliendo a madreselva.

LA BUTACA DE PIEL


A partir de septiembre presento la sección de libros LA BUTACA DE PIEL, incluida dentro del programa DOS HASTA LAS DOS, en Onda Madrid. Encantado con mis dos anfitrionas: Isabel García Regadera y Begoña Tormo.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

LA PASARELA

Coincidimos en un puente. Ella corría hacia mí junto a otros dos muchachos, los tres ocupando la anchura de la pasarela, por lo que tuve que parar, apoyarme en la baranda y dejarles vía libre. El ruido de sus pasos acelerados retumbaba cada vez más fuerte en la estructura de acero. Por debajo, los coches pasaban a toda velocidad. Solo me fijé en ella. Sonreía. Corría y sonreía a la vez. Pensé que yo jamás podría hacerlo sin parecer idiota. Pasaron como si fueran motorizados, haciendo que mi gabardina se bamboleara. Ella casi me rozó; me hubiera gustado que lo hiciera, que me pisara incluso, para que, al menos, se girara para disculparse. Pasó de largo tras la súbita corriente. El ruido desapareció decreciente al fondo. Durante unos segundos miré su estela. Luego ocupé de nuevo el centro del puente y continué mi camino. Eso es todo lo que sé de ella. Pero no necesito más.

domingo, 8 de julio de 2018

EN LA LUNA

8 de julio. Es domingo, creo. Tras la línea del horizonte lunar, la tierra muestra su lado oscuro, nocturno. Pienso en mi familia, en mis amigos, todos seguramente durmiendo, ajenos a que, desde aquí arriba, alguien les observa.
Esta es la vista que tiene Dios. Lo que disfrutaría si existiera.

domingo, 1 de julio de 2018

CADA NOCHE LA ÚLTIMA REPRESENTACIÓN


(Relato publicado en el número 2 de LA GRAN BELLEZA, junio 2018. La gran belleza)

Oigo el murmullo del público mientras va llenando la sala. Estáis ahí detrás, tan solo nos separa una pared de mentira. Miro la hora en mi reloj de atrezo de los años cincuenta. Las agujas no se mueven; llevan meses señalando la misma hora, paradas como mis sueños. Ojalá pudiera detener el tiempo. O quitarme el mecanismo. O recordar lo que eran las expectativas, los objetivos, los anhelos. Me cuesta tragar saliva y pido una botella de agua a un tramoyista. Está fría, demasiado fría. Siento una palmada en la espalda, suave, una especie de caricia de consolación. Me giro. Es mi compañera de escena. Me guiña un ojo mientras se ajusta la peluca, pero no me dice nada. Sabe que a los actores no nos gusta que nos hablen en estos momentos. Sonrío. Falseo una sonrisa con una interpretación soberbia, con una caída de ojos propia de un galán trasnochado, un leve movimiento de cabeza y un sonido gutural apenas audible, una especie de escape que quiere confirmar que estoy bien. La engaño; creo que la engaño. Ella me hace creer que la engaño. Oigo a alguien calentando la voz en el camerino del fondo. Yo ya no caliento la voz antes de salir a escena, simplemente la proyecto hacia el fondo de la sala, hacia la puerta de salida, hacia el punto exacto por donde me gustaría desaparecer. La megafonía del teatro avisa para que se apaguen los teléfonos móviles. Me acuerdo del mío. Lo he dejado sobre la mesa, al lado de la tetera con tisana de valeriana, mi pastillero y un vaso vacío con hielos derretidos y el cadáver ahogado de una rodaja de limón. Nadie me llamará, seguro, todos saben que a estas horas soy otro y nunca estoy. No quiero estar. Oigo el último aviso y percibo como la luz que entra de la platea por debajo del telón va desapareciendo hasta convertirse en oscuridad. Un piloto rojo se enciende. Trago saliva, miro al suelo y no sé si entrar o salir corriendo.

Pienso que os daréis cuenta. Cada noche, antes de salir a escena, pienso que os daréis cuenta. Mi mano tiembla. No es miedo, ni nervios. Tiembla enferma, disfuncional, egoísta e independiente. Mis amigos dicen que, si no me cuido, el temblor irá a más. Y yo a menos.

Dudo si debo salir. Últimamente todo son dudas. Vivo en una duda. No sé cuándo debo parar; no sé cuándo desaparecer. Nadie me dice dónde está la salida de emergencia de la vida. Cada día pospongo el momento en que huya, pensando que tal vez mañana sea mejor. Mi reloj de atrezo marca la misma hora que hace un rato y quiero creer que el tiempo no ha pasado mientras decido. Cada noche me digo que será la última. Escondo la mano en el bolsillo del pantalón, así que solo interpreto la mitad de mi papel. Me miraréis sin ser conscientes de que soy un cincuenta por ciento menos. Puede que mueva el doble la otra mano para compensar. ¿Cuál será la noche elegida para no venir? Esa es mi duda. Hoy estoy aquí, a punto de salir a escena, con mi mano temblando en el bolsillo, sin saber dónde está la raya roja que me impida seguir.

Voy a menos, lo sé, no me importa saberlo. Pero no quiero que el público lo sepa. Que vosotros lo sepáis. Me miro los zapatos de época, acharolados, inmóviles. No quieren moverse.  No sé si salir. ¿Será hoy el día? Siento de nuevo el calor de una mano en mi espalda. Mi compañera me anima a salir. No quiero hablarla por si huelo a ginebra. Creo que ella lo sabe, sabe que he bebido, sabe que cada noche salgo borracho a escena. Lo ve en mi mirada, no en mis ojos; lo escucha en mis silencios, no en mis palabras.

Me he pasado con el perfume. Sé que es un olor fuerte, a madera y sándalo, lo suficientemente fuerte para contrarrestar el otro, el olor a bar, a soledad y miedo. Con la excusa de suavizar la garganta, chupo un caramelo de menta. Me arde la boca. Hay una escena en la que beso a mi compañera. Llevo meses besándola. Un beso al día. El único beso que doy, lo da otro. Igual que los últimos cinco años. Tal vez mi ex mujer haya venido a verme al teatro. La imagino con su nueva pareja entre el público. “Mira, ese de ahí, el borracho, es mi ex”. Puede que salga solo por el beso. Son labios blandos, mullidos y acogedores, parecidos a los de mi ex mujer, pero sin odio. Mi beso diario es un beso de muñeca de látex, sin alma. Mi compañera cierra los ojos mientras me besa, seguro que pensando en otro. Hace bien.

Necesito un trago. Otro. Otro más. Pero el telón sube. Estoy en el centro del escenario. Solo. Debo dejar que mi personaje me posea y ocupe mi lugar, dejar de ser yo para ser otro. Debajo de la chaqueta siento como el sudor empapa la camisa. En el tercer acto tendré que quitármela y resultaré patético. Me la dejaré puesta. El telón está arriba y un foco de luz tenue me ilumina poco a poco. Veo los rostros pálidos de público. Me miráis expectantes. Inspiro, controlo la respiración, guardo el temblor de mi mano en el bolsillo y comienzo a vivir la vida de otro. Dos horas en las que dejo de beber. Tengo la voz gastada, maltratada, pero aún tiene la fuerza suficiente como para resultar creíble. Esperáis que hable, impacientes por saber si hoy será el día que me rompa. Dicen que soy un actor creíble, de esos que transmiten emociones. Mis besos parecen reales. Lo son. Todo es falso menos el beso.

La ginebra recorre mi cuerpo al ritmo del corazón; latidos de alcohol que me mantienen en pie sobre las tablas. Ya no puedo salir sobrio. Me maquillo para salir. Lo bueno que tiene el teatro es que no hay primeros planos como en el cine. Otros calientan la voz; yo disimulo evidencias. El espejo de mi camerino está rodeado de bombillas apagadas.

Ahí estáis, mirándome, esperando que hable. Me tomo mi tiempo siguiendo las indicaciones del director en los ensayos. Un minuto en silencio mientras nos miramos. Mi personaje os reta. Yo no puedo hacerlo; él sí. Os regalo mi último papel, mi última representación. ¿De verdad será la última? Veo al fondo la luz verde que indica la salida. No parpadeo, así que los ojos lagrimean. La cobardía me obliga a posponer mi huida.

Otra noche más que me quedo. ¿Cuándo os daréis cuenta de que estoy acabado?


jueves, 17 de mayo de 2018

UNA VIDA


Se conocieron en E.G.B., se enamoraron en B.U.P., y se casaron cuando ambos aprobaron una oposición: él de profesor de historia y ella de policía. Ese era el resumen de su vida; nada más. No conocieron otra cosa. “Nos queremos porque somos muy diferentes”, le dijo ella mientras lanzaba una moneda a la fuente durante su viaje de novios. “Si fuéramos iguales terminaríamos por odiarnos”.
Jamás volvieron a Roma.

viernes, 4 de mayo de 2018

NOCTURNO DE BAGDASARIAN

Obra: Jeremy Geddes
Ha decidido hacerlo. Al final lo ha hecho. Pensé que no sería capaz, que solo los cobardes desaparecen sin encarar las adversidades. Nuestro aislamiento ha podido con él y me ha dejado solo. Seis meses nos quedan por delante hasta el regreso y él ha preferido abandonar. Le veo flotar a través de la escotilla, con la infinitud del universo como destino. Se ha engalanado con una hiedra del laboratorio para simbolizar su alegría. Parece despedirse con la mano alzada. O tal vez dirigir una orquesta. “SAMMY, pon su música. El nocturno de Bagdasarian es su favorito. Gracias SAMMY”. Gira ahí fuera, tal vez baile mientras sonríe oculto tras el espejo del casco. O puede que llore. Se aleja mientras la última nota, eterna y melancólica, se funde con él y desaparecen.

miércoles, 4 de abril de 2018

ESE CULO

La cama los esperaba. Mientras ella se cepillaba los dientes frente al espejo, él levitaba emocionado por la habitación. Estaba pletórico. Ella salió del baño. Se cruzaron y él le dio una palmada en el culo. No la sintió. O puede que sí, pero prefirió ignorarla. Tenía el culo duro, más que él. Se giró para mirarlo y sintió ganas de morderlo.

miércoles, 14 de marzo de 2018

ME GUSTA/ NO ME GUSTA (otro más)


Me gusta el sonido al descorchar una botella de vino. Me gusta dejar recuerdos en los libros que he leído. Siento debilidad por el chocolate negro con menta. Flaqueo cuando una mujer me sonríe. Me gusta que un pájaro rompa el silencio del bosque; solo uno. Me enternece la mirada de mi perra. Me gustan las voces roncas y gastadas, de ellos y de ellas, las trompetas con sordina y los coches sin claxon. Me gusta la piel del interior de tus muslos. Me gusta caminar por casa mientras me cepillo los dientes. Me gustan los pianos sin cerradura en la tapa y las ventanas con vistas a ninguna parte.

No me gustan los yogures con tropezones, los árboles recién podados y las rosas sin espinas. No me gustan las chimeneas de mentira; odio las chimeneas de mentira. No me gusta el temblor de manos de mi padre. No me gustan las mujeres demasiado peinadas, ni los paraguas de los chinos. Me aburren las sagas, las series, las segundas partes y los finales abiertos. No soporto la guinda de la tarta. No me gusta llorar en público. Odio que me pidan que baile o que cante, suplicar besos y cocinar para muchos.

lunes, 12 de marzo de 2018

YO Y LO QUE SALE DESPUÉS


Soy ese que no ve el charco cuando camina. No veo el charco, sino el cielo que refleja. Soy un iluso, un prófugo de esta vida buscando otra. Si me miro desde fuera veo a un tipo absurdo y contradictorio. Me conformo con poco, así que soy asequible y cercano, aunque tiendo al aislamiento. Yo me siento independiente, aunque a veces peco de autismo asocial.
Vivo en otredad, con la duda diaria de cómo me levantaré. Me veo reflejado en un poliedro de espejos. Un ente, un alien...yo no soy yo, sino lo que los demás ven en mí. Soy un electrocardiograma, un rayo en la tormenta, un ziz zag, un siete en el pantalón, un tipo nada recto, ni lineal. Variable, voluble, complejo y silencioso. Hablar de mí me confunde, así que no creas nada de lo que te acabo de contar.

miércoles, 7 de marzo de 2018

LA PERSPECTIVA DE LA BELLEZA


Hace frío. La nieve se acumula en la base de los muros de piedra orientados al norte. Los carámbanos cuelgan del alero como sables a punto de caer. El viento gélido busca cobijo intentando infiltrarse bajo su bufanda. Se para frente a la casa, esa casa a la que no entra desde que ella se fue, y nota como una lágrima se congela en su pómulo.
Enio vive en la ciudad y cada sábado llega hasta ese lugar perdido en la montaña donde los dos rehabilitaron un pajar para convertirlo en su refugio. Siempre se acerca con temor. Sus huellas quedan hundidas en la nieve detrás de él llegando hasta el todo terreno del que acaba de salir. Plantado allí, con las manos en los bolsillos del abrigo y los hombros encogidos, mira la puerta de doble hoja que ambos rescataron de un derrumbe. Recuerda el esmero con que ella la restauró, manteniendo la cerradura original, tan antigua que ya no se hacen llaves que la hagan revivir. La dejaron de adorno, solo por estética. “Porque es bonita”, dijo ella, “solo por eso”.
Enio avanza, hunde los pies en la nieve virgen, y se agacha para mirar por la cerradura, como cada sábado desde que ella se fue.
Me gusta el mar desde la costa, pero no me gusta navegar. Suelo venir por las tardes a los acantilados, con mi libro y mis ganas de evasión. Hoy hemos venido todos: Sofía, yo y los niños. Los oigo detrás de mí, reír, gritar, llamarse. Me gusta escuchar sus voces mientras miro el mar. Las olas rugen abajo estallando contra la roca. Aquí arriba, el sol tiñe de naranja mi camisa de lino blanco, abierta y descuidada. El atardecer es ese momento en que la vida para por unos segundos y la belleza lo pinta todo de colores, hasta los sueños.
Sofía sabe que me gusta ese momento y se sienta a mi lado para compartirlo. Su pierna se apoya en la mía y siento como su calor traspasa la tela de mi pantalón. La miro. Se aparta un mechón de pelo que el viento le ha pegado a los labios y se lo coloca detrás de la oreja, para que al instante vuelva a soltarse.
“Qué bonito es esto”, dice. Para Sofía todo es bonito. Lo que creo es que no ve lo feo; o no quiere verlo. Los dos miramos a lo lejos, a la línea del horizonte donde un barco pesquero acaba de encender una luz. “¿Te gustaría estar en ese barco?”, le pregunto. Lo piensa un rato. “No”, dice por fin, “me gusta si solo lo miro desde lejos. Seguro que el marinero mira a los acantilados aturdido por su belleza a esta hora. Tal vez nos vea a nosotros y nos envidie”.
La belleza es perspectiva, pienso. “Tomar distancia embellece”, le digo, “solo quiero tenerte cerca a ti”.
Siempre me han gustado las manos de Sofía cuando se juntan con las mías. Y sus labios. De cerca; tan cerca que no los puedo ver, solo sentir. Con Sofía las distancias siempre tienen que ser cortas, al contario que los barcos. Me gusta el olor de la crema de cuerpo cuando se mete en la cama, el orden de su armario y cómo se le achinan los ojos cuando sonríe. Ahora calla, solo contempla la belleza del mar. Ambos sentimos que nos nutrimos de ella; es la energía positiva de lo bello. Una gaviota traza una línea frente a nosotros, partiendo la imagen en dos. El sol se va, y nosotros con él.
Sofía se levanta primero, se sacude las briznas de hierba seca de sus vaqueros, y me ayuda a levantarme. No lo necesito, pero me gusta que me ayude porque así puedo abrazarla. Los niños nos ven y vienen hacia nosotros. El pequeño se abraza a mi pierna. El mayor ya nos abarca a los dos, a Sofía y a mí. Cómo pasa el tiempo.
Y es así como me imagino la felicidad: el momento sublime en que todo es eso y nada más que eso. Nosotros y lo bello.
 Le falta el aire y se separa de la cerradura. Se incorpora con la rapidez que le permiten sus achaques. Es incapaz de seguir mirando por hoy; volverá el sábado que viene. Tal vez lo haga con sus nietos. Le gustaría que conocieran a su abuela, que vieran su sonrisa y que la dijeran que, aunque no la hayan conocido, la echan de menos. Como él.
La belleza es una cuestión de perspectiva, piensa, de distancia, pero tú estás demasiado lejos. Quisiera abrir esa puerta y quedarme contigo. Después, se da la vuelta despacio y, pisando sobre sus huellas en la nieve, vuelve al coche y se aleja carretera abajo.

LEMMY

Al poco tiempo de mi llamada de emergencia, llegó caminando por el andén un tipo joven, flaco, alto y desgarbado, con el uniforme gris dos tallas por encima de la suya. Desmadejado en el andar, parecía de todo menos guardia jurado. Su imagen no imponía autoridad, por mucha porra que llevara. Lucía coleta hasta media espalda, sujeta con una goma, y patillas, tan largas que empalmaban con el bigote, haciendo una curvatura sinuosa y simétrica en la cara. La barbilla, libre de pelo, resaltaba por su color rosáceo. Tenía los ojos pequeños, chisposos, como recién fumados.
Tras ayudarme a poner la denuncia del robo, le invité a tomar un café. Resulto ser muy hablador, de esos que cogen confianza a los dos minutos. Me dijo que estaba cansado de su trabajo
─Soy segurata porque no me queda otra. En realidad, toco el bajo en un grupo, pero de momento no hemos cuajado ─dijo mientras se desabrochaba dos botones de la camisa para dejar ver una camiseta negra de los Motorhead─. Cada día, cuando vengo a currar, lo único que quiero es que acabe la jornada sin líos para irme a tocar.

miércoles, 28 de febrero de 2018

Club Bernhard

Por fin, mi admirado e idolatrado Thomas Bernhard... Será el día 22. Es un autor que se disfruta más en invierno. El gris marengo pegado a tu ventana, premonitorio de una tarde de lluvia, es el fondo ideal para adentrarse en su mundo. Hoy es ese día.

martes, 20 de febrero de 2018

EL SECRETO

"Jugaba con las migas de la mesa solo por disimular, pero ambos sabían que un secreto es un mal compañero de viaje. Suele ser inoportuno, terco, intransigente en la negociación y sutilmente venenoso; no mata, pero aturde. Incluso, a veces, te anula".
web de Rafael Caunedo

EN EL CAFÉ

Foto: Ladyclever

Era guapa, con encanto más bien, de ese tipo de mujeres que empeoran al maquillarse. Infantil en el trato, aunque madura en sus reflexiones. Cuando salí del café, se quedó leyendo una revista, lo que me hizo suponer que no dejé huella en ella. Me giré un par de veces antes de llegar a mi coche, pero nada...
web de Rafael Caunedo