Este fin de semana he visto amanecer desde un acantilado en el Cantábrico. Cubierto pero sin llover, el cielo me ha dado tregua para calzarme las botas. Seguí la ruta costera sin cumplir ninguno de los requisitos del buen excursionista: no llevé ni comida, ni bebida, ni creo que la ropa adecuada. Parece ridículo pero no tengo cabeza para los forros polares y sí para los libros. Sin pensar, metí un libro en la mochila. Sólo eso.
Cuando el sol apuntaba sus naranjas desde la montaña, yo miraba los dos azules del horizonte, el oscuro del mar y el claro del cielo. Caminando llegué a un punto curioso. Paré y me giré 360 grados como un torero saludando desde el centro del ruedo. Algo raro noté. Después de una segunda vuelta me di cuenta de que desde ese punto concreto no se veía nada de civilización. Me esforcé en dividir el paisaje en cuadrantes imaginarios y después de diez minutos de rigurosa observación, certifiqué que lo único civilizado era yo, y no siempre. Ni un barco a la vista, ni la luz de un solitario faro, ni tejados rojos de los pueblos costeros, ni granjas, ni cables de alta tensión, antenas o carreteras. Nada. No puede ser, pensé. Pero sí. Sólo una columna de humo de algún pastor quemando rastrojos pero ni señal del pastor o su rebaño.
Y allí estaba yo como estaría hace cientos de miles de años el hombre de Neardental. Y de pronto me senté, justo en ese punto, y sentí como mi ropa se deshacía y se convertía en polvo, el pelo y la barba se enmarañaban, y mis pies, ya descalzos, aumentaban de tamaño. Paralizado, miré como mi fuertes manos calibraban la resistencia de una lanza con punta de silex. El olfato me avisó entonces de la presencia de un depredador. Huí hacia la seguridad de mi cueva y, amparado por el confort del fuego me puse a pintar con los dedos. Pero lo curioso es que seguía siendo yo y me vino a la cabeza el nasdaq y el precio del barril de brent. ¿Se presentará Zapatero a las elecciones? Y allí, semidesnudo, cubierto con la piel de un oso, pintando un mamut en una roca lisa, pensé que todo me importaba muy poco, por no decir nada. Por un momento me sentí feliz allí tumbado, en un duermevela reposado, pensando en los pájaros y en su inmensa suerte por poder volar. ¿Y el índice nikkei?... yo sólo quiero volar y...
Sonó mi móvil. Error. Debería haberlo dejado en casa. " Si, soy Ángela", una decoradora, "te llamo para saber si tendrás el mueble de los Oyarvide para el miércoles"
Me vuelvo a casa un poco más triste de lo que salí. No me apetecía leer el periódico. Mi mujer, al verme, me ha preguntado extrañada: "¿qué te has hecho en el pelo?".
Pero no me digas que no mola cuando uno se escapa y se da cuenta de que está plantado en medio del mundo y que en ese momento es lo único y esencial...ahora bien, el tema de los pelos, una fatalidad.
ResponderEliminarFeliz lunes.
Volver más triste, eso núnca.Desconectar, volver a los origenes, aún por breves momentos es esencial.Ah y la próxima ..olvida el móvil ¡¡¡
ResponderEliminarMuy cerca de ese lugar, vivo yo :)
ResponderEliminarSé lo que se siente
Yo también deseo un feliz lunes.
...a lo mejor somos vecinos de cueva...
ResponderEliminarA lo mejor somos vecinos de acantilado :)
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