miércoles, 28 de septiembre de 2016

HABITACIÓN DE HOTEL


Era una habitación de hotel estándar, con amplia gama de colores tierra y con la idea errónea de que lo funcional siempre es estético. Podía estar en Quebec o en Varsovia, daba igual. Comí un sándwich vegetal frente al televisor, sentado en la cama, apoyado en un cabecero de madera plastificada oscura y un par de almohadas. Masticaba mientras observaba cómo una mujer con un vestido corto y ceñido gesticulaba delante de un mapa del país sobre el que repartía todo tipo simbología climática. Especial atención presté a los nubarrones negros que colocaba exactamente sobre donde yo me encontraba, acompañados además de nieve y viento. Posiblemente el último temporal del invierno, dijo la presentadora con cara de resignación, a lo que yo respondí con un repaso a sus piernas, fijándome sobre todo en la esbeltez de sus gemelos, especialmente marcados debido a los estilizados tacones de unos zapatos que hubieran conjuntado perfectamente con la moqueta de la habitación. Los imaginé tirados al pie de la cama, abandonados. Seguí una rato mirándola en la pantalla: los pies juntos, las rodillas hermanadas, el culo perfecto. Era el momento en que...

lunes, 26 de septiembre de 2016

REGRESO

Me gusta vivir en Belgravia. Es un barrio tranquilo, un espacio de calma inmerso en la vorágine de Londres, un lugar donde lo más emocionante que te puede pasar es que te cruces por el parque con un honorable diplomático de cualquiera de las embajadas que pueblan la zona, mientras habla por el móvil escoltado por su equipo de seguridad. Eaton Square, en pleno corazón de Belgravia, tiene la dudosa fama de ser una de las calles más aburridas de la city, y caras también, lo que hizo que, después de mi divorcio, la eligiera como lugar de residencia habitual hace ya diez años para que Alice, mi ex mujer, supiera que me podía permitir vivir donde quisiera.
Aquel día llegué cansado del viaje. Tenía tensión acumulada en el cuello y me dolía la espalda. Apoyé la nuca en el cabezal del asiento del taxi y pronto sentí el peso de los párpados. No era sueño; sino ganas de no ver nada. Tuve lo que yo llamo “apetencia de lejanía”, esa sensación de alejamiento del mundo. Duró poco, siempre dura poco. De no ser así, tengo miedo de jamás poder regresar...

lunes, 19 de septiembre de 2016

EL HOCKNEY

"Llegué a la hora convenida. Me senté en una butaca enfrente de las puertas de acero pulido de los ascensores y me entretuve viéndome reflejado en ellas. El pánico a mi primera entrevista de trabajo se perfilaba en mi cara delante de un gran cuadro de David Hockney, situándome justo en medio de dos hombres sentados en sendas butacas frente a una mesa baja con un frutero y dos pilas de libros. Yo, entre ambos, miraba al frente. Por entonces no reparé en la obscena vulgaridad que supone colgar un Hockney en el descansillo de los ascensores. Pasados unos años busqué el título de aquel cuadro del que por unos minutos formé parte. Christopher Isherwood and Don Bachardy, se llamaba, pintado en 1968, y barajé la posibilidad de hacer una oferta para comprarlo y rescatarlo de aquella ignominia, aunque jamás lo intenté. Hasta hoy..." 

lunes, 12 de septiembre de 2016

LA PISTOLA

En mi vida había visto una pistola tan de cerca. Jamás hasta entonces había imaginado que la madre de la mejor amiga de mi hija pudiera llevarla. Lo descubrí un día en una reunión de padres en el colegio cuando la casualidad hizo que ella llegara tarde y se sentara sin pensarlo en el mismo pupitre que yo. Me sentí ridículo de pronto allí sentado, mirando de reojo cómo la pistola asomaba debajo de su chaqueta. Estaba asegurada en una cartuchera de cuero negro al amparo de un sobaco que yo imaginaba depilado y suave . Se percató entonces de mi mirada desconfiada y para tranquilizarme posó disimuladamente sobre su muslo embutido en un prieto vaquero una placa de policía secreta. Sonrió para justificarse, lo que valió para que no pudiera negarse a la invitación de nuestro primer café. 

martes, 6 de septiembre de 2016

NADA DE NOMBRES

Llevaba un anillo ovalado de dos colores. Juraría que lo llevaba. Recapituló el día anterior para saber dónde pudo haberlo perdido. Era imposible que se le cayera,  ni siquiera en el ascensor de su oficina. Tal vez lo recogiera él inconscientemente mientras se vestían. 
Se arrepintió entonces del pacto: nada de teléfonos, nada de nombres...

NADA DE NOMBRES

Llevaba un anillo ovalado de dos colores. Juraría que lo llevaba. Recapituló el día anterior para saber dónde pudo haberlo perdido. Era imposible que se le cayera,  ni siquiera en el ascensor de su oficina. Tal vez lo recogiera él inconscientemente mientras se vestían. 
Se arrepintió entonces del pacto: nada de teléfonos, nada de nombres...