No
dije nada y fui hasta el baño. Otra vez frente al espejo. Algo
tienen los espejos de los cuartos de baño que siempre termino allí confesando las miserias. Deben ser el último reducto de
sinceridad que me queda antes de engañarme a mi mismo en
cuanto salgo.
El espejo estaba demasiado bajo y era pequeño, así que me apoyé en el
lavabo y me agaché para mirarme. La luz venía del techo, lo que
producía ligeras sombras bajo los ojos que marcaban las arrugas y me
envejecían. Aún más. Alcé el mentón y estiré el cuello buscando
mejor posición, aunque desistí al instante. Era absurdo pasarse la
vida buscando el mejor ángulo y la mejor proyección de luz para
disimular lo inevitable. Estiré los labios y me miré los dientes.
Por suerte la fortuna empleada en el dentista estaba bien empleada.
Sorbí directamente de la botella un poco de enjuague bucal y me
analicé el rostro mientras mis carrillos se iban hinchando y
deshinchando alternativamente. Pensé que llevaba mucho tiempo sin
reír. Escupí y forcé una sonrisa estúpida. Probé con varias
expresiones joviales y ninguna me convenció, de manera que cuando
volví al salón llevaba la misma cara de amargado con la que había
salido...
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