miércoles, 23 de febrero de 2011

LA FAMA

En navidad, iba andando por la quinta avenida y me crucé, hombro con hombro, con Felipe González. Iba hablando con un amigo y detrás, sus parejas. Caminaban despacio, charlando, con las orejas rojas por el frío, como todo el mundo. Porque claro, Felipe González también es "mundo". Acostumbrado a verle rodeado de gente, periodistas y guardaespaldas, de pronto le vi allí, despeinado por el viento, con los zapatos hechos unos zorros, con cara de estar deseando un café caliente y llegar a un lugar dónde poder quitarse tanta capa de ropa. Vamos, como yo, como aquel, el otro, ese de allí y todo el "mundo" que andaba por Nueva York en ese momento. Pasó a mi lado, le oí la voz, su acento andaluz y pensé: ¡qué coñazo es ser famoso!
Pensé en lo a gusto que iba ese hombre andando por allí, con las manos en los bolsillos, sin escoltas, policías, acólitos y partidarios. Allí era Felipe, un español de vacaciones.
La palabra famoso está muy devaluada. La fama, hoy día, es una bagatela al alcance de cualquier descerebrado que esté dispuesto a dar gritos en un plató de televisión.
Me da pereza sólo con pensarlo.
Como dijo Montaigne: "estoy ansioso por darme a conocer, y en qué medida me resulta indiferente, siempre que realmente ocurra", y eso lo dijo él, que fue filósofo, escritor, humanista, político y moralista. Lo mismo que otros que yo me sé.

2 comentarios:

  1. ...y la frase de Montaigne tiene casi cinco siglos...

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  2. Pues eso, un auténtico coñazo. El anonimato, el confudirnos con cualquiera, nos hace libres, eso no debemos perderlo de vista.

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