Me había dado las indicaciones pertinentes para llegar a su casa antes de cerrar los ojos y dejar la
cabeza apoyada en el asiento del copiloto. No voy a dormirme, me dijo, tranquilo.
Las curvas de la carretera y su poco cuidado asfalto hacían que su
cabeza se moviera levemente de un lado a otro. Entre los pies llevaba la bolsa con las botellas de vino con la despreocupación justa como para que no se rompieran sobre la alfombrilla del Land Rover. A veces creí oír una especie
de murmullo, como si tarareara una canción, un arrullo. O un mantra.
Mantenía la boca cerrada y las luces rojas del salpicadero iluminaban
su cara. Tenía un perfil proporcionado, sin que hubiera un
detalle que resaltara. La rectitud perfecta de la nariz contrastaba
con la redondez de sus labios almohadillados. Yo alternaba la
atención a la carretera con miradas rápidas y esporádicas a sus
labios. Por suerte llegamos antes de que tuviera el impulso de besarlos, aunque ya dentro de la casa me fue más difícil disimular todas las ganas contenidas durante el trayecto...
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