Durante
un par de años viví con una mujer a la que le gustaban mucho los peces. Eso,
unido a que le quedaba un telediario para ingresar en un manicomio, hizo que instalara
un acuario enorme como cabecero de nuestra cama. Y yo, que por entonces estaba
muy enamorado, transigí sin darme cuenta que aquello iba a suponer un desastre
en mi vida sexual.
Se
llamaba Steff, era alemana, y cada vez que hacía el amor con ella, sentía la mirada
de todos aquellos peces clavarse en mi cara. Era como estar haciéndolo frente a
un jurado. Una noche, incapaz de concentrarme, amenacé a Steff: “Los peces o yo”.
Y
aquí estoy, leyendo tranquilo en mi cama sin tener burbujitas resonando detrás de
mi cabeza.
Estoy deseando saber el veredicto del jurado. Abrazos y enhorabuena, he visto que vas a editar la tercera...
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