lunes, 28 de febrero de 2011

NEARDENTAL

Este fin de semana he visto amanecer desde un acantilado en el Cantábrico. Cubierto pero sin llover, el cielo me ha dado tregua para calzarme las botas. Seguí la ruta costera sin cumplir ninguno de los requisitos del buen excursionista: no llevé ni comida, ni bebida, ni creo que la ropa adecuada. Parece ridículo pero no tengo cabeza para los forros polares y sí para los libros. Sin pensar, metí un libro en la mochila. Sólo eso.
Cuando el sol apuntaba sus naranjas desde la montaña, yo miraba los dos azules del horizonte, el oscuro del mar y el claro del cielo. Caminando llegué a un punto curioso. Paré y me giré 360 grados como un torero saludando desde el centro del ruedo. Algo raro noté. Después de una segunda vuelta me di cuenta de que desde ese punto concreto no se veía nada de civilización. Me esforcé en dividir el paisaje en cuadrantes imaginarios y después de diez minutos de rigurosa observación, certifiqué que lo único civilizado era yo, y no siempre. Ni un barco a la vista, ni la luz de un solitario faro, ni tejados rojos de los pueblos costeros, ni granjas, ni cables de alta tensión, antenas o carreteras. Nada. No puede ser, pensé. Pero sí. Sólo una columna de humo de algún pastor quemando rastrojos pero ni señal del pastor o su rebaño.
Y allí estaba yo como estaría hace cientos de miles de años el hombre de Neardental. Y de pronto me senté, justo en ese punto, y sentí como mi ropa se deshacía y se convertía en polvo, el pelo y la barba se enmarañaban, y mis pies, ya descalzos, aumentaban de tamaño. Paralizado, miré como mi fuertes manos calibraban la resistencia de una lanza con punta de silex. El olfato me avisó entonces de la presencia de un depredador. Huí hacia la seguridad de mi cueva y, amparado por el confort del fuego me puse a pintar con los dedos. Pero lo curioso es que seguía siendo yo y me vino a la cabeza el nasdaq y el precio del barril de brent. ¿Se presentará Zapatero a las elecciones? Y allí, semidesnudo, cubierto con la piel de un oso, pintando un mamut en una roca lisa, pensé que todo me importaba muy poco, por no decir nada. Por un momento me sentí feliz allí tumbado, en un duermevela reposado, pensando en los pájaros y en su inmensa suerte por poder volar. ¿Y el índice nikkei?... yo sólo quiero volar y...
Sonó mi móvil. Error. Debería haberlo dejado en casa. " Si, soy Ángela", una decoradora, "te llamo para saber si tendrás el mueble de los Oyarvide para el miércoles"
Me vuelvo a casa un poco más triste de lo que salí. No me apetecía leer el periódico. Mi mujer, al verme, me ha preguntado extrañada: "¿qué te has hecho en el pelo?".

jueves, 24 de febrero de 2011

EL PAÑUELO


Como cada miércoles, aquella semana fui al concierto de la Fundación. Nunca miro el programa porque me gusta sorprenderme. El Steinway esperaba en el escenario. Con la primera nota ya supe lo que iba a pasar. No me avergüenza decir que, con cierta música, lloro; y con Satie, más. Para mi desgracia, no llevaba Klinex. En eso que la viejecita de al lado, dándose cuenta de mi apuro, me puso discretamente un pañuelo blanco perfectamente doblado sobre mi pierna. La miré  agradecido. Luego me susurró: "No se preocupe, a mi marido le pasaba lo mismo".
Quedé en devolvérselo la semana siguiente. Desde entonces quedamos cada miércoles antes de los conciertos para merendar en la cafetería de la Fundación. Yo la dejo hablar y ella no para de contarme cosas de su marido y de sus viajes por Europa en los 50.
Hoy estoy triste porque ayer no vino. Es la primera vez que me falla. El concierto, la verdad, no me gustó.

miércoles, 23 de febrero de 2011

LA FAMA

En navidad, iba andando por la quinta avenida y me crucé, hombro con hombro, con Felipe González. Iba hablando con un amigo y detrás, sus parejas. Caminaban despacio, charlando, con las orejas rojas por el frío, como todo el mundo. Porque claro, Felipe González también es "mundo". Acostumbrado a verle rodeado de gente, periodistas y guardaespaldas, de pronto le vi allí, despeinado por el viento, con los zapatos hechos unos zorros, con cara de estar deseando un café caliente y llegar a un lugar dónde poder quitarse tanta capa de ropa. Vamos, como yo, como aquel, el otro, ese de allí y todo el "mundo" que andaba por Nueva York en ese momento. Pasó a mi lado, le oí la voz, su acento andaluz y pensé: ¡qué coñazo es ser famoso!
Pensé en lo a gusto que iba ese hombre andando por allí, con las manos en los bolsillos, sin escoltas, policías, acólitos y partidarios. Allí era Felipe, un español de vacaciones.
La palabra famoso está muy devaluada. La fama, hoy día, es una bagatela al alcance de cualquier descerebrado que esté dispuesto a dar gritos en un plató de televisión.
Me da pereza sólo con pensarlo.
Como dijo Montaigne: "estoy ansioso por darme a conocer, y en qué medida me resulta indiferente, siempre que realmente ocurra", y eso lo dijo él, que fue filósofo, escritor, humanista, político y moralista. Lo mismo que otros que yo me sé.

martes, 22 de febrero de 2011

VIBRACIONES

Evelyn Glennie tuvo una enfermedad que a los once años la dejó sorda. Como ella, muchos niños en el mundo. ¿Por qué ella es especial? Hoy, pasados unos cuantos años, aquella niña sorda es una de las percusionistas más prestigiosas del mundo, reclamada por las más importantes orquestas y componente de las grabaciones de discos de todos los grandes.
Pero vamos a ver, ¿esto de la música no es incompatible con la sordera? Eso es lo que todos pensaron. Todos menos tres personas. Sus padres, que pudiendo haber disuadido a su hija de su lunática idea, prefirieron apoyarla. Y su profesor, su maestro, que ante una situación tan especial y, a veces, tan desesperante, perseveró en su ayuda para que esa niña creara una nueva forma de sentir la música a través de las vibraciones.
Cuando veo los vídeos de Evelyn Glennie, no puedo parar de pensar en lo que hubiese hecho yo si una hija mía me pidiera una batería siendo sorda. Debo ser mal padre porque seguramente hubiera intentado convencerla para que se decantara por otra cosa, pintura por ejemplo. Papá, pero yo quiero ser músico. Vale, hija, aquí tienes unos pinceles.
Las personas con dificultades como Evelyn también tienen derecho a tener pasiones. Sólo con pasión se pueden alcanzar ciertas metas. La pasión es el más alto grado de amor. La música era su enfermedad, no la sordera, de modo que los padres hicieron un acto de amor y le facilitaron todo lo que pidió, incluido un profesor. Y yo vuelvo a pensar: ¿qué hubiese hecho yo si fuera profesor de música y en mi clase entra un alumno sordo? Mira, no puede ser, la clase de pintura está al final del pasillo. Pues no. Ser maestro también es una pasión y aceptó el reto.
El mundo necesita dos cosas para que evolucione. Pasión y gente capaz de desvivirse por los demás. Personas que aceptan la misión de la AYUDA como objetivo vital, el trabajo en beneficio ajeno y la vocación altruista.
Cada vez es más difícil ver esto. Paseas por la calle y te das cuenta de que todos somos entes autónomos aunque vivamos en sociedad. Sólo aparece solidaridad en momentos de desgracia, el resto del tiempo lo dedicamos a buscar el camino más corto hasta llegar a la felicidad propia. No hace falta ser la madre Teresa de Calcuta y montar leproserías para que esto funcione, basta con no ir por la vida con cara de mala leche, como si fuéramos con dolor de estómago todo el día. A veces, tengo la sensación de que estamos amargados. No sé, creo que todo es más fácil de lo que parece, sin embrago, seguimos más preocupados por las operaciones de estética de algunas anormales que por llamar a un amigo al que hace meses que no vemos.

lunes, 21 de febrero de 2011

OBITUARIO

Lo malo de leer tu obituario es que estás muerto. Por lo demás, es una gozada. No sé si será la edad o el hastío, pero estoy empezando a cansarme del ensalzamiento de lo negativo. No hace mucho, tenía en alta consideración la opinión de algunos críticos, hasta el punto de hacer vinculante su criterio a la hora de elegir película, libro o restaurante. Leía sus artículos con devoción y respeto. Pero el tiempo pasa y me he dado cuenta de que ya no puedo terminar sus críticas. No digo que sean malas, no, simplemente es que me aburro.
Ahora sólo leo obituarios. Me dan buen rollo. Disfruto descubriendo las bondades de la gente, sus magistrales trabajos, lo buen compañero que era, lo listo, entregado y desinteresado, las excelencias de su inteligencia, su cultura, sus dotes para el piano, lo ágil que era con los palillos, lo buen padre, hijo y lo otro, esposo, lo bien que escribía, lo limpio que llevaba el coche, lo bien educado que tenía al perro, su sentido del humor, su risotto de setas, lo que aguantaba el vino, su conversación, la elegancia, la discreción y lo bien planchadas que llevaba siempre las camisas.
Nada, que hay que morirse para que a uno le digan lo majo que es.
Yo disfruto con los homenajes en vida, las fiestas porque sí, las cenas improvisadas y los abrazos sin motivos. Estoy cansado de las críticas, a mi darme mi obituario.

domingo, 20 de febrero de 2011

LA NORIA



La primera vez que fui a Viena, subí a la famosa noria del Prater. Nunca había subido a una noria, ni de feria ni de Millennium, pero por aquello de rendir cuentas a una de mis pasiones, lo hice, y por un momento me sentí Joseph Cotten en "El tercer hombre".
La experiencia fue emocionalmente positiva pero racionalmente simple. Así se lo dije a mi amigo austríaco al poner pie en tierra. Esto de las norias es una chorrada, ¿no te parece? Y él, en alemán lacónico, dejó caer con gravedad: el mundo es una puta noria.
Da igual que seas austriaco, australiano o argentino, el divorcio provoca las mismas reacciones en todo el mundo.
Mientras mi amigo se lamía las heridas en la penumbra de su casa, yo me fui a leer al Bräunerhof, el café del que Thomas Bernhard era asiduo. Me senté en la misma mesa de la fotografía. Incapaz de concentrarme con la emoción, saqué el bloc de dibujo. Lo primero que me salió fue una noria. Luego, no sé muy bien por qué, escribí debajo: la vida es una puta noria.
Y yo allí, sentado en su mismo sillón, sobre la misma mesa, tal vez sorbiendo la misma taza de café y servido por el mismo camarero de siempre, de pronto, me sentí Él. Y me dio por pensar en lo injusto de todo esto. La vida dando vueltas sin parar. Unas lentas, otras alocadas, las más desacompasadas y a trompicones, pero lo que identifica al común de todas es que ninguna puede separarse de su Eje. Todo girando siempre en torno a lo mismo. Puedes amenizarlo, decorarlo, mimetizarlo..., lo que sea, pero las vueltas siguen sin parar. El Eje es lo que nos imprime carácter y nos hace especiales porque cada uno damos importancia a cosas distintas. Unos al trabajo, otros a la familia, otros al dinero, algunos a sí mismos. El Eje de mi amigo era su mujer y ahora necesita engranaje nuevo y alguien que lo engrase.
¿Y yo?, ¿cual es mi eje? Ahora que me miro en la fotografía quiero descubrirlo. Pienso y escribo: "La esencia de la naturaleza es que todo da igual"
Thomas Bernhard.

viernes, 18 de febrero de 2011

UNA CONVERSACIÓN EN SILENCIO

Hoy he ido al campo, eso que hay fuera de las ciudades que tiene mucho verde y nada es recto. Caminaba con mi perro. Bueno, yo andaba, él hacía el perro. ¡Un palito!, pues mira, se lo tiro. Al quinto palito el juego me parecía absurdo. El perro pensaba lo mismo, seguro, porque me miraba como si quisiera preguntarme si no tenía cosas más interesantes que hacer. Pues sí, mira por dónde, me voy a sentar en esta piedra tan incómoda y me voy a poner a pensar ¿Pensar? Y claro, mi perro se ha ido a comprobar si el agua del río estaba tan fría como parecía.
En eso que ha aparecido otro humano, uno como yo pero con boina y con bastantes años más. Caminaba despacio y algo torpe. A su lado, otro perro. Entre perros ya se sabe que en cuanto se ven, se juntan para olerse el culo y todas esas guarradas. Mientras el vejete se sentaba a mi lado, los perros se han puesto a saltar y a correr como poseídos por una fuerza diabólica.
Él no hablaba por falta de fuelle y yo por falta de ganas, pero ambos seguíamos con la mirada los juegos de nuestros perros. Persecuciones, ladridos, quiebros, saltos, peleas, revolcones. Daba gusto. Los mirábamos con envidia. El viejo por la fuerza y las ganas de vivir y yo por la sensación de libertad y la ausencia de responsabilidades. No nos hemos dicho nada, simplemente cada uno pensábamos en nuestras cosas.
Un error muy extendido de los humanos es pensar que sólo por hablarse ya se entablan lazos fraternales, sin saber que la mayoría de las veces, las conversaciones más elocuentes y provechosas se producen en silencio.

jueves, 17 de febrero de 2011

PRIORIDADES


He pasado toda la mañana en ARCO, ese alarde de creatividad, a veces, y de idas de olla, otras. Con mi visión de retaguardia he visto, allá a lo lejos, a dos personas mirando una pieza.
Uno, impecablemente conjuntado con su blazer de Hermenegildo Zegna y su Rolex Daytona, con andares firmes asentados sobre sendos Martinelli y un Hermes de seda estampada, a juego con la montura Ray Ban de sus gafas de pasta. Un hombre indiscutiblemente preocupado por la moda y la imagen que, SIN EMBARGO, desconoce la marca del desfibrilador que le salvó la vida el día del infarto, ni el nombre de quien lo inventó.
A su lado, un joven con vaqueros, camiseta negra y chaqueta marrón chocolate, barba de tres días, con cara de despiste y ganas de salir a fumar. Es científico, investigador mileurista, y actualmente está enredado en algo de Medicina regenerativa, no se qué de los efectos adversos de la radioterapia mediante trasplante de células madre. Se le ve bien, SIN EMBARGO, no sabe que mañana le van a despedir y tendrá que irse al paro. Lleva un periódico doblado a la remanguillé debajo del brazo. Al acercarme no puedo evitar leer uno de los titulares: "Descenso drástico de los recursos públicos para I+D"

Ahora en casa, tranquilo y con un té a mi lado, me ha dado por recordar a Paul A. Samuelson y sus "cañones y mantequilla"; después he buscado información del inventor del desfibrilador, Jacques Arsène D'Arsonval, a quien he hecho santo de mi devoción y, por último, me he imaginado un mundo que por fin se da cuenta de cuales son las prioridades.

... luego ya me he despertado ...

miércoles, 16 de febrero de 2011

El charco

Hoy me ha dado por fijarme en un charco, ese que siempre está ahí, invariablemente, en cuanto caen cuatro gotas. Al pasar a su lado, me ha mostrado el reflejo de su realidad, no la mía, la suya. Gris verdosa, sucia, turbia y mate. El cielo está blanco, como viejo, pero el charco lo ve marrón escatológico. Un camión rojo de La chispa de la vida ha pasado por encima y durante unos segundos miles de burbujitas lo han decorado, momentos de falsa euforia que pronto se desvanecen. He cogido entonces una chinita y la he dejado caer al agua. La realidad del charco se ha convertido en ondas que distorsionaban su imagen. Todo se difuminaba como si estuviera lejos.
Hay dos realidades: la mía y la del charco. Si quiero, según mi voluntad, puedo hacer que la suya se desdibuje. Mi realidad es placentera, para qué lo voy a negar, ni se me ocurriría quejarme no se vaya a estropear. Pero, ahí en el suelo, está la otra.
Sólo en Madrid se entierran al año cien personas en nichos de beneficencia, personas en su mayoría sin identificar. ¿Quienes era? ¿Cómo es posible que nadie las reclame? ¿Dónde vivían?, seguramente en la realidad del charco. Gente sin hogar, sin familia, abandonada por los amigos, que algún día formaron parte de la otra realidad, la mía, pero que, quién sabe por qué, todo se les fue al traste.
Y ahí estoy yo, tirando chinitas sin parar para negar lo innegable, como si no quisiera ver esa realidad embarrada, sin saber que por mucho sol que haya en el cielo, siempre volverá la lluvia para llenar el charco.
... y en él cabemos todos...