Fue el suyo un noviazgo estándar, con modélica formalidad
acompañada de esporádicos y fugaces altibajos, por lo que todo el mundo
apostaba a que aquello acababa en matrimonio, como si estuvieran predestinados.
No eran complicados ni jaraneros, y la posible complejidad de sus respectivas
personalidades pasaba a ser simple y manejable en cuanto estaban juntos. La
unidad los apaciguaba, lo que le daba a la pareja el carácter de entidad, un
único ser formado por dos cuerpos. El suyo fue un noviazgo “amatrimoniado”.
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