martes, 29 de mayo de 2012

MI BANDURRIA Y YO


Nunca pensé que la bandurria iba a condicionar tanto mi vida. Me la regaló mi abuelo cuando tenía tres años, y era tal su afición, que consiguió enseñarme en un par de veranos, inoculando su veneno desde mi más inocente infancia. Al principio era la gracia de la familia. Me obligaban a subir a la mesa después de tomar las uvas en nochevieja y deleitarlos con mi precario repertorio. Poco a poco, fui adquiriendo una calidad respetable, aunque sólo fuera valorado en casa. Mis vecinos aporreaban las paredes para que me callara y mis amigos del colegio no me invitaban a las excursiones. Ellos preferían la guitarra y la armónica, como Dylan y Baez, mientras que mi bandurria era menospreciada por su escaso glamour. Y algo de eso debía haber porque mientras el de la guitarrita se ligaba a todas, yo me quedaba allí, con la púa entre los dedos, viéndoles marchar a la 'zona oscura'.
Por fin terminó el colegio. Aprobé todo con buenas notas, así que mis padres consintieron en que me pasara un par de meses recorriendo Europa por inter-rail. Mi primer destino fue Berlín, y de allí ya no me moví porque me enamoré de una islandesa. Por ella me puse una cresta y me hice okupa. No me hizo ni caso en materia sexual, pero al menos era la única del edificio a la que le gustaba el exotismo de mi bandurria. 

sábado, 26 de mayo de 2012

CHRISTIE'S


Últimos de diciembre, Nueva York. El portero de la sala Christie's dice, mientras palmea para entrar en calor, que odia su trabajo porque los embalajes de las obras que se subastan allí a diario son de mejor calidad que el forro de su abrigo.

viernes, 25 de mayo de 2012

MATRIMONIO A PRUEBA

Jürgen y Anika decidieron hacer un crucero por el mediterráneo en su viaje de novios. En su escala en Sicilia, en el mismo puerto de Palermo, convinieron con un taxista para que les diera una vuelta por la isla. Disponían de diez horas. Una vez visitada la capital y aquellos lugares cercanos que aparecían en todas las guías de viajes, el taxista les llevó a su pueblo. Aparcaron a la sombra. Para dos noruegos, Sicilia en agosto es lo más cercano a un microondas. El taxista, conociendo el percal, les llevó hasta la taberna de la plaza. Allí, sentado bajo un toldo, un veterano de piel curtida saboreaba una copa de moscatel. Su camisa blanca dañaba la vista. Cuando los vio llegar, su innata coquetería le obligó a adecentarse el pelo bajo su borsalino. El taxista, al llegar a su lado, le besó la mano con una ligera inclinación de cabeza. Jürgen le saludó a la europea, con un sobrio apretón de manos, y cuando Anika iba a hacer lo mismo, un ligero tirón la obligó a acercarse hasta besarle. Después, un cuchicheo entre aquel hombre y el taxista dio por terminadas las presentaciones.
Compraron una botella de agua y siguieron con la visita. Al llegar a la iglesia de Santa María, el taxista, aprovechando el fresco del interior les dijo:
—Dice don Pascuale que quiere acostarse con ella.
Parecía una broma y así se lo tomaron hasta que oyeron una cifra.
— Dice que les da setenta mil euros.

Llegaron a Oslo una vez terminado el crucero. Jürgen fue el primero en acudir a su abogado para pedir el divorcio. Nunca asimiló que Anika dijera que sí. 

miércoles, 23 de mayo de 2012

DECORACIÓN BIPOLAR


Artículo publicado en sección DECORARTES de la revista CULTURAMAS (sección OCIO). Mayo 2012. 
Por Rafael Caunedo.
Hoy es mi aniversario. Hoy hace exactamente catorce años que empecé una vida en común con otra persona. No soy dado a mirar fotografías porque de la nostalgia a la tristeza hay sólo un empujón. Siempre he creído que el mejor álbum es el que uno tiene en la cabeza, el más selectivo y menos traumático.
Así, hoy he recordado nuestra primera casa sin necesidad de mirar las fotos. Me acuerdo al detalle de ella porque la pinté entera. Era una casa que tenía sus años, de suerte que la reforma fue de esas que llaman ‘integrales’, que vienen a consistir en un grupo de operarios entrando a saco y demoliendo todo lo que se les pone por delante. De vez en cuando me pasaba por la obra. Me encantó ver la casa sin paredes. Yo pedí que se quedara así, pero la idea no cuajó. No recuerdo el tiempo (mucho, seguro), pero el caso es que al final, cuando estaba todo nuevo, me encapriché de pintar la casa yo mismo, cosa de la que me arrepentí a los diez minutos. ¿Por qué no te estarás calladito?, pensaba mientras me quitaba la pintura que el rodillo salpicaba en mi cara, hay que dejar a los profesionales. Quedó bien, incluso probé a hacer experimentos. Recuerdo elegir colores intensos, hasta pasionales, que duraron un par de años, los justos en que tardó en llegar nuestra primera hija, motivo suficiente para atemperar tanto ‘cante’.
Con el pantone de colores abierto por una gama mucho más ‘calmada’, repintamos la casa de acuerdo a un gusto sobrio, opuesto al anterior. Somos así; dos veletas. Luego nos hemos cambiado en este tiempo tres veces más de casa. Mi padre dice que soy un culo inquieto; seguro que se debe a que él lleva viviendo cincuenta años en la misma, simpre de blanco y con el mismo cuadro en la entrada. Cuando le intento explicar que me canso de mi entorno, no me entiende.
Si me permites la comparación, aunque no sea real, debo tener algo de bipolar. Hay días que me levanto con ganas de comprarme una maza profesional y dedicarme a tirar tabiques. Otras, en cambio, busco el rincon más recóndito y apartado en busca de intimidad para trabajar. Mi mujer debe tener tambien algo de eso. Hoy, por ejemplo, me ha dejado una indirecta sobre la mesa. Es un catálogo de papel pintado de Osborne & Little. Sí, me encanta, y alguna vez he sucumbido a él, pero hoy no es el día. No sé, hoy estoy mate, en una gama terruna tirando a plomiza. He abierto el catálogo y lo que otro día puede ser una propuesta sugerente, hoy la veo como una exaltación del exceso.
Y es que yo me canso y busco el cambio. Igual me pasa con mi propia imagen. Siempre me han dado envidia las mujeres y sus múltiples posibilidades en la peluquería. Los tíos, a lo sumo, podemos dejarnos más o menos largas las patillas o cambiarnos de lado la raya. Porque, eso sí, me niego a las crestas o a ese peinado ‘palante’ que un amigo mío llama ‘de lamido de vaca’.
Pues en decoración igual. Tengo mucho peligro con un pincel en la mano. Como vea un mueble que me aburra, me lío a brochazos.  En fin, cada uno es como es. El caso es que echando la vista atrás, después de tanto cambio, pienso que he encontrado algo de estabilidad. Las mudanzas han dejado de gustarme, y reconozco que enganchan porque cada vez que hacíamos una, aprovechaba para tirar muchas cosas. No hay nada más temible que un trastero. Odio los trasteros, pero de eso te hablaré otro día.

lunes, 21 de mayo de 2012

LA VERDAD

...me preguntó una cosa que no sabía, así que me lo tuve que inventar... luego, al llegar a casa busqué en internet... sin duda mi respuesta era mucho más chula, y nunca le dije la verdad...

sábado, 19 de mayo de 2012

EL CELO: ENEMIGO Nº 1 DE LA DECORACIÓN


Artículo para sección DECORARTES de la revista CULTURAMAS (sección OCIO). Mayo 2012
Por Rafael Caunedo.
Existen dos tipos de padres: los que tiran los dibujos de sus hijos y los que no. Yo, (esto que quede entre nosotros), soy de los primeros.
Tengo tres hijas, y la naturaleza ha querido que las tres sean obsesivamente prolíficas en su producción artistica. Al principio te hace gracia, pero con el tiempo te das cuenta de que tienes un problema. La primera en nacer tuvo la suerte de pillar los cajones vacios y la guardia baja, pero las otras dos, mellizas además, llegaron cuando mi capacidad receptiva estaba saturada.
Recuerdo el primer dibujo de la mayor, un garabato de rotulador imborrable en la puerta de mi zapatero; allí sigue, pasados los años, dando un toque grunge a la habitación. Casi a diario se acercaba hasta mi mesa y me regalaba dibujos, uno tras otro. Y yo, incapaz de tirarlos, los iba almacenando en carpetas. Luego vinieron las manualidades, que básicamente consistían en churretes de pintura sobre un engrudo de arena, pegamento y ciertos elementos difíciles de identificar. Todo hecho con amor, eso sí, por lo que no me quedaba más remedio que buscarlas ubicación y distribuirlas por cualquier parte de la casa.
Del lápiz pasó a las ceras, ahora está con los acrílicos… ¡y ya me ha preguntado que si tengo óleos en mi taller! Espero no parecer un mal padre si confieso que la he mentido.
El caso es que, al ser la mayor, tuve la paciencia de ir guardando los miles y miles de dibujos con los que me obsequiaba. Llegaron entonces sus hermanas. Crecieron también rodeadas de amor por el arte, cosa que yo mismo fomento, pero con tan mala suerte que ya no les queda sitio donde exponerlo. Es por esta razón por la que los últimos años voy cultivando un profundo complejo de canalla y mal bicho. Ellas vienen con sus caritas inocentes y me regalan sus dibujos. Yo las digo que están genial, las doy un beso y, cuando se han ido, los tiro a la papelera. Suena mal, lo sé, pero si vierais mi casa me comprenderíais. Por ejemplo, la puerta de la nevera ya no da más de sí, ni las paredes, ni la escalera, no queda un sólo rincón sin sus huellas.
Últimamente tienen fijación por el celo. ¿Queréis un buen consejo? Nunca les deis celo, no caigáis en esa trampa. En cuanto tuvieron celo en sus manos se dedicaron a empapelar las paredes, y no conformándose con sus habitaciones, empezaron con las de los demás. El celo es el gran enemigo de la decoración. Lo odio. Ni siquiera su sustituto, esa masilla azul, el Blue-tac, ese invento del demonio. En mi cabecero tengo pegado el retrato de mi perra, una especie de albóndiga azul con un rabo muy largo.
Hablando con amigos que tienen hijos mayores que las mías me garantizan que la manía de pegar dibujitos es pasajera, pero que la sustituyen por las fotos de actores jovencísimos vestidos de horteras. La que me espera.

viernes, 11 de mayo de 2012

YO SOY MUY 'ROPER'

Artículo para sección DECORARTES en CULTURAMAS (ocio), mayo 2012.



Por Rafael Caunedo.
El referente estético de mi más tierna infancia fueron los decorados de las aventuras de los payasos, unos decorados de camping, como de saldillo, en blanco y negro y reutilizables. Yo me inflaba a galletas frente a la tele cuando llegaba del colegio y alargaba lo que podía el tiempo antes de ponerme con los deberes. Recuerdo cuando llegó el color a la televisión; por fin mi padre quitó aquel filtro de plástico transparente con tres colores que nos parecía tan moderno y que, colocado delante de la pantalla en blanco y negro, le daba tonos rosados y azulones a todo aquello que apareciera en las imágenes. Vinieron dos técnicos a instalarmos el aparato, una Werner con una carcasa que simulaba ser de madera, preciosa, llena de botoncitos. Toda la familia vimos el milagro de ver a Maria Luisa Seco aparecer en primer plano, y de pronto nos pareció que éramos uno más en la familia. Los técnicos de Werner, orgullosos, enseñaban a mi padre el manejo del contraste y el tono. Fue emocionante.
Luego ya nos acostumbramos y comenzamos a comprobar que el mundo del color brillaba más en las series americanas. Yo, depequeño, quería ser de la familia Bradford, y vivir en Sacramento, California, y tener una casa de dos pisos con escaleras y un coche ranchera enorme; quería una nevera de doble puerta en la que siempre había botellas llenas de zumos y todo tipo de refrescos, y beber a morro al llegar del cole. Pero sobre todo, yo quería pertenecer a una familia de ocho hermanos, como ellos. Mi sueño era ser un Bradford, pero me quedé con “Los Roper”. No es que mi madre fuera como Mildred, ni mi padre Geroge, pero su casa era más parecida a la mía que la de “Con ocho basta”; además, teníamos el mismo modelo de teléfono, ése de góndola con el disco de números entre el auricular y el micrófono.
La decoración a la inglesa siempre les gustó a mis padres, aunque tan inglesa es la de “Retorno a Brideshead” como la de “Los Roper”, y puesto que nuestra casa no era un castillo en la campiña británica, nos conformábamos con abigarrar todo hasta la saturación, sobre todo mi madre, cuya devoción por las fotografías hacía que limpiar el polvo fuera una labor estresante.
Mi casa era un coñazo, la verdad. En las series de la tele pasaban tantas cosas que mi vida en casa me parecía un muermo. Fui creciendo y sentía cada tarde una terrible envidia de Robin por vivir con aquellas dos tías tan divertidas en su nido. “El nido de Robin” fue, para mi, un motivo para la esperanza de un mundo más divertido cuando creciera. Gracias a él, soñaba con independizarme. Me gustaba su apartamento, tan pequeño y desordenado como siempre quise fuera el el mío, en el que tan pronto hacía una fiesta como veía un partido de fútbol tirado en el sillón mientras una tía estupenda salía de la ducha con tan solo una toalla. Si de pequeño quería ser un Bradford, en la adolescencia yo quería ser Robin. O Starsky, al que sólo faltaban unos centímetros para ser perfecto.
Con el tiempo llegó la opulencia a la televisión. Grandes fortunas al servicio de la mala leche. Ángela Channing, o ése de Dallas… ¿cómo era?… J.R. ¡Qué casoplones! Mientras ellos desayunaban en el porche mirando su interminable propiedad, yo daba vueltas a mi Cola-cao con cara de resignación. Menos mal que luego venía “La casa de la pradera” y me ‘animaba’ un poco.
Hubo un momento en mi vida que decidí no ver más series, bastante tuve con Bonanza, Embrujada, Espacio 1999, Superagente 86, Los ángeles de Charlie (aquí lo de menos era la decoración, lo importante era la laca), El gran héroe americano, Colombo… y no sigo.
En mi casa cenábamos en el salón. Siempre había alguien de guardia frente a la tele (mi hermana o yo) y gritábamos cuando empezaba la serie para traer la cena. ¡¡¡Empieza!!!, y allí nos sentábamos los cuatro a ver sufrir a Kunta-kinte, el de “Raices”. Pobre, cómo las pasaba.
Ahora, pasados los años, miro aquellas imágenes y pienso en lo efímero de las modas, algunas de ellas crueles e ignominiosas. Después, mirando mi casa, me da por pensar que dentro de veinte años lo que hoy me parece maravilloso será una horterada en toda regla, y mis hijos se reirán de mí por tener un mueble chino en el salón.  Tal vez en el futuro, cuando vea las series actuales sienta la nostalgia que me ha invadido hoy, o tal vez no. En fín, ya veremos, de momento me voy a descargar un episodio de “Vacaciones en el mar” a ver si el capitán Stuven me invita a su mesa en la cena de gala.

miércoles, 9 de mayo de 2012

LIEBSTER BLOG AWARD


Hay gente por ahí pensando cosas. Entre ellas han ideado un sistema para estimular el desarrollo del 'mundo blog'. Se trata en este caso de un simbólico premio, el "Liebster Blog Award", concedido, también simbólicamente, a aquellos blogs de menos de doscientos seguidores que merezcan un reconocimiento por su esencia y contenido. Así, formando una cadena de 'besos, abrazos y palmadas en la espalda', los blogueros vamos nombrando nuestros cinco blogs favoritos.
Agradezco entonces a Anita Noire y a su La vida en un susurro que pensara en mi Mundo Voluble. De igual modo, y para seguir con esto, aquí os dejo mis cinco nominaciones después de haber estado reunido conmigo mismo un buen rato para elegirlas:

Amando García Nuño , por su capacidad de inventar.

Ana Pérez Ara, por su buen gusto y por decir lo que yo quisiera haber dicho.

Anne Fatosme, por su arte de evocación.

Poma, por decir mucho en poco.

Cecilia Quilez, por su seducción mediante palabras.


Espero que Amando se sienta feliz entre tanta mujer. Podría incluir a muchos más, pero las reglas son las reglas. Por cierto, hablando de reglas.... aquí van algunas:

Las reglas del Liebster son: 

1. Copiar y pegar el premio en el blog y enlazarlo al blogger que te lo otorgó.
 
2. Señalar tus cinco blogs preferidos con menos de 200 seguidores y escribir comentarios en sus blogs para que conozcan que han recibido el premio,
 
3. Y, por último, esperar a que esas bitácoras continúen con la cadena y elijan a sus 5 blogs preferidos.
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jueves, 3 de mayo de 2012

¿DÓNDE ESTÁ BRINFÜGENN?

Estuve un par de años saliendo con una holandesa durante mi época de becario en la guía Michelin en Amsterdam. Me dejó por un brasileño megamoderno y por su culpa me echaron a patadas del trabajo.
Cabreado como estaba con ella, no se me ocurrió mejor venganza que borrarla literalmente del mapa. Para ello, la tarde antes a que se mandaran a imprenta los discos con los nuevos mapas de carreteras actualizados, eliminé el nombre de su pueblo. Debo pedir disculpas a todos los habitantes de Brinfügenn por no aparecer en la guía 2012-2013. Espero no me lo tengan en cuenta.

miércoles, 2 de mayo de 2012

EL GEREMI, EL ARTE MODERNO Y LAS ROTONDAS


Artículo para la sección DECORARTES de la revista CULTURAMAS. Mayo 2012.
Por Rafael Caunedo.
El alcalde había dejado bien claro durante la campaña que quería cambiarle el aire al pueblo. Si era reelegido en las elecciones, había prometido atraer al turismo y ensombrecer a todas las poblaciones de los alrededores con mejoras de todo tipo. Contagiado por el frenesí electoral, se había animado incluso a confirmar la ampliación de la grada del campo de fútbol para que contara con un total de asientos que ni en veinte años se llenarían si tenemos en cuenta las estadísticas de población. Aconsejado por la familia Fresnedillo, propietaria de los viveros del mismo nombre, se había dejado seducir por la rebaja en el precio y prometió la plantación de árboles de sombra en todas las aceras, lo que se tomó a mofa por parte del pueblo al no existir éstas salvo en la calle principal y en la plaza. La limpieza del río también quedaba dentro de sus propuestas, y en su programa figuraba la construcción en su ribera de un parque infantil y dos piscinas, una de ellas para saltos de trampolín.
Una tras otra iba desgranando cada idea casa por casa, bar por bar, conversando con los vecinos allá donde se los encontrara. Un día, mientras dormitaba con un documental de La2 sobre el MOMA, se le ocurrió que debía dar al pueblo un toque artístico. Fue una revelación, o un sueño, nunca lo supo, pero el caso es que le dio muy fuerte. La propuesta fue muy mal aceptada por los vecinos al considerar un dispendio el gasto en arte. ¿Y eso para qué vale? Pero cabezón como nadie, el alcalde, pensando en su legado después de la reelección, quiso ofrecer al pueblo una rotonda. Cualquier pueblo que se precie tiene una rotonda menos el nuestro. A última hora, casi dos días antes de las elecciones, soltó lo de la rotonda en un mitin en el ayuntamiento. Aquello sonaba a modernidad, a siglo XXI. Una rotonda era como ser ya de primera división. Aquella idea fue lo que le hizo ganar las elecciones por quinta vez.
El problema le llegó al alcalde cuando tuvo que decidir la escultura que iba a poner en la rotonda. El concejal de cultura, que sólo entendía de presupuestos para la feria y las fiestas de la Virgen, fue incapaz de aportar una sola idea que no tuviera que ver con toros o toreros. Su pasión le había llevado incluso a montar un museo taurino en el pueblo que para poder visitarlo hay que llamar por teléfono para que lo abran, total para ver unas cuantas cabezas disecadas y un par de banderillas despeluchadas que dicen las utilizó Manolete.
Buscó entonces el alcalde por su cuenta motivos que sirvieran para adecentar la rotonda. Fue él mismo, influenciado por aquella revelación del MOMA, el que propuso una “obra de arte moderna”. Tuvo que explicar en qué iba a consistir la escultura, y ante la imposibilidad de hacerse comprender, mostró una fotografía de lo que quería. Se fijó, nada más y nada menos, que en una obra de Richard Serra. Vale, dijo, yo tampoco lo entiendo pero es grande y rellena mucho. En un ‘brain storming’ con el herrero, después de un par de moscateles en la taberna, diseñaron algo parecido. Visto sobre el papel, la obra era indefinible, pero el herrero, crecido e investido de artista, creyó tenerlo claro. El resultado fue un adefesio de chapa oxidada cuyo anclaje nunca estuvo bien asentado y que al tercer día de tormenta se cayó.
Es lo que tiene ‘arte moderno’, decían los del pueblo. El herrero, humillado, estuvo tres semanas sin salir del taller. El alcalde, viendo la degradación de su rotonda, tuvo que recurrir a un cantero que vivía en otro pueblo. Lo hizo a escondidas para no tener que reconocer a las fuerzas vivas que su rotonda dependía de un tercero. El caso es que el cantero artista propuso un homenaje al pastor. Fue el alcalde el que le dijo que él quería arte moderno, y que el homenaje al pastor estaba muy visto. Tras ‘tiras y aflojas’, el alcalde accedió a la obra propuesta, que básicamente consistía en un señor con boina partiendo una hogaza de pan mientras mira el horizonte sentado en una piedra.
La escultura se instaló en la rotonda con éxito, aunque no con el agrado de todo el mundo. A Geremi, un grafitero odiado por media comarca que tenía su ‘firma’ plasmada en todos los corrales, no le gustaba el pastor, así que una mañana el pobre hombre apareció hecho un cristo. Ante tal humillación, el alcalde encargó su limpieza a una empresa de la capital. Una vez realizado el trabajo, y viendo el montante que constaba en la factura, el alcalde deseó que nunca más hubiera que recurrir a ellos. No fue el caso. Geremi, que no destacaba por su inteligencia, se cebó esta vez con mayor esmero.
La rotonda fue durante unos días un homenaje al feismo. La hiedra pronto empezó a querer disimularlo invadiendo la escultura con la parsimonia de quien sabe que siempre vence. Un mes después, al pastor sólo se le ve la boina. Es una rotonda que parece abandonada, un gasto absurdo, una manera idiota de tirar el dinero público. Hoy, cuando he pasado por allí he pensado la cantidad de estupideces como ésa que veo por las calles. No sé si llamar al Geremi para que redecore algunas.