Menos
mal que había parado de llover. Mayo en París, brillante y mojado, gris y maravilloso.
Desde que utilizaba bastón, Jean odiaba llevar paraguas. Presumido en grado
sumo, decía que andar con bastón y paraguas a la vez le hacía un caminar
“desacompasado, torpe y ridículo”, lo que para un compositor no dejaba de ser
pura ignominia. Sombrero y gabardina larga con cinturón eran más que
suficientes para soportar la climatología parisina a la vez que le conferían un
aspecto distinguido, un toque aristocrático según los cánones de los 50 que no
le molestaba en absoluto. Su porte elegante de ciento ochenta y nueve
centímetros y su medida esbeltez le dispensaban el donaire y la apostura de un
galán clásico. El bastón, regalo del ministro de cultura, le acompañaba desde
hacía un par de meses. Acostúmbrese a él, señor Asperge, le dijo su médico cuando
aún estaba convaleciente, será su mejor amigo hasta el final. Lo aceptó como un
toque chic y glamuroso a sus sesenta y cinco años...
(Esto forma parte de una novela que saldrá en mayo de 2014... todo llega)
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