lunes, 30 de junio de 2014

UN SIMPLE MAIL



De:tuatua.francia@tuatua.fr 
Para: direccion.esm@esm.es

Asunto: Un favor importante.

Estimada Mercedes, parece que fue ayer, pero ya han pasado dos años desde que coincidimos en el festival de Lucerna. No deberíamos abandonarnos tanto. Te cuento. He recibido esta mañana una llamada de un amigo, agente de un compositor, uno de los grandes. Su representado ha sufrido un percance y necesita un asistente temporal. Pensarás ¿por qué me lo pide a mí? Claro, te explico. Este hombre va a pasar tres meses en España, los tres de verano, trabajando con solecillo, ya sabes, y me han pedido que busque candidatos para que le ayuden. Se me ocurrió que en tu centro podrías encontrar alguien que cuadrara con lo que piden. Están buscando alguien discreto y con amplios conocimientos musicales, dispuesto a pasar tres meses fuera de su casa y con dedicación exclusiva. De verdad, Mercedes, es uno de los top, y no le vale cualquiera. También es importante que hable perfectamente el francés. En caso de que ya tengas alguien en mente, te ruego me llames para darte todos los detalles. Espero nos veamos pronto. Besos.

SE ACABÓ, Editorial Última línea
A veces, un simple mail lo cambia todo.

jueves, 19 de junio de 2014

EL OTRO FINAL DE... UN LUGAR DONDE QUEDARSE


¿Te imaginas a Robert Smith, el de los Cure, haciendo la compra en el Alcampo de La Vaguada? Yo sí.Si vas a Dublín puede que algún sábado coincidas con Cheyenne mientras eliges las pizzas congeladas. Sigue aquí...

martes, 10 de junio de 2014

PETRA





Siempre la vi de rodillas, sumisa, desvalida, con un trapo gris en la mano empapado en lejía capaz de eliminar el brillo de los mármoles, dejando en un triste mate el lustre del pulidor. Jamás soportó la mirada directa, por lo que solía responder al saludo inclinando la cabeza y apartándose a un lado del escalón para dejarme pasar. Mi maletín de piel marroquí pasaba a su lado sin tocarla, manteniendo las distancias, receloso de que la lejía pudiera decolorarlo. A veces, muy pocas veces, me contestaba con un susurro. Tenía la voz gastada, áspera, como de cantante negra; o de blanca enferma.
Nunca hablé con ella. No sabría qué haberla dicho; tal vez tuviera cierta prevención ante lo que ella pudiera decirme. La suponía triste, al borde de la desesperación, incapaz de transmitir júbilo ni satisfacción alguna, por lo que mi egoísmo me impedía el trato. Yo, en mi altivez, evitaba relacionarme con personas incapaces de sonreír, aunque fueran sonrisas tan falsas como las de mis vecinos, con quienes sí me paraba a conversar sobre banalidades.
Hasta que llegó el juez para autorizar el levantamiento del cadáver, Petra estuvo entre el segundo y el tercero, recostada en la escalera. Dicen que no parecía muerta, tan sólo dormida. Tal vez el agotamiento era tal que, de puro cansancio, se murió soñando. En la mano apretaba su trapo, como si quisiera mantenerlo con ella allá donde fuera, segura de que habría mármoles que limpiar.
Cuando me avisaron de lo ocurrido, no quise bajar a verla. Me quedé en casa, sin ganas de salir, encerrado en aquel domingo donde sólo los desgraciados tenían que trabajar. Me pasé el día oyendo noticias en la radio, intentando no pensar en ésa vida desperdiciada. La muerte de Petra, tan joven y tan vieja a la vez, me conmocionó.
Me dijeron que en el delantal llevaba el recorte de prensa que le hizo famosa en su barrio durante un día. Bajo el titular “Tragedia en Cuatro Caminos”, estaba su foto junto a sus hijos, ambos huyendo de la llamada del periodista para que posaran, atemorizados al ser testigos de cómo su casa se deshacía envuelta en llamas, con su padre dentro.
* * *

Han pasado cuarenta años de aquello. Rafael y Francisco han venido hoy a verme a la residencia. Es mi cumpleaños. Sus hijos, que me llaman abuelo, me han comprado un sombrero de fieltro verde. Mientras los niños juegan por el jardín, los mayores hemos rezado en el solarium, como siempre hacemos, cogidos de las manos, acordándonos de su madre.