Este fin de semana he estado en Formigal. Después de haber estado todo el sábado esquiando con un día de perros (léase viento, nieve, lluvia y un frío que te mueres), me fui al hotel para meterme en la sauna. Ya sé que suena pijo pero qué le voy a hacer, os aseguro que vosotros hubierais hecho lo mismo. Entré y estaba yo solito con mi toalla y mis ochenta y tantos grados. A mí, lo reconozco, me encanta la sauna, me relaja. Apoyé la cabeza y cerré los ojos suplicando que no entrara nadie a darme conversación. No tardó ni un minuto en entrar otro como yo, un tipo con ganas de desenchufarse. Al sentarse se le escapó un "por fin" lastimero. Estaba tan cansado como yo y se le veía disfrutar. Silencio total, cada uno en otro mundo, el privado.
Pero al rato abrió la puerta un señor regordete. Y digo abrió porque eso fue lo que hizo, abrir, decir "uh" y salir, como si esperase encontrar otra cosa, no sé, un par de macizas sudorosas dispuestas a volverse locas al verle. El caso es que se lo pensó mejor y volvió a abrir la puerta y, esta vez sí, se quedó dentro.
Se le veía incómodo, resoplaba todo el rato y no paraba de decir "joder-joder". Bufaba y me miraba extrañado. "Hostias, qué calor, esto no puede ser bueno", y yo allí rezando para que se callara. A punto estuve de decirle que no, que no era bueno. Rompió a sudar en cascada y se puso rojo en cuestión de segundos, desde los pies a la calva. El otro tipo y yo nos miramos preocupados por si le daba algo. Era absurdo verle abanicarse con las manos. Pero lo peor vino cuando se puso a hablar. Era de esas personas que se creen en la obligación de dar conversación para parecer educados. Lo primero que dijo fue "pues yo ya estoy hecho", chiste que habré escuchado cientos de veces en la sauna. Y luego nos contó parte de su vida en forma de monólogo del club de la comedia. Un horror.
Y esto me hizo pensar que mucha gente hace las cosas no por qué les guste, si no porque está bien visto o simplemente le hace parecer otro que no es. A lo mejor me equivoco, pero me imaginé a este hombre el lunes en su oficina, contando a sus compañeros lo maravilloso que era el spa y vendiéndoles las excelencias de la sauna.
A veces creo que somos un poco borregos, deberíamos ser un poco menos estúpidos y reconocer que cada uno es como es, que no queremos modelos ni referentes, que somos únicos e intransferibles y que si la sauna me sienta como un tiro, no pasa nada. Simplemente hay gustos para todo y que no por ser mayoritarios tengo necesariamente que compartirlos, véase por ejemplo las audiencias de televisión.
Si , que si, Sr.Caunedo.
ResponderEliminarMi hipotensión,núnca me ha permitido difrutar de ese calorcito(lo intenté como borrega, allá por tierras finesas..).Eso sí, los masajitos y demás lindezas de spa, me chiflan (suene o no pijo)
Buena reflexión.
Sonará a pijo pero lo que es bueno, lo es todo y que yo como que prefiero el baño turco, ese calor seco abrasador y a poder ser que no haya ni Dios.
ResponderEliminarCosita que tiene una.
Uf, un charlatán en la sauna. Qué pesadilla!!
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