Me había fijado en ella desde que el anfitrión me la presentó. De puro nerviosismo al tenerla tan cerca, metí sin querer el dedo en el abrebotellas. No sé cómo lo hice, pero una vez pasada la segunda falange, noté que aquello se había encajado. Continuamos hablando mientras disimuladamente intentaba liberarme. Yo, que por fin había conseguido atraer su atención entre tanta gente de la fiesta, me encontraba a punto de estropearlo todo. No me quedó otro remedio que contarla lo que me estaba pasando cuando ya el dedo estaba cobrando un ligero color verdoso. La dije que me esperara, pero no lo hizo. Cuando volví de urgencias la fiesta se había terminado.
Un amigo común me ha pasado su teléfono. Sandra, soy yo, el del abrebotellas. Después de contener la risa me ha preguntado por mi dedo y hemos quedado a cenar.
¿Ves? No hay mal que por bien no venga
ResponderEliminarBueno, al menos ya existe el abrebotellas para desencorchar todas las que vengan después de la cena...¡muy bueno!...
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