jueves, 29 de diciembre de 2016

EL ESPEJO DEL BAÑO


No dije nada y fui hasta el baño. Otra vez frente al espejo. Algo tienen los espejos de los cuartos de baño que siempre termino allí confesando las miserias. Deben ser el último reducto de sinceridad que me queda antes de engañarme a mi mismo en cuanto salgo.
El espejo estaba demasiado bajo y era pequeño, así que me apoyé en el lavabo y me agaché para mirarme. La luz venía del techo, lo que producía ligeras sombras bajo los ojos que marcaban las arrugas y me envejecían. Aún más. Alcé el mentón y estiré el cuello buscando mejor posición, aunque desistí al instante. Era absurdo pasarse la vida buscando el mejor ángulo y la mejor proyección de luz para disimular lo inevitable. Estiré los labios y me miré los dientes. Por suerte la fortuna empleada en el dentista estaba bien empleada. Sorbí directamente de la botella un poco de enjuague bucal y me analicé el rostro mientras mis carrillos se iban hinchando y deshinchando alternativamente. Pensé que llevaba mucho tiempo sin reír. Escupí y forcé una sonrisa estúpida. Probé con varias expresiones joviales y ninguna me convenció, de manera que cuando volví al salón llevaba la misma cara de amargado con la que había salido...

martes, 20 de diciembre de 2016

LA PRIMERA NOCHE

Fuimos a su casa. Me dijo que había comprado el sillón por la mañana y me senté para probarlo. Bostecé. Ella lo hizo después. Era muy tarde y estábamos cansados. Cuando empezó la noche no pensé que la conocería. El contagio del bostezo fue nuestro primer acto de complicidad.  Puso los pies sobre la mesa y yo, seguro de que no iba a encontrar oposición, hice lo mismo. Quedó el luto de mis calcetines negros al lado del jovial arcoiris de los suyos. Mis pies eran finos y largos, huesudos comparados con los de ella. Me parecieron grotescos a su lado, unos pies infortunados, como de esqueleto. Quise apartarlos pero ya no tenía fuerzas. Nos dormimos y esperamos que amaneciera.

domingo, 18 de diciembre de 2016

MUJERES DESPEREZADAS

Me gusta ver desperezarse a las mujeres por las mañanas; el descuido del pelo, la mirada aún difusa, cierto rubor en la piel y los labios mucho mas sugerentes que cuando se acostaron. Me gusta ver cómo aparece su ombligo bajo el pijama cuando se estiran. Me gusta que ronroneen como un gato antes de levantarse. Me gusta que saquen una pierna del edredón y se miren el pie como si no lo reconocieran. Me gusta que no digan nada y sin embargo lo digan todo...

miércoles, 14 de diciembre de 2016

COLORES

Me pidió que la disculpara unos minutos. Coge lo que quieras de la nevera, dijo. Di cuatro pasos y llegué hasta una librería de madera clara. Plantado frente a los libros repasé algunos títulos, más por entretenimiento que por interés, lo que hizo que me olvidara de ellos en cuanto me di la vuelta. Reparé luego en el crujido de la madera bajo mis pies. Miré al suelo y me vi ridículo con aquellas chinelas con borrego que me había obligado a calzar cuando entramos. Casi toda la superficie de la tarima estaba cubierta por alfombras de varios tamaños, colores y texturas, así que preferí descalzarme. Mis habituales calcetines negros me resultaron de pronto feos y tristes en un entorno tan colorista como aquel. Acostumbrados como estábamos yo y mis calcetines a ambientes más neutros, la explosión de color de su casa ensombreció aún más mi gusto por la ropa oscura...

martes, 13 de diciembre de 2016

LAS GANAS


Me había dado las indicaciones pertinentes para llegar a su casa antes de cerrar los ojos y dejar la cabeza apoyada en el asiento del copiloto. No voy a dormirme, me dijo, tranquilo. Las curvas de la carretera y su poco cuidado asfalto hacían que su cabeza se moviera levemente de un lado a otro. Entre los pies llevaba la bolsa con las botellas de vino con la despreocupación justa como para que no se rompieran sobre la alfombrilla del Land Rover. A veces creí oír una especie de murmullo, como si tarareara una canción, un arrullo. O un mantra. Mantenía la boca cerrada y las luces rojas del salpicadero iluminaban su cara. Tenía un perfil proporcionado, sin que hubiera un detalle que resaltara. La rectitud perfecta de la nariz contrastaba con la redondez de sus labios almohadillados. Yo alternaba la atención a la carretera con miradas rápidas y esporádicas a sus labios. Por suerte llegamos antes de que tuviera el impulso de besarlos, aunque ya dentro de la casa me fue más difícil disimular todas las ganas contenidas durante el trayecto...

lunes, 5 de diciembre de 2016

COCIDO MONTAÑÉS

Nada más aterrizar me llevó a un restaurante en un pueblo perdido, uno sin grandes pretensiones, ni estéticas ni gastronómicas, lo que facilitó la elección del menú. Era un negocio familiar, de comida casera, de esos que huelen a caldo de carne al entrar y el dintel de la puerta es tan bajo que hay que agacharse para pasar. Hacía muchos años que no comía sobre un mantel de papel blanco. Pensaba que ya no existían, incluso tuve ganas de dibujar sobre él. En el centro de la mesa había un dispensador de palillos de madera y no pude aguantar la tentación de hacer una especie de aspa entrelazando varios, como me enseñó mi padre cuando era niño. Llevar cincuenta años viviendo en Londres hizo que me emocionara cuando una señora mayor con mandil puso sobre la mesa un puchero de cocido montañés...