Me pidió que la disculpara unos minutos. Coge lo que quieras de la nevera, dijo. Di
cuatro pasos y llegué hasta una librería de madera clara. Plantado
frente a los libros repasé algunos títulos, más por
entretenimiento que por interés, lo que hizo que me olvidara de
ellos en cuanto me di la vuelta. Reparé luego en el crujido de la madera bajo mis pies. Miré al suelo y me vi
ridículo con aquellas chinelas con borrego que me había obligado a calzar cuando entramos. Casi toda
la superficie de la tarima estaba cubierta por alfombras de varios
tamaños, colores y texturas, así que preferí descalzarme. Mis
habituales calcetines negros me resultaron de pronto feos y tristes
en un entorno tan colorista como aquel. Acostumbrados como estábamos
yo y mis calcetines a ambientes más neutros, la explosión de color de su casa ensombreció aún más mi gusto por la ropa
oscura...
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