lunes, 22 de agosto de 2011

EL ANILLO


I. G. volvía en el AVE de regreso a Madrid después de haber pasado el día con su amante. Miraba distraído la estela de los árboles mientras jugueteaba con su alianza sobre la mesa. La sujetaba vertical con un dedo y la golpeaba suavemente con otro para hacerla girar. Después, tanteando con la palma, la buscaba abstraído hasta que la encontraba. Los tres pasajeros que compartían la mesa miraban los destellos del oro, todos en silencio, ejecutivos como él. Se acordaban de sus mujeres y se las imaginaban girando como esa alianza, bailarinas sin acompañante. Pero a I. G. le pudo el impulso y, con demasiada fuerza en el golpeo, la alianza cayó y fue rodando por el pasillo. Ninguno de los cuatro hombres se movió. Se miraron entre ellos pero no se levantaron. De pronto oyeron tres filas más atrás a una azafata: "¿es suyo éste anillo?... ¿es suyo éste anillo?" Los ejecutivos se observaron cómplices mientras la azafata llegaba. Por fin se puso a su altura y preguntó: ¿es de alguno de ustedes éste anillo? Se miraron, pero los cuatro negaron en silencio.

lunes, 15 de agosto de 2011

SU DESTINO, GRACIAS

Hace un rato, el GPS de mi coche me ha pedido DESTINO. En un ataque de abandono total, he escrito: "llévame dónde te salga de los huevos". Ha hecho los cálculos pertinentes y me ha advertido que tardaremos treinta y tres minutos en llegar.... y me he dejado llevar.
Gire a la derecha. En la rotonda, tome la tercera salida. Sitúese a la izquierda. Siga ese camino sin asfaltar. Salude al paisano. Gire detrás de aquella vaca y suba bordeando los prados. ¿Ve usted aquel acantilado?... Pues todo suyo.
Y aquí estoy, con el coche en marcha apuntando hacia el mar a ciento veinte metros de altura. Está atardeciendo y Leonard Cohen suena en la radio.
Ánimo..., en diez metros ha llegado a su destino.

martes, 9 de agosto de 2011

PARAR CON MAYÚSCULAS

Ayer me dio por andar de espaldas. Es incómodo, sí, pero en vacaciones me tranquiliza no mirar hacia delante. De vez en cuando me he girado para comprobar si el precipicio sigue lejos. He conocido a Gimena con G, una chica estupenda que mira al mundo al revés, boca abajo. Nos hemos hecho amigos. Ella me avisa de cualquier obstáculo que se pueda poner en mi camino, y yo le chivo si alguien nos sigue. Por lo visto ha robado un banco y la persigue medio Madrid. Andando, se nos ha acabado el país y hemos llegado al mar. Por fin me he dado la vuelta y nos hemos sentado sobre el tapón de la bañera.. A lo lejos hemos visto un barco y una isla. La isla se ha ido y el barco permanece varado. Hoy, aquí pescando sin sedal, he decidido Parar con P mayúscula. Gimena con G ha dejado de hacer el pino y ya no se le baja la sangre a la cabeza. Hemos hecho una fogata con papel timbrado y hemos decidido soñar un cuarto de hora. Después, cuando nos hemos dormido, hemos pensado en blanco. Al despertar, la isla ha venido a buscarnos. Os dejo, dicen que allí el  wifi está mal visto... 

sábado, 6 de agosto de 2011

HELMUT, según Alicia Huerta



Helmut, de Rafael Caunedo: paseo por una obsesión 

Alicia Huerta, periodista y escritora, EL IMPARCIAL, agosto 2011.

El verano, con o sin escapada fuera de la ciudad, es sin duda el periodo en el que muchos aprovechan para leer las novelas que, por desgracia, llevan durante meses acompañando desde la mesilla sus escasas horas de sueño y los nerviosos amaneceres en los que uno se levanta ya angustiado, con la mente convertida en una interminable lista de las cosas que ese día toca hacer. Algunos de esos libros están en casa desde Navidad, época en la que llegaron envueltos en brillante papel de regalo, y hasta ahora no se había encontrado el instante de abrir con curiosidad la portada para dar paso a ese otro mundo que, de repente y durante una temporada, se mezclara con nuestra realidad. Pocos momentos hay tan placenteros como los transcurridos en una terraza, cerca o lejos del mar, en un jardín bajo la fluctuante sombra de un árbol o en el sofá cerca del ventilador, sujetando un libro entre las manos dispuestos a dejarnos llevar por la historia de unos personajes a los que estamos a punto de conocer.

La magia que encierran algunos libros es poderosamente contagiosa. El autor nos introduce en un universo que sólo existe en su mente y las horas que vivimos a través de la ficción se convierten en horas que formarán parte para siempre de nuestra propia existencia. Por eso, a veces, los libros que recibimos como regalos de Navidad, de cumpleaños o porque sí, no colman la individual necesidad de evadirse a través de unas líneas que nos interesen, nos conmuevan, nos inviten a pensar. Y, así, el momento de acercarse personalmente a una librería para escoger los libros que nos acompañarán durante los días de vacaciones, aquellos para los que habrá que reservar un sitio en la maleta, debería de convertirse en una acción meditada, casi trascendental.
¿A quién me llevo yo este verano? ¿Qué historia se solapará con las experiencias calurosas que viviré durante la única época del año en la que por fin nos atrevemos a relajarnos? No, no creo que una elección de este tipo pueda parecerse a la de caminar empujando un carrito por los fríos pasillos de un hipermercado. Como tampoco creo que sirva limitarse a echar un ojo a las listas de los diez más leídos, que, en todo caso, sólo se trata de los diez más comprados.
Es cierto que muchos piensan que leer en diagonal la sinopsis que aparece en la contraportada no es la solución, pero, a veces, resulta incluso más inspirador que hacer caso a las recomendaciones. Como esta misma. Y, sin embargo, por primera vez no he sido capaz de resistirme a hacer una sugerencia. La segunda novela de Rafael Caunedo, titulada Helmut, es uno de esos impecables libros que llegan cargados de magia y te hacen vivir momentos intensos y de todos los colores. Amor, abandono, entusiasmo, pasión, incertidumbre, muerte, obsesión.
De modo que, ocupando el mismo espacio que cualquier otro libro en tu equipaje, Helmut, o mejor dicho su autor, te asegura un rico abanico de personajes fantásticamente perfilados y tan reales que acabas por hacerles un hueco no ya en la maleta, sino en el apacible transcurrir de las anheladas vacaciones que siempre, duren lo que duren, nos parecen demasiado cortas. Más o menos igual que sientes que ocurre cuando llegas al final de la historia de Mauro, el joven obsesionado desde la infancia con Helmut Brandauer, escritor austriaco de enorme y exquisita personalidad, y electrizante motor que cambia, o quizás simplemente dirija al correspondiente puerto, la planeada vida del protagonista y de quienes le rodean.
Alicia Huerta, El Imparcial

viernes, 5 de agosto de 2011

CANTÁBRICO

España es un país de esos que llaman mediterráneos. Me he puesto a pensar si yo mismo lo soy. Ser mediterráneo supone sol, luz y atardeceres naranjas. Entonces va a ser que sí soy. Hablan de que la idiosincrasia   del prototipo mediterráneo esta basada en la fiesta, la familia, la buena vida y la famosa dieta. Entonces..., oye, que sí, que soy mediterráneo. Es verdad que no me imagino a un noruego en su casa de Oslo durmiendo a las cuatro de la tarde debajo de un manzano. En cambio, yo  no sé hacer otra cosa. Vale, sí, debo ser mediterráneo. 
Pero claro, me da por mirar a la ventana y veo los Picos de Europa con un una niebla tan sugerente como maravillosa allá en lo alto. Bueno, sí, en el Mediterráneo también hay días grises... pero no como éste. No sé, lo veo distinto, y el atardecer no es naranja. 
Y ahora, aquí delante de un plato de fabada que se me están saltando las lágrimas... ¿soy mediterráneo si después me pido cabrito a la miel y arroz con leche? 
He estado caminando toda la mañana por acantilados donde el estruendo de las olas y la bravura del mar hacen que la tierra respire por sus poros. No hay barcos, hoy no han podido salir a faenar. Esto es el Cantábrico. Y soy feliz a su lado. 
Me reconozco más cantábrico que mediterráneo. Eso no es bueno ni malo; tal vez sólo se trate de un tema sentimental, o simplemente sea pura conexión vital, pero la paz de este mar no la encuentro en ningún otro sitio.