jueves, 28 de julio de 2011

EL HOMOSEXUAL

En la panda del colegio había un homosexual. Lo sabíamos todos menos él. No había que ser muy avispado para darse cuenta, pero él negaba la evidencia. Su padre, que ya le tenía asignado un futuro de acuerdo a su criterio, le hubiera matado. Fue el último en tener novia, pero la tuvo, aunque sólo para guardar las apariencias. Un día, el resto del grupo quedamos para hablar del tema y sacarle del armario. No llegamos a ninguna conclusión, nadie quiso dar el paso. Algo tan personal debe afrontarse solo, dijo uno. No sé, tal vez no, a lo mejor sería aconsejable que le diéramos un empujoncito. Pero no, no lo hicimos, y un día nos llegó su invitación de boda. Fuimos todos con la esperanza de que recapacitara en el último momento. En el altar de los Jerónimos dijo "sí, quiero". Sólo le creyeron su mujer y los compañeros de partido, con su dirigente nacional a la cabeza. Nosotros sabíamos que aquello era una farsa y no hicimos nada. Hoy, cada vez que lo veo en el periódico o en el telediario no puedo por menos que arrepentirme de no haberlo intentado.

miércoles, 20 de julio de 2011

DIARIO DE UN NORUEGO

La semana pasada me compré unas sandalias porque quiero ser noruego. Ayer las estrené junto a un resplandeciente par de calcetines de tenis. Al mirarme en el espejo, me di cuenta de que me faltaba algo. Le pedí entonces a mi vecino uno de esos bermudas de cuadros con los que juega al golf. Después me compré una camiseta con el toro de Osborne y, de remate, un sombrero panamá y una cámara de fotos marcando paquete en el bolsillo del pantalón. Ya soy noruego, pensé, así que me fui a una oficina de información para darme una vuelta por Madrid.

Martes, 19 de julio  
La primero que he hecho es levantarme tarde. Ahora entiendo eso de que el desayuno lo den en el hotel hasta las once nada menos. He bajado a las once menos cinco para darme el gustazo. Eso sí, con un hambre vikinga. El resto de noruegos han invadido el comedor como  hicieron nuestros ancestros en media Europa hace unos siglos. Luego he salido del hotel atiborrado de bollos y fruta. El salmón lo he dejado para Oslo. En la calle me  he dado cuenta de que me brillaban las canillas. Las tengo blancurrias como buen noruego y a la media hora ya me escocían las rodillas. De ese guisa he ido al Prado, he aguantado hora y cuarto de cola y he conocido a un danés. Hemos visto juntos el museo. Ha sido una visita rápida, de compromiso más bien, porque los dos estábamos deseando ir a otro museo, el del jamón, para conocer eso que llaman "tapas". Después hemos paseado por el centro, esquivando gente y estatuas vivientes. En Oslo, las estatuas viviente sólo tienen un par de meses de trabajo, el resto son esculturas de hielo. Me he sentado en una terraza de la plaza mayor. Es curioso, pero no había madrileños por ningún lado. Me pedí una cerveza: siete euros sin tapa. En el mercado de San Miguel he pedido un vino a gritos y el camarero lo ha vuelto a repetir pero gritando aún más. Ya con hambre, me he metido un plato de paella sentado a pleno sol en una acera en la que los autobuses pasaban a cincuenta centímetros de mi silla. El calor me estaba matando de modo que me fui al hotel a hacer eso que llaman siesta. Esta gente come a las tres y luego se duerme. No lo entendía hasta que, al tumbarme con el aire acondicionado, me he quedado frito hasta las seis. Luego he salido a los 38 grados de la calle, que más o menos es la temperatura en que se licúa el alquitrán. Después, el guía nos ha llevado a una plaza de toros. Nos han sentado en un banco de hormigón con una almohadilla y un cucurucho de cacahuetes. Al segundo toro, a punto de vomitar la paella, me he separado del grupo y me he ido. He cenado solo en una terraza dónde nadie hablaba español. Es curioso que aquí todo lo hacen en la calle. Tengo la sensación de que me he pasado el día comiendo y durmiendo. Son las doce de la noche y no tengo sueño. Esta gente está saliendo ahora de casa. Estoy contento pero desorientado porque no sé si las pipas que me han puesto con la sangría son para comer o para plantar. En fin, mañana sigo.

viernes, 15 de julio de 2011

EL BURRO

Cuando yo era niño, monté una vez en burro. Pasaba unos días en la casa de la familia de un amigo de clase. Sólo lo he hecho una vez, y ya. El abuelo de mi amigo me invitó a hacerlo. Me alzó y me dejó allí, con las piernecillas colgando. Yo creía que los burros iban con silla, como los caballos en el oeste, pero descubrí que no, sin silla ni riendas. Era muy tímido así que no pregunté dónde se agarraba uno. Pobre burro, pensé, pero no me queda más remedio que cogerme de sus pelos, que no crines, sino pelos, duros, ásperos y apelmazados. El abuelo de mi amigo hizo un ruido con la boca y aquello empezó a moverse. Él iba a mi lado, lo que no me tranquilizaba nada porque el burro no hacía más que mirarle, como si quisiera encontrar el momento para escaparse. Y justo así fue. El abuelo se quedó hablando con un vecino y el burro siguió su camino por las calles del pueblo. Me quedé solo con aquel animal que se negaba a obedecerme. Claro que, mis órdenes no debían ser las apropiadas. Para, bonito, para. Y allí iba yo, por en medio del pueblo, como en procesión, agarrado lo más fuerte que podía y recibiendo la mirada de todos con cuanto me cruzaba. Casi todos se reían. El burro abandonó la avenida principal y se metió por callejuelas. Yo, desesperado, le pedía que se parara, pero nada. Por fin llegó a un corral que estaba abierto. Se metió y se puso a comer tan tranquilo. Y allí me quedé yo, mirando como el puñetero burro daba buena cuenta de la huerta de un vecino. Una hora y media después, llegó mi amigo con su abuelo, tan tranquilos. Me bajaron como pudieron. Tenía el culo hecho una pena y, para colmo, vomité por insolación. Desde entonces, veo un burro y me pongo malo.

jueves, 14 de julio de 2011

PASTILLERO

J.P. se compró un pastillero en un anticuario de Praga. Simplemente le pareció bonito. Empezaba la primavera y, al llegar a Madrid, metió la única pastilla que necesitaba, el antiestamínico para la alergia al polen. El caso es que empezó a notar que le daban sueño, por lo que metió una pastilla para estar despierto. Esa pastilla tenía una contraindicación importante, daba apetito, un hambre voraz, por lo que tuvo que meter una pastilla para quitar grasa. Estaba engordando un montón, lo que le irritaba, entonces decidió meter otra pastilla para bajar la tensión. Llegaba a casa tirado por los suelos. Su mujer, más entera que él, le pedía un esfuerzo horizontal, pero nada. Al día siguiente, metió viagra, un estímulo que le ayudaba en la cama pero le agotaba en el trabajo. Metió entonces un complejo vitamínico para animarse, pero tanto se animó que le dio un infarto. Ahora toma veintitrés pastillas. Dice que es feliz, pero no me lo creo.

UN TIPO PECULIAR



Helmut Brandauer era un tipo peculiar. Un escritor que, de haber existido, me hubiera gustado conocer, hasta emular, llegar incluso a disolverme en su esencia. Lástima que sólo sea un espejismo, aunque de puro imaginarlo, es como si estuviera aquí sentado, junto a mí. Disfruté mucho escribiendo este libro a su lado. Me caía bien. Tuve que matarle, eso sí, para más gloria de su espíritu, y así poder tener la excusa de escribir sobre él. Muchas de sus virtudes son mis defectos, pero en él quedan bien y resultan hasta magnéticos. Yo lo idolatro hasta un punto ignominioso del que no me queda más remedio que reconocerlo con resignación. He visitado su casa imaginaria, su pueblo austriaco inventado y hasta su tumba vacía, esa que es tangible como un sueño. Le he llegado a querer y desde aquí, siempre que puedo, hablo de él. Hoy me apetecía hacerlo una vez más, así que le he pedido que nos mande algunas de sus palabras desde el limbo. Como veréis, no tenía en buena estima a ese mundo intelectual del que él, sin quererlo, formaba parte.
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"No hay persona más repulsiva que un artista, un así llamado intelectual, incluidos los escritores. Los escritores suponen la degradación del género humano por cuanto su vanidad les rebosa y les rebasa hasta convertirles en seres repulsivos, vomitivos. Un escritor sólo se escucha a sí mismo, es incapaz de valorar el trabajo ajeno, suelen ser rencorosos y me hacen sentir bochorno cuando les oigo hablar. No puedo imaginarme compartir mesa con cualquiera de ellos, ya me duele la cabeza con sólo pensarlo. Son personas seguras de sí mismas y yo odio a las personas seguras de sí mismas. Odio a los que se dicen dotados con perfil de liderazgo. Odio a los cabecillas y sobre todo, odio a las personas que dicen no tener pelos en la lengua porque tarde o temprano te clavarán un cuchillo por la espalda. Teme a aquel que diga que va con la verdad por delante porque algún día terminará por mentirte. Odio a los que van de sinceros, a los escritores que caminan un metro por encima del resto de los mortales. No soporto a los escritores, esos que se dicen intelectuales y que se creen que su opinión nos importa, cuando en realidad nos interesa un carajo. Me dan asco". HELMUT BRANDAUER

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martes, 12 de julio de 2011

EL BLOG

Cuando Willy Wilder estaba viendo un partido de fútbol americano, un jugador, incapaz de frenar su carrera, se llevó por delante a un pacífico cámara que retransmitía el evento en directo. Ese hecho, lo que para todo el mundo no fue más que un motivo de carcajada, fue para Willy Wilder el chispazo de salida para que su imaginación creara el guión de "En bandeja de plata". Ya no hubo partido, nada más, sólo  fabulación.
Pues bien, eso, salvando las distancias, claro, es lo que me pasa a mí a diario. Cuando voy andando por la calle, todo lo que me encuentro son principios de historias. Antes, las almacenaba en la cabeza y con el tiempo se perdían, o como mucho, las anotaba en las miles de hojas sueltas que andan por mis mesas. Pero desde hace unos meses algo ha cambiado en mi proceder. Fue que se me ocurrió, a eso de finales de febrero (total, cuatro meses y medio) abrirme un blog para ver qué pasaba. Lo hice como sistema descompresor y liberador de la imaginación. Mi amiga Anne dice que soy un soñador, pero yo creo que tengo un mundo paralelo en el que me gusta esconderme más a menudo de lo que debería. Busco refugio en la ficción y no lo puedo evitar.
Por eso, cuando veo que en tan sólo cuatro meses y medio, Mundo voluble ha recibido ocho mil visitas, me sorprende y me emociona. Espero que mi agradecimiento parezca tan real como lo es en verdad, porque de todo el blog (bueno, de casi todo), es lo único verdadero que he escrito.
Hoy estoy así. Un beso grande a todos.

lunes, 11 de julio de 2011

LAS PERVERSIONES

Parece mentira que por la tontería del bolígrafo esté hoy aquí, desnudo, con un capuchón en la cabeza.
Todos los días a la misma hora, hacía girar el bolígrafo sobre la mesa y dejaba que su punta me marcara el destino. Últimamente me pasaba algo curioso: siempre apuntaba al mismo sitio. La cosa era siempre igual. Iba al VIPS, pedía el desayuno continental mientras leía el periódico, y hacía girar el bolígrafo. Daba igual dónde me hubiera sentado, en mesa o en barra baja, el caso es que su punta se dirigía siempre al mismo objetivo: la cajera. No sé, sería una señal del más allá o una revelación extraterrestre, me daba igual, pero no podía impedir que mi cabeza fabulara sobre las mil y una razones de aquel presagio.
Algo estaba claro: tenía que hablar con ella. Después de tantos desayunos ya teníamos cierta confianza, así que un día me atreví a ser más hablador. ¿Sabes que mi bolígrafo te señala todos los días? Dicho así, en frío, hizo que la cajera desconfiara de mi cordura. Le traté de explicar la estupidez y le hizo gracia. Quedamos al salir del trabajo para tomar algo. 
Era muy simpática. Me contó que los fines de semana era cetrero, pero como eso no era negocio, tenía que buscarse la vida en otra cosa. ¿Cetrero?, ¿de verdad? , y bastó un mínimo interés por mi parte para que empezara a hablarme de halcones, aguiluchos, señuelos y plumas. Llevaba un capuchón de cuero en el llavero del coche. Se animó a hablar y a hablar y ya no paró hasta mi primer bostezo.
Comenzó así mi relación con un cetrero. Es buena chica, la verdad, si no fuera por esa manía suya de llevar al extremo sus pasiones. Le gusta hacer el amor sólo si yo llevo puesto un capuchón en la cabeza; y lo que más la excita es darme de comer carne cruda de su mano. Sólo llevo tres días haciéndolo y ya estoy descompuesto. A mí no me va este rollo pero ella está encantada. No sé si debería decirle la verdad o contarle algunas de mis perversiones para compensar. A lo mejor, esta noche, le digo lo de la profesora ninfómana.

miércoles, 6 de julio de 2011

EL SECRETO

He estado tres días escondido en un secreto. Es un secreto a dos horas y media de Madrid. ¿Dirección? ¿Norte? ¿Sur?..., qué mas da, el caso es que al llegar, a uno se le olvida que existe el mundo. En ese secreto, unos amigos tienen una casa, una casa en la que al entrar, hace frío, aunque nadie en aquel secreto tenga aire acondicionado. Es un secreto en el que la gente, al cruzarte en la calle, te da las buenas tardes. El primero que lo hizo, creí que me había confundido con otro, pero que va, resulta que en el secreto todo el mundo es educado. Ayer hacía calor, pero si caminabas bajo los pinos, la brisa te acompañaba como un suave ventilador personal para que caminar fuera un placer. Y es que el aire del secreto es puro, huele a resina, y las vacas, cuando te miran, parecen hablarte. Por la mañana me bañé en la piscina. Me tiré sin pensármelo y por poco me quedo flotando como un pez muerto. Hasta el socorrista se asustó. Mis amigos me comentaron que nadie en el secreto se tira de golpe a la piscina. Dicen que no hay agua más fría en toda la península. A la hora de la cena, el secreto entero huele a parrilla. Mis amigos nos llevaron a un restaurante en el que no hay que reservar con dos semanas de antelación. Uno llega y come. Y cómo come. En el secreto, el tomate sabe a tomate, la lechuga cruje en la boca y la cebolla no pica. Las ensaladas son las de toda la vida, sin pollo, ni bacon ni roquefort. Además, el camarero (que es dueño-camarero-cocinero-psicólogo), cuando te toma nota, te pone la mano en el hombro. Huele a humo, a parilla y a panceta. ¿Tiene panceta? Hombre, por Dios. Pan de aceite y frasca de vino. En el secreto no hay carta de vinos, no hace falta, con una frasca nos vale. O dos... o tres....., y cuando sales miras al cielo del secreto y ves estrellas. Sí, en el cielo hay estrellas, más de las que parece. Vamos a la plaza del secreto a rematar. ¿Y los niños?, ¿no es tarde? En el secreto no es tarde nunca. ¿Dónde están los niños? Fuera. En el secreto no se dice "los niños están en la calle", se dice "están fuera", como si no hubiera calles, simplemente se van y vuelven cuando tienen más hambre. Una cosa más, ayer dormí con manta porque en el secreto el verano no es verano sin manta. Me encantaría confesar el secreto pero he prometido no desvelarlo. Mis amigos me matarían.

martes, 5 de julio de 2011

DE ALGUIEN CON MEMORIA

Foto: Antonio Naranjo

Mi máxima preocupación era que mi mujer no notara que me había olvidado de su cumpleaños. Volvía de París el mismo día que ella cumplía cincuenta años, una fecha marcada en el calendario desde el principio de los tiempos. Me acordé de ella cuando el avión atravesó una turbulencia más fuerte de lo habitual. Fue como una revelación. Cuando recuperamos la estabilidad quise pensar que era ayer, pero no tuve éxito. Cogí la revista de Air France y miré las últimas páginas. ¿Perfume? ¿Un reloj? ¿Una botella de vino? Imposible que colara. Los últimos diez minutos de vuelo los pasé elaborando una lista con todas aquellas excusas en las que pudiera afianzar mi falta. Todas eran, por reincidentes, innecesarias.
Llegué a casa muy de noche. Esperaba encontrarla en pijama, leyendo, pero estaba en el cuarto de baño, desmaquillándose. ¿Has salido esta noche? Sí, acabo de llegar. Olía a perfume y a sospecha. Estaba radiante. ¿Qué tal el viaje?, me preguntó mientras yo bajaba a la cocina para beber agua. Todo bien. Y entonces lo vi. Un ramo de rosas rojas reposaba sobre la encimera en perfecta exposición para ser admirado. ¿Y estas rosas? Un regalo. 
* * *
“La aventura siguió dos meses sin ser detectada. No es difícil engañar la primera vez, porque el engañado no tiene anticuerpos; al no estar vacunado por la sospecha, pasa por alto las llegadas tardías, acepta excusas absurdas y permite que los parches más endebles remienden grandes rasgones en lo cotidiano”.
PAREJAS, John Updike.

viernes, 1 de julio de 2011

LOS COLORES

Ayer fui a comprar óleos para el verano. Me sorprendí cuando me escuché pedir sólo dos colores: mucho negro y algo de blanco. El de la tienda me miró por encima de las gafas mientras esperaba la confirmación de que no le estaba tomando el pelo. No, de verdad, ocho tubos grandes de negro y tres de blanco. Quiso hacerse el gracioso diciéndome que el Guernica ya estaba pintado. En fin. 
De vuelta, en la moto, iba pensando en lo que me gustaría pintar. Lo que sea pero en negros, blancos y grises. Tal vez fuera el día. Es verdad que llevo unas semanas algo gris, un poco neutro, pero eso es normal en mí desde que tengo pelos en las piernas. A veces me levanto, y según voy hacia la cafetera, ya sé si el día va a ser gris moho, rojo horizontal o azul residencia. Mis hijas ya me conocen y me suelen preguntar por mi color favorito del día. Les encanta cuando les digo que el "naranja todo vale", porque eso significa que nos montamos en el coche y les dejo elegir música. Ya ves. 
Hoy estoy gris cielo de París, a juego con un bañador de jubilado que me he comprado. Luego me arrepiento, pero el color de mi ropa lo baso en mi estado de ánimo. Ayer lo vi allí colgado, en el puro ostracismo, apartado del mundo, alejado de las palmeritas y los Bob Esponjas. Era el último bañador, uno de cuadraditos grises, modelazo tercera edad, pero que me viene al pelo. Seguro que al llegar a la playa no me lo pongo, pero ayer quise llevármelo a mi cajón de bañadores.
Lo mismo con todo. Nunca me pidas consejo en un día de color tungsteno, ni se te ocurra. Ahora mismo acabo de pasar a negro túnel, y lo malo es que mañana tengo barbacoa en casa. No sé, espero controlarme y no dejar que se quemen las chuletas.