martes, 29 de noviembre de 2011

EL SALTO DESDE EL PUENTE


Hace algunos años me tiré de un puente. Antes de mí, lo hizo otro, uno que llegó con un quad verde. Aquello parecía fácil. No sé por qué lo hice. Tal vez para que el del quad no se llevara todas las flores. Me lo advirtieron antes de saltar: nunca separes las piernas, no lo olvides, siempre juntas. Los que no tenemos espíritu aventurero solemos tener mala memoria cuando actuamos bajo presión. Salté, sí, pero volé desequilibrado y se me olvidó cerrar las piernas. Grité debajo del agua como nunca hasta entonces había gritado. Al oírme, un salmón aterrorizado salió nadando río arriba. Cuando conseguí salir a flote estaba mareado, apenas podía respirar y la sangre parecía no llegarme a la cabeza. Salí arrastras, palpándome el paquete por si se había quedado flotando en el río. Me quedé en la orilla un buen rato sin poder articular palabra. Sin resuello, pude ver la polvareda del quad al pasar junto a mi 'dos caballos'.

domingo, 27 de noviembre de 2011

EL CAPUCHÓN


Reconozco no estar acostumbrado a conducir entre tranvías, así que al segundo día de estar en Lisboa me choqué con uno. Nada aparatoso, sólo chapa, pero el conductor se bajó con la yugular hinchada. Mi portugués es muy limitado, por no decir inexistente, de modo que no entendí nada. Del tranvía bajó entonces una señora bastante gruesa que hablaba los dos idiomas. Con su colaboración hicimos todo el papeleo. La invité pues a un café en agradecimiento a su ayuda. Me contó que era cetrera y que trabajaba en el aeropuerto de Lisboa. Se notaba que tenía carácter por la manera en que mojaba el croissant en el café. Le debí caer bien porque terminamos en su casa. Cualquiera le llevaba la contraria. Estuvo toda la tarde hablando de halcones, señuelos y capuchones. Ya de madrugada, crecida por mi complacencia, sacó un capuchón como los de cetrería pero para humanos, parecido a los de la lucha libre mejicana pero en rústico, y me pidió que me lo pusiera. Accedí porque soy así de idiota. Me dejó desnudo en menos de un minuto y me tiró al suelo con una llave de judo de cuarto dan. Y allí estaba yo, ciego, con el capuchón en la cabeza, dejándome hacer. No me gusto la experiencia, la verdad. Al terminar, le conté una de mis perversiones, para compensar, y quedamos en vernos mañana. Tengo veinticuatro horas para encontrar un disfraz de su talla. ¿Conocerán en Portugal a la abeja Maya?

viernes, 25 de noviembre de 2011

CARTA DE UNA LECTORA

Gracias, María José, por tu carta. Para mí representa mucho.




Estimado Rafa:

Espero esté bien y en plena ebullición creativa.

He dejado pasar un par de días para escribirte y contarte las sensaciones que me ha producido la lectura de tu "Helmut".

Que su lectura se hace fácil y amena es un comentario que me imagino que es común a todos los que la hemos disfrutado.

Que es la historia de una obsesión dentro de otra , etc, tú mismo lo cuentas y lo explicas, pero creo que Helmut encierra más cosas que todos los pensamientos obsesivos del inconsciente colectivo.

Honestamente, me parece que es mucho más que eso. Has abierto la Caja de Pandora y allá cada cual cuando nos enfrentamos a su lectura...

Es una historia coral donde todos y cada uno de los personajes interpretan una sinfonía en la que todos son esenciales y tienen su relevancia. No sobra ni falta nada, ni nadie, y me asombra tu gran capacidad de conducirnos por el viaje obsesivo de Mauro para señalarnos que el resto también tienen las suyas propias, en mayor o menor medida, con mejor o peor desenlace, como todo el mundo.

En el viaje se agradece que nos lleves por la cotidianidad de las relaciones humanas, por las descripciones de paisajes urbanos y hasta de la naturaleza con tintes fantasmagóricos. Que nos recuerdes en qué mundo vivimos, cómo lo hacemos o dejamos de hacerlo perdiéndonos experiencias cuando tomamos decisiones acertadas o cometemos errores.

Que existen mundos diferentes y también mundos paralelos que no se diferencian mucho a la hora de las emociones y los sentimientos.

Que los sentimientos brillen por su ausencia, gélidos y blancos en un banco de un jardín de una casa austríaca o en esos parajes de lagos fríos y bosques húmedos, pero también que las emociones broten y salgan a relucir en las escenas erótico-festivas con un tono elegante que se agradece y además se disfrutan y se llegan a sentir en propias carnesss...

El fantasma de Helmut resucitado en el de Mauro me ha dejado totalmente con el estómago encogido.

Maravillosa la evolución de la sombra de la obsesión que crece y crece en Mauro y fagocita a Helmut para seguir siendo la misma en otro cuerpooo...¡qué miedo!...lo he pasado mal y me da mucha pena de que Mauro no sea capaz de crear por él mismo y que Ale deje de ser ella y deje de luchar por sus propios sueños y hacer su vida.

Resulta como la vida misma y a mí cada una de las historias dentro de la historia me resultan familiares y podría seguir y seguir hablando de lo que me provoca el mundo helmutiano que has creado en esta obra, pero da para rato y no quiero aburrirte con cosas que tú ya conoces y que tú mismo has creado para compartirla con los lectores.

Me da la impresión de que eres un puro artesano neorenacentista, porque sabes mucho y bien y lo disfrazas de novela urbana del siglo XXI, pero en ella hay recogido mucho conocimiento y sabiduría que sólo puede tener aquél que vive o al menos pretende hacerlooo...no sólo en un mundo, sino en variosss...

Una cosa curiosa personal que me ha pasado es ver que tanto tú como yo hemos coincidido en el uso del "moño a lo Audrey Hepburn". Yo lo utilicé en mi relato final del taller de escritura de Carmen y Gervasio y no había leido tu libro. ¡Curiosa coincidencia!...y otra que me ha chocado muchísimo es la del flashback de la historia de Helena Mortensen nombrando el lupanar de las SS nazis. En mi relato utilizo otro parecido sólo que de las Brigadas Intenacionales en el Ebro.

Una vez más me doy cuenta de que debe ser cierto que existe una "Memoria Colectiva" y que no existen las coincidencias.

También me encanta el amor por la música, por el cine, por la arquitectura, que dejas translucir en la historia, por los pequeños detalles, por mencionar la diferencia entre el amor y el sexo, entre otras cosas que ahora no me vienen a la memoria.

Las referencias de los políticos y personajes famosos como el Consejero, Aguirre, Bardem y Penélope nos recuerdan que vivimos en el aquí y ahora, pero el viaje al que nos invitas con Helmut va más allá del tiempo y el espacio.

Y bueno, ¿qué más te puedo decir?...que ya se me acaban las pilas, porque yo soy así...me dejo llevar por mi inspiración y como buena maña entro a saco y salgo como puedooo...

¡Felicidades, Rafa!, sinceramente.

He disfrutado tanto de la lectura de este libro tuyo que anoche intenté comenzar el último de Juan Marsé y no pude pasar de la primera página, porque me parecía de otra época. ¡Y que la Virgen del Pilar me perdone con este atrevimiento!, pero es que fue así.

Siempre he sentido que es un arte hacer creer a los demás que un libro parece fácil, porque ahí reside su dificultad. Hacer parecer fácil lo difícil es cosa de Maestros, y creo que si ya no lo eres, al menos estás en el caminooo...

¡Gracias, Rafa!, y espero tener la posibilidad de que algún día me lo firmes con dedicatoria incluida para romper el maleficio de Helmut de odiar a todo "quisqui" y querer aislarse de toda la parafernalia y la hipocresía que rodea el mundo de la creatividad que no es auténtico.

Lo veraz y bueno siempre permanece, y tu obra creo que lo hará...

Besicos mañosss...

Maria José

jueves, 24 de noviembre de 2011

LA CAMISA DIOR


En la escalinata de la Basilique du Sacré-Coeur de París suele colocarse un joven de aspecto musulmán haciendo malabares con un balón de fútbol para ganarse unos euros. Pues bien, si algún día le veis con una camisa Dior, que sepáis que es mía.
La compré hace un par de años. Me la probé en la tienda y me gustó, pero al llegar a casa y ponerme delante del espejo... había algo que no me encajaba, no sé, el cuello, los puños... vete tú a saber. Aprovechando que era el cumpleaños de mi cuñado se la largué a él. Nos invitó a cenar para celebrarlo. Haciendo el graciosillo, se la probó después del postre. Le quedaba perfecta.
Al día siguiente volví a la tienda y me compré la misma camisa. Si a él le queda bien, a mí también, pensé. Quise estrenarla en un paseo mañanero por Montmartre. Lo hice por superar la envidia. Pero cuando llegué arriba, allí rodeado de tanto turista, me cabreé con el mundo y me quité la camisa. Se la regalé a aquel muchacho del balón. Desde entonces pide dinero vestido de Dior. Comprobarlo en vuestras fotos.

martes, 22 de noviembre de 2011

EL PEZ AZUL

Cuando llegó a casa, el pez estaba flotando en la pecera. Lo cogió con el colador y lo tiró al cubo de la basura. Pensó en cómo decírselo a su hijo cuando volviera de clase de pintura. Seguro que se pondrá a llorar. Entonces se le ocurrió una idea. Salió a toda prisa camino del acuario. Al llegar se alarmó al ver tanto pez junto, pensaba que iba a ser más fácil identificar uno igual al de su hijo. Ese, me llevo ese, dijo señalando con el dedo a uno naranja.
Al sacarlo de la bolsita y verlo nadar en la pecera de casa se sintió satisfecho. Llegó su hijo al poco tiempo. Como cada martes, lo primero que hizo fue dar de comer a su amigo. El padre, mirando de reojo, imploraba al más allá. Ha colado, pensaba eufórico, ha colado.
Después de cenar, el niño se llevó el teléfono a su habitación para llamar a su madre.
   —Oye mamá, ¿tú por qué te separaste de papá?

domingo, 20 de noviembre de 2011

TERAPIA DE CHOQUE



La primera vez que salté desde un trampolín pensé que me estaba equivocando, que aquello no era para mí. Lo hice por superarme a mí mismo, como me pedía mi psicólogo, pero según estaba descendiendo por la rampa a toda velocidad me di cuenta de que no iba a funcionar. En pocos segundos llegué a los noventa kilómetros por hora. Ya no había marcha atrás. De pronto estaba volando por allí arriba, con miles de cabezas orientadas hacia mí. Yo, con las piernas abiertas, intentaba mantener la aerodinámica para no caer sobre ellos. Pero algo falló. No sé si fue el viento o el miedo.
El psicólogo vino a verme al hospital. El pobre quedó horrorizado al entrar en la habitación. Me dijo que abandonaba la profesión, que aquello había sido un error muy grave. Yo, desde la cama, escayolado de arriba a abajo, intentaba animarle mientras me daba de beber con una pajita. No lo conseguí. Hoy es pastor luterano en un pueblo cerca de Oslo.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

ESTOCOLMO SIN GUANTES



No creo que haya nadie más tonto en Estocolmo que yo. A nadie se le ocurre salir de casa sin guantes. Me pasó ayer mismo, y me di cuenta cuando ya sacaba la bici del portal. Miré el reloj y confirmé que tenía el tiempo justo para llegar al teatro. Tampoco está tan lejos, pensé. Llegué con precisión sueca. Eso sí, con las manos moradas a punto de congelación. No las sentía. La representación empezó y las manos comenzaron a dolerme. Metí la izquierda debajo de mis piernas, y la derecha entre los muslos de Brunnä, mi novia. Así estuve hasta que cayó el telón. No pude aplaudir.
Hoy me he levantado sintiendo que la sangre por fin circula por mis manos, aunque no sé por qué, pero el caso es que una está mejor que la otra. Para igualar la recuperación hoy he vuelto a quedar con Brunnä. Vamos a ir al cine. Esta vez la voy a pedir que se siente a la izquierda.

lunes, 14 de noviembre de 2011

EL LÁPIZ




Hacía tiempo que no sacaba punta a un lápiz. Ayer le robé un sacapuntas a mi hija pequeña, uno de Mickey, y me dio por ahí. Comencé a darle vueltas al asunto mientras abstraído leía unas páginas que acababa de escribir en la pantalla del ordenador. Terminé las dos tareas a la vez, la lectura y el lápiz. Tan metido estaba en la novela que, cuando me di cuenta, sólo me quedaban escasos dos centímetros de madera en la mano. Fue una vida breve la de ése lápiz, fugaz. Quise entonces rendirle homenaje, de suerte que cogí un post-it y redacté mí testamento. Te lo dejo todo a ti, escribí. Después, lo pegué en el espejo de mi cuarto de baño y me acosté. 
Mi mujer se ha ido a trabajar esta mañana antes que yo. Pegada con celo al lado del post-it, me ha dejado la tarjeta de una psicoanalista amiga suya. 

viernes, 11 de noviembre de 2011

ÚLTIMO PITIDO



Un pitido intermitente y molesto, con una cadencia cada vez más lenta, parecía taladrarle los tímpanos desde la mesilla. Después, el fugaz silencio se rompió con un pitido constante. Lo último que vio fue la cara de la enfermera entrando con precipitación en la habitación. 
Alguien había dejado la ventana abierta. La ciudad desde aquí es maravillosa, pensó mientras subía, desnudo y etéreo. 

jueves, 10 de noviembre de 2011

UNA DEL METRO DE NY


Lo que Milan Kundera ha unido, que no lo separe el matrimonio.
Se conocieron entre Union Square y la 23 st., en el metro de Nueva York. La casualidad hizo que se sentaran juntos una de Ohio y otro de Palma de Mallorca. Ambos, además, leyendo el mismo libro; él en inglés y ella en español. Los dos hacían anotaciones a los márgenes y subrayaban las palabras que no entendían. Él, más disperso por naturaleza, se miraba en la ventanilla de enfrente, de suerte que pudo ver el título del libro de su eventual compañera de viaje. Tardó dos paradas en atreverse a decirla algo. A ella le hizo gracia. Él compartía apartamento en el West Side, ella lo mismo pero en Brooklyn. Se cayeron bien, tanto que quedaron al día siguiente a condición de que cada uno hablara en el idioma del otro. La experiencia les gustó y repitieron. A las tres semanas se fueron a vivir juntos; total, no aumentaban los gastos, por lo que no tendrían que pedir un aumento en la asignación a los padres. Él hacía el amor en español y ella al estilo de Ohio. La cosa funcionó.
Hoy están en Brno, el pueblo de la República Checa dónde nació Kundera, celebrando su primer aniversario.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

FUE UN ACCIDENTE

Todas las tardes hacía lo mismo. Se quedaba dormido en la silla de la cocina, al calor de la estufa, mientras Petra, su mujer, planchaba y le hacía la cena. Se le iba la cabeza hacia atrás y abría la boca mientras los ronquidos salían a través de la dentadura desencajada. La boina colgando del respaldo nunca se caía. Descalzo, con las botas embarradas debajo de la mesa, dormía a pierna suelta. Ya no hablaban, ni se escuchaban. Petra estaba harta. Todas los días lo mismo. Vivir con él era una condena. 
Una de esas tardes, a la salida del médico, de camino a la farmacia para comprar antidepresivos, Petra tuvo una idea. Al llegar a casa, le vio dormido en la cocina, en su postura habitual, llenó entonces una cacerola con leche y la puso a calentar con el gas al máximo. Con cuidado de no hacer ruido salió de la casa para pasear durante dos horas por el pueblo dando vueltas por ahí.
De regreso, aguantó la respiración, entró sin encender la luz, abrió las ventanas y llamó a la Guardia Civil.

martes, 8 de noviembre de 2011

EL REGALO

Por su cumpleaños, había pedido ver "Con la muerte en los talones" en pantalla grande. Sus amigos estaban a punto de desquiciarse hasta que a uno se le ocurrió una idea: llevar un proyector y un generador portátil a la estación abandonada en medio de un pinar. Una de las paredes tenía el tamaño idóneo, la textura aceptable y el color compatible con sus pretensiones. Esperaron la noche para ir a buscarle por sorpresa. Cuando llegaron, le sentaron en una tumbona de piscina colocada ad hoc para tal evento. A pesar de ser verano, hacía fresco, de suerte que pronto todos se taparon con mantas de viaje. Uno de ellos ya había estado preparando todo durante la tarde, así que cuando estuvieron ya sentados en sus tumbonas, sólo hubo que dar al play para que aquello cobrara vida. Cuando Cary Grant acababa de aparecer en escena, un visitante inesperado se colocó frente al proyector recortando su silueta en negro en la pantalla. ¿Qué creen que están haciendo?, preguntó con los brazos en jarra. Era el sargento de la guardia civil. Tuvieron que darle todas las explicaciones. Le miró. Hoy me han pillado de buenas, dijo. Les permitió seguir con la película si le dejaban quedarse. Apoyó el tricornio en el capó del Renault 4 y alguien le pasó unas palomitas. 

domingo, 6 de noviembre de 2011

EL ARTISTA

Siempre le gustó el surrealismo, tal vez porque era el movimiento que más se parecía a su propia vida. A veces, me leía poesía que yo no entendía, y al pedirle que me la explicara siempre me contestaba que la buena poesía no necesita explicación. Tocaba todos los palos, era un artista integral, de esos que lo son hasta cuando duermen. Tenía mano y genio para todo, desde la pintura hasta la fotografía. Últimamente estaba volcado con lo que llamaba 'videoinstalaciones'. La vida le fue bien en todo menos en el amor. Tuvo seis hijos con seis mujeres y con ninguno de los doce mantuvo relación, aunque a todos dejó la vida bien asegurada para el futuro. Fue desprendido con el dinero y tacaño con los abrazos. Vivía en otra dimensión. Era mi amigo, sí, tal vez el único que tenía. Hoy, en su entierro, sólo había periodistas, críticos y prisas por terminar. A veces me pregunto por qué nos llevábamos tan bien. No sé, puede que yo sea igual que él. El caso es que acabo de recibir una notificación de la notaría. Quieren hablar conmigo. Por lo visto tienen algo para mí. Ya me imagino lo que es, pero no sé si me va a caber en casa.

martes, 1 de noviembre de 2011

PALABRAS FEAS


Hay palabras que son, de por sí, feas; por ejemplo: 'estreñimiento'. Suena mal ¿o no? Uno oye 'estreñimiento' y al instante se le vienen a la mente imágenes ignominiosas de dudoso buen gusto. Bueno, pues yo llevo tres días con ése problema. Es horrible. Hace un rato me he acordado de lo que me daba mi madre cuando yo era pequeño: supositorios de glicerina. 'Supositorio', otra palabra tan visual como la otra, y tan perversa. He salido de casa saltándome mi farmacia habitual, como queriendo evitar que Paco, el farmacéutico, supiera de mi estado. Paseando he llegado a Chueca. Casi todas las farmacias estaban con público, de suerte que he seguido mi periplo en busca de intimidad.
Por fin, acabo de encontrar una en la que no hay nadie, en la calle Infantas, por no haber no está ni el farmaceútico. Aquí estoy, frente al mostrador vacío. ¡Hola!, digo en alto, ¡¡hola!! De pronto, aparece un ángel por la puerta de la rebotica. Debe rondar los cuarenta, con cola de caballo, guapa hasta doler la cara, de ojos magnéticos y sonrisa desarmante. Lleva gafitas de leer. Dime, me dice quitándose las gafas y mordiendo la patilla..., ¿qué quieres?
'Si te digo lo que quiero..., mejor te pido lo que necesito', pienso. Y entonces caigo en la cuenta de por qué estoy aquí. 
   —Me voy a llevar un paquete de Halls mentolado..., la garganta, ya sabes.
A veces pienso que le doy demasiada importancia a las palabras.