miércoles, 29 de febrero de 2012

EL 'BUEN ROLLO' DE LA CASA DE AL LADO.


Artículo publicado en CULTURAMAS. Febrero 2012.

Que hay casas que tienen ‘buen rollo’ lo descubrió Silvia cuando tan sólo tenía siete años. No hacía falta ninguna excusa por muy rebuscada que fuera para que cada tarde se pasara a la casa de los vecinos. No es que se aburriera por ser hija única, o que los padres de Marta, su vecina, fueran más divertidos que los suyos. No. Era la casa. Tenía las mismas habitaciones que la suya, igual distribución e idénticas vistas. No sé dónde escuchó Silvia la expresión ‘buen rollo’; tampoco sabría explicar, ni ella ni yo, lo que significa, pero hubo un día en que la soltó durante la cena. ¿Sabéis?, les dijo a sus padres, la casa de los vecinos da ‘buen rollo’.
Hablaron del tema en la cama después de que la niña se acostara. De manera indirecta, su hija les había venido a decir que prefería la casa de al lado. En el silencio de la noche, tumbados en la cama, analizaban su estupenda habitación amueblada al detalle según el consejo de un decorador. Nada habían añadido desde el día en que aquel profesional de la megamodernidad dio por terminado su trabajo. No tuvieron duda en contratar sus servicios en cuanto compraron la casa. Fue un trabajo integral y sin limitaciones. Haz lo que quieras, le dijeron depositando toda su confianza. Así fue entonces como aquel chalet se convirtió en un santuario de la vanguardia. De hecho, hay muebles cuya utilidad está aún por descubrir, como aquella butaca en forma de huevo cuya precaria estabilidad ha hecho que sea desterrada al hueco de la escalera, allí donde a nadie se le ocurriría sentarse.
Silvia, en cuanto terminaba los deberes, saltaba la valla del jardín y se pasaba a la casa de los vecinos para no volver hasta que su padre iba a buscarla. Se pasaba la tarde persiguiendo a Marta disfrazada de flamenca, pintando con las manos tumbada en el suelo del salón o jugando al escondite. Silvia decía que en su casa no había sitio para esconderse. A petición de sus padres, un día lo intentaron, pero desistieron al no encontrar nada con que entretenerse. Y eso que el suelo es el idóneo para patinar si corres con los calcetines puestos.
Algo fallaba. Sería la sobriedad del diseño exagerado o la impersonalidad del ambiente. Ni siquiera su habitación había quedado fuera de los tentáculos de aquel decorador de las gafas de concha. Para Silvia, su habitación tenía el mismo encanto que la consulta de su pediatra. Cuando estaba en la de Marta, parecía que su imaginación se activaba. ¿Sería eso lo que llaman ‘buen rollo’?
Sus padres llevan ahora unos cuantos días valorando la situación. Hoy, para darle una sorpresa a Silvia, han encargado una cama de princesas. Tardarán en acostumbrarse a ese tono rosa tan petardo, lo sé por experiencia, pero les aseguro que la sonrisa de su hija les facilitará el proceso. Poco a poco.

lunes, 27 de febrero de 2012

A CABALLO PERDEDOR



...J.L. jugaba al ajedrez contra sí mismo y siempre perdía... Su psiquiatra le aconsejó ponerse del lado ganador al menos por una vez, pero no lo consiguió hasta que le subió la dosis de los antidepresivos...

viernes, 24 de febrero de 2012

LA MUJER DE MI VIDA III

La conocí en la fiesta de un amigo que celebraba su cuarenta cumpleaños como soltero. Había organizado una comida en su casa para mucha gente. Yo llegué de los últimos. Entré en el jardín con la prevención de quien no se siente seguro; nunca me gustaron las multitudes ruidosas ni el exceso de jovialidad. De pronto la vi. Salía de la piscina por la escalerilla, a cámara lenta. Y yo allí, con mi copa de vino, dando vueltas en la boca  a un pipo de aceituna, sin poder parar de mirarla. Luego me la presentaron. Se pasó todo el tiempo que hablamos tan sólo con un pareo y una sonrisa preciosa. Al llegar el aviso para comer, se metió en el vestuario. A los diez minutos salió vestida y no pude por menos que decepcionarme. ¿Cómo es posible que se pintara los labios antes de empezar con una parrillada argentina? Una lástima, pensé mientras se acercaba, pero ésta tampoco va a ser la mujer de mi vida.

miércoles, 22 de febrero de 2012

LOS SMITHS Y MI NOVIA FUGAZ

Me enamoré de ella en un concierto de los Smiths, allá los años, en el paseo de Camoens. Eran las diez y trece de la noche cuando una avalancha la trajo hacia mí. Nos reímos, bailamos y nos besamos. Eran las seis cuarenta y siete de la mañana cuando nuestros taxis se separaron.
Al día siguiente la llamé. Aún hoy, pasados ventitantos años, conservo el billete de metro donde me apuntó su número de teléfono falso.

lunes, 20 de febrero de 2012

EL GLOBO

La primera vez que monté en globo no despegué los pies del suelo, al menos físicamente. Fue a los nueve años, en el bautizo de algún primo, cuando, aprovechando un descuido de mi abuelo, me bebí de un trago su copa de anís. Fui el protagonista de la velada. Terminé en urgencias. Desde entonces, ando buscando aquella sensación y no logro encontrarla. Lo más cerca que he estado ha sido hoy mismo, esta mañana, cuando he conocido a la nueva pastelera que se ha instalado en mi calle.

martes, 14 de febrero de 2012

LAS KATIUSKAS

...en el cine y la literatura, las chimeneas siempre han servido para ser testigos de tórridos encuentros amorosos... sin embargo, yo no logro olvidarme de mis dos botas katiuskas derretidas cuando de niño las acerqué demasiado para que se secaran... creo que aquello me dejó huella..

EL MINIMALISMO DE M.H.


Artículo para CULTURAMAS. Febrero 2012

M.H. dice ahora que es minimalista, y a ello se lleva dedicando desde hace meses. Presume de tener ‘poco de todo’, incluidos los malos recuerdos. Según él, lo negativo abulta mucho, de suerte que ha desarrollado una técnica por la que es capaz de desterrar lo insano de su cabeza. Más de una vez le he pedido que me la explique, pero dice que todavía no estoy preparado, aunque nunca me justifica los motivos.
Su minimalismo lo hace parecer diferente a los demás, no sólo por la escasez de vestuario, monocromático y funcional, sino también porque cree vivir sin dependencias. Para M.H., los objetos generan dependencia. Me achaca que compro cosas innecesarias y que la mayoría de las veces lo hago inducido por la propia sociedad y por la publicidad. Se reconoce detractor de la teoría del “me voy a dar un capricho”. Para él, los caprichos muestran la debilidad humana y su insensatez. A veces, pienso que se trata de una pose. El caso es que vive solo en una casa indepeniente, no muy grande pero bien distribuida, rodeada de un jardín sin árboles. Apenas tiene muebles, no sé si por convicción minimalista o porque se los quedó su mujer después del divorcio. Es una casa impersonal, como un hotel de hormigón.
A M.H. no le gustan las fotos, odia los marquitos con fotos. Su cabeza ha dejado de estar diseñada para las fotos. Las paredes están desnudas, tan blancas y lisas como su obscena voluntad de olvidar todo. Así, de la casa familiar no conserva nada. La gente guarda muebles horribles sólo por emotividad, me explica, sin saber que la emotividad sólo sirve para almacenar polvo y mugre. Él se siente mejor rodeado de espacios diáfanos, asépticos. Por eso en su casa siempre tengo la sensación de frío.
Todo para él es prescindible, por eso me sorprendo cuando no veo libros. Después del divorcio, los regaló todos a la biblioteca del pueblo. En su lugar me enseñó un e-reader. Mira, mi nueva biblioteca.
M.H. dice que deberíamos deshacernos de muchas cosas. Hoy estoy en casa con gripe, y con 39 grados he ido paseando en busca de algo que tirar. Es verdad que es una casa un poco caótica. Los niños no son un prodigio de orden y sus habitaciones parecen las de potenciales enfermos del síndrome de Diógenes. Son niños. Cromos, lápices mordidos, el cargador de la Nintendo enchufado pero sin la Nintendo, la escalera de la litera en equilibrio precario, la lámpara de leer torcida y pintada… hay miles de hojas pintarrajeadas, pero la verdad es que no quiero tirar nada. Por el salón hay fotos en blanco y negro, cojines mordidos por el perro, un piano con la afinación pendiente y huellas de Nocilla en la pantalla de la tele. En fin, una casa con vida. Pienso en M.H. y me da un poco de pena, tal vez porque parece vivir en una nevera. Será que siento rechazo ante los fanatismos, pero nunca me he movido bien en los extremos.

viernes, 10 de febrero de 2012

CON FLORES AL CUELLO

H.M. tenía fijación por George Moustaki desde pequeño, así que no es de extrañar que haya terminado imitándole en todo. Empezó cantando sus canciones y últimamente se presentaba en el trabajo totalmente vestido de lino blanco. Además, su obsesión es tal, que se ha dejado el pelo y la barba igual que su idolatrado modelo. H.M. era cajero en un banco y a diario se presentaba con su guitarra en bandolera y sus sandalias. Verle detrás de la ventanilla me daba buen rollo, siempre sonriente con su collar de flores al cuello. Hoy me he enterado que le han echado por no dar la imagen corporativa. En su lugar, me ha atendido un tipo gris con caspa en los hombros. Hace lo mismo que el otro pero no es lo mismo. Como últimamente yo también estoy algo Moustaki, he decidido dar de baja todas mis domiciliaciones y cambiar de banco.

martes, 7 de febrero de 2012

LA INFLUENCIA DEL DISEÑO EN LA VIDA DE ARTURO GUERLAIN


Artículo para CULTURAMAS. Febrero 2012

LA INFLUENCIA DEL DISEÑO EN LA VIDA DE ARTURO GUERLAIN
El abuelo de Arturo Guerlain era francés y dentista, dos rasgos que marcarían su vida y la de sus descendientes. Un día apareció en su consulta parisina una barcelonesa con porte y distinción mediterránea, hija de un diplomático. La casualidad hizo que se sentara en la butaca Barcelona  que, con protagonismo absoluto, presidía la sala de espera justo debajo de un grabado de Picasso. Las tres formaban la santísima trinidad de la belleza, tres obras de arte acopladas en espacio y tiempo para que, indefectiblemente, el dentista quedara locamente enamorado.
Se casaron a los pocos meses y al año se fueron a vivir a Barcelona. Nació allí el  padre de Arturo Guerlain, un niño que ya apuntaba maneras desde pequeño jugando todo el santo día a empastar muelas imaginarias en las muñecas de sus hermanas. Fue un dentista famoso en la ciudad y en su sala de espera, como no, también destacaba la famosa butaca que Ludwig Mies Van Der Rohe diseñara en 1929, justo debajo del grabado de Picasso. 
Un día, una joven madrileña sufrió un percance en la boca mientras pasaba unos días en Barcelona. Sentada en la butaca, iluminada por la luz de un foco direccional y escoltada por Picasso, pasaba las hojas de un diario. El dentista, al verla, quedo definitivamente prendado de su belleza y la invitó a cenar mientras ella aún estaba anestesiada. Aceptó. A los dos años se casaron en Madrid y tuvieron dos hijos.
Uno de ellos es Arturo Guerlain, mi dentista y amigo. 
Ayer estaba sentado en la sala de espera de su consulta. Frente a mí estaba la butaca Barcelona, con su cuero blanco desgastado y su clásico capitoné que tan popular la ha hecho. El acero cromo de sus aspas ha perdido brillo, pero no encanto, y sus exquisitas líneas combinan a la perfección con la maravillosa locura del trazo picassiano. Más de una vez, Arturo me ha contado la historia de aquella butaca y de la influencia que ha tenido en la vida de su familia. Mientras la miraba imaginando su periplo por Alemania, París, Barcelona y Madrid, una joven de rasgos asiáticos de veintitantos años entró en la sala. Primero dudó entre el mullido sofá o la tentación de Van Der Rohe. En esos segundos de vacilación, se me ocurrió pensar que el futuro del apellido Guerlain dependía de aquella decisión. Por fin, tras valorarlo mucho, se sentó.
Estoy convencido que en unos meses, aquella butaca estará en la sala de espera de una consulta en Tokio.

LA MADRE DE MI NOVIA

A veces tengo alucinaciones. Mi amigo A.C. dice que son tonterías, pero yo sé que no. Ayer mismo, sin ir más lejos, miraba a la madre de mi novia mientras tomaba el sol en su piscina. Son los cuarenta y tres años   mejor llevados que conozco. Pero fue aparecer mi novia por el jardín, y su madre se convirtió en iguana. Yo creo que me hace budú o algo así; me tiene poseído y me da miedo confesarla que ya no me gusta, y que si voy a su casa es por ver a su madre embadurnarse de crema. No sé qué hacer.

viernes, 3 de febrero de 2012

LA PRESENTADORA DEL TELEDIARIO


Es la presentadora de telediarios más guapa de la historia de los telediarios. Estoy perdidamente enamorado de ella y, además, va al mismo gimnasio que yo. Mientras yo babeo, ella corre en la cinta. Cada viernes, en el spa, cierra los ojos entre vapores y burbujas y yo me dedico a ingeniar la manera menos forzada de hablar con ella. 
Así llevaba meses hasta que la semana pasada ocurrió por fin. Fue sólo una frase, tan solo una pregunta mientras me ponía la mano en el pecho desnudo. Fue en el jacuzzi. Quise compartirlo con ella, y tanta era mi emoción de encontrar hueco a su lado, que al subir el escalón que lo precede, pisé mal y me caí. No fue una buena caída, la verdad. Me partí la cadera, pero mereció la pena. Ella salió del agua la primera y me miró con cara de presentadora. "¿Estás bien?" Ahora sí, pensé antes de darme cuenta de que no podía moverme.
Llevo una semana en el hospital y hoy he visto su telediario. Estaré una temporada sin verla en persona. Al menos me queda el consuelo de haberla servido para incluir un reportaje sobre accidentes domésticos y caídas absurdas. Creo que mientras sonríe piensa en mí.