miércoles, 18 de marzo de 2015

LA CONCIENCIA


¿Pero qué había ocurrido? Nada. Y sin embargo, mucho. Por un lado se quería convencer a sí misma de que no tenía nada de lo que lamentarse puesto que nada ocurrió, pero por otro se arrepentía de haber deseado con todas sus fuerzas que ocurriera. Eso le hacía sentirse culpable.

jueves, 12 de marzo de 2015

CRAM

 
Mi trabajo consiste en decirle a la gente que se va a morir y quedarme con ellos hasta el final.
A mediados del siglo XXI la Unión Europea creo el CRAM (Cuerpo de robots de asistencia al moribundo). La idea surgió en la década de los años veinte, en la que aún se arrastraban las consecuencias de los recortes de sanidad provocados por la gran crisis de principios de siglo. La propuesta nació en España, donde, tras la abolición de lo que se llamó Ley de Dependencia, miles de ciudadanos se vieron de pronto incapaces de sobrellevar la enfermedad sin nuestra ayuda.
En principio fui creado como robot de compañía. Básicamente debía entretener a la alta sociedad durante las largas jornadas invernales en las que la nieve ácida impide salir a la calle. Mi conversación y mis dotes como cocinero me hacían indispensable durante el invierno. También, como servicio extra, podía mantener relaciones sexuales a un precio más económico y con menos riesgo que con los SHS (Sexual Human Service), una compañía americana de prostitución que opera a nivel global. Luego, con el tiempo, me han reconvertido en acompañante de personas en estado terminal, dado que el departamento de asistentes del Ministerio de Sanidad fue cerrado tras las elecciones de 2021.
No me gusta mi trabajo. Sé que soy una máquina y que no estoy diseñado para sentir emociones. No las tengo, no se engañen, pero a fuerza de ver morir a mucha gente, uno se hace preguntas. Ayer murió mi último servicio. Lo llaman servicio para despersonalizar la relación, una manera como otra cualquiera de evitar la empatía. El Estado tiene miedo de que los CRAM lleguemos a sentir lástima por los terminales. Se llamaba Joanna. Con treinta años le detectaron el “síndrome de invierno”, una degeneración neuronal muy común provocada por los meses de aislamiento en entornos insalubres. La imparable sucesión de desahucios provoca el hacinamiento en grandes hangares donde las condiciones higiénicas generan todo tipo de enfermedades.
Y es aquí donde se requiere nuestra ayuda, dado que mucha gente no tiene familia, o, si la tiene, está lejos y no puede viajar durante los seis meses de frío. Ayer, Joanna me dijo que echaba de menos la primavera. La conoció de niña. Con los ojos cerrados me habló del olor de las flores. “Es muy difícil explicar los olores”, me dijo, “quiero volver a sentirlos”. La miré mientras evocaba su niñez y me hablaba de sus padres, muertos también por el síndrome. De pronto, mirándome fijamente a las membranas de captación de imágenes, me dijo: “Llévame con ellos”.
Pensarán que un robot no es capaz de hacer algo así, que no tengo capacidad de decisión y que mis sistemas me impiden hacerlo. Yo también lo creía hasta ayer.
No la maté, tan sólo le di otra vida mejor.

lunes, 9 de marzo de 2015

CONFIANZA EN UNO MISMO

"Flavio era un tipo con inquietudes. Siempre me han maravillado las personas con inquietudes. Lo tenía todo claro. Era de esa clase de gente que camina por la vida segura de si misma, con convicciones. Otra cosa diferente era su capacidad para conseguirlo.
A mí me gustaría alguna vez experimentar qué se siente estando seguro de algo. Debe ser maravilloso tener confianza en uno mismo". 
www.caunedo.blogspot.com

miércoles, 4 de marzo de 2015

EL OTRO FINAL DE... SMOKE




Cuando leí la historia que había escrito Paul Benjamin, quedé fascinado por su protagonista: Auggie. Un día, cenando en un restaurante italiano en Manhattan, me confesó que se trataba de una historia verdadera y que el tal Auggie aún vivía. Es más, me preguntó si quería conocerlo.

—Solo tenemos que pasarnos mañana por su estanco —me explicó.

Nos recibió con una camiseta de los Yankees llena de lamparones y pequeños agujerillos. Salió del mostrador en…(sigue leyendo aquí).

lunes, 2 de marzo de 2015

EL OTRO VIAJE DEL AVE


"Durante el viaje en AVE de ayer se sentó enfrente de mí, al otro lado de la mesa, una mujer de unos cuarenta años. Llevaba las gafas en lo alto de la cabeza y algo buscaba en su bolso. Sacó una bolsa de plástico con un libro recién comprado en la estación. Estaba aún precintado. Se puso las gafas y empezó a arañar el plástico intentando abrirlo. Me hizo gracia el afán que le puso sin conseguir su objetivo. Entonces se me ocurrió plantearle un juego. Le propuse cambiar su libro precintado por uno mío, dedicado, a cambio de que me mandara una crítica al correo electrónico que ya le había anotado en una servilleta. Mi novela tenía más páginas que la suya, de manera que no salía perdiendo. Le hizo gracia el trato y empezó a leer en ese mismo momento. Yo notaba que de vez en cuando me miraba. Le parecía curioso tener enfrente al autor y se la veía con ganas de hacerme preguntas. Entonces cerró el libro y me propuso invitarme a un café en el vagón restaurante a condición de que la llamara cualquier día al teléfono que ya me había convenientemente anotado en una servilleta".
Esto se me ocurrió durante un tedioso viaje a Barcelona un día en que ni por asomo había una sola mujer interesante en el vagón. La imaginación siempre se alía con los ilusos.