Todas las tardes hacía lo mismo. Se quedaba dormido en la silla de la cocina, al calor de la estufa, mientras Petra, su mujer, planchaba y le hacía la cena. Se le iba la cabeza hacia atrás y abría la boca mientras los ronquidos salían a través de la dentadura desencajada. La boina colgando del respaldo nunca se caía. Descalzo, con las botas embarradas debajo de la mesa, dormía a pierna suelta. Ya no hablaban, ni se escuchaban. Petra estaba harta. Todas los días lo mismo. Vivir con él era una condena.
Una de esas tardes, a la salida del médico, de camino a la farmacia para comprar antidepresivos, Petra tuvo una idea. Al llegar a casa, le vio dormido en la cocina, en su postura habitual, llenó entonces una cacerola con leche y la puso a calentar con el gas al máximo. Con cuidado de no hacer ruido salió de la casa para pasear durante dos horas por el pueblo dando vueltas por ahí.
De regreso, aguantó la respiración, entró sin encender la luz, abrió las ventanas y llamó a la Guardia Civil.
Y tu dices que yo soy mala?......
ResponderEliminar¡Qué ideaca! Me la apunto.
ResponderEliminar...Anita, hoy tocaba ser pellejo..., mañana hablaré de mariposas, por decir algo...
ResponderEliminar...anda ya, María, si tú tienes vitrocerámica...
ResponderEliminarPara tener depresión, Petra era de urdidos muy lúcidos. Bendita insoportable soledad
ResponderEliminarEntre palillos clavados ( Miss Noire), disparos con mira teléscopica ( Kenit)y accidentadas leches.( Rafael) podiais hacer un magnífico
ResponderEliminar"El caso" versión 2.0