lunes, 24 de septiembre de 2018

El oyente

Cada semana viene al club de lectura y se sienta en la última fila. Suele llegar pronto, incluso a veces el primero, y siempre se coloca al fondo, allí donde sabe que nadie salvo yo reparará en su presencia. Rondará los ochenta. Un día hablé con él y me dijo que solo venía al club para escuchar. “Ya no me queda nada que aportar, así que me dedico a dejar que otros piensen por mí. No tengo ganas de sacar conclusiones, ni mi cabeza está ya lista para ideas brillantes. Haga como si yo no existiera” me pidió, “y eso me hará sentir en el mundo”. Le dije que eso era absurdo, una incoherencia de libro. “¿Ve usted?”, continuó, “ya le dije que no tengo nada razonable que decir. Continúe con su trabajo e ignore que existo”. Y ahí se quedó, mirando al frente y girando el bolígrafo sobre una hoja en blanco. Jamás hemos vuelto a hablar.

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