lunes, 24 de septiembre de 2018

El oyente

Cada semana viene al club de lectura y se sienta en la última fila. Suele llegar pronto, incluso a veces el primero, y siempre se coloca al fondo, allí donde sabe que nadie salvo yo reparará en su presencia. Rondará los ochenta. Un día hablé con él y me dijo que solo venía al club para escuchar. “Ya no me queda nada que aportar, así que me dedico a dejar que otros piensen por mí. No tengo ganas de sacar conclusiones, ni mi cabeza está ya lista para ideas brillantes. Haga como si yo no existiera” me pidió, “y eso me hará sentir en el mundo”. Le dije que eso era absurdo, una incoherencia de libro. “¿Ve usted?”, continuó, “ya le dije que no tengo nada razonable que decir. Continúe con su trabajo e ignore que existo”. Y ahí se quedó, mirando al frente y girando el bolígrafo sobre una hoja en blanco. Jamás hemos vuelto a hablar.

viernes, 7 de septiembre de 2018

LA MUJER DE SAN PETERSBURGO


Hace muchos años conocí a una mujer que, tras una crisis existencial, prefirió romper todas sus fotografías antes que quitarse la vida. Tan solo se quedó con una: esta. La tenía expuesta en la librería que regentaba en un barrio exclusivo de San Petersburgo. Cenando en mi hotel me dijo: “Mis fotos son los espejos”. Desde entonces, no he vuelto a saber de ella, aunque la foto, hoy, la he visto en el perfil de Instagram de un desconocido. Sigue en la librería, tan enigmática, rodeada de los mismos estantes y anaqueles. Por un instante he creído verla pasar por la pantalla de mi móvil, desnuda, oliendo a madreselva.

LA BUTACA DE PIEL


A partir de septiembre presento la sección de libros LA BUTACA DE PIEL, incluida dentro del programa DOS HASTA LAS DOS, en Onda Madrid. Encantado con mis dos anfitrionas: Isabel García Regadera y Begoña Tormo.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

LA PASARELA

Coincidimos en un puente. Ella corría hacia mí junto a otros dos muchachos, los tres ocupando la anchura de la pasarela, por lo que tuve que parar, apoyarme en la baranda y dejarles vía libre. El ruido de sus pasos acelerados retumbaba cada vez más fuerte en la estructura de acero. Por debajo, los coches pasaban a toda velocidad. Solo me fijé en ella. Sonreía. Corría y sonreía a la vez. Pensé que yo jamás podría hacerlo sin parecer idiota. Pasaron como si fueran motorizados, haciendo que mi gabardina se bamboleara. Ella casi me rozó; me hubiera gustado que lo hiciera, que me pisara incluso, para que, al menos, se girara para disculparse. Pasó de largo tras la súbita corriente. El ruido desapareció decreciente al fondo. Durante unos segundos miré su estela. Luego ocupé de nuevo el centro del puente y continué mi camino. Eso es todo lo que sé de ella. Pero no necesito más.