En Eton College era obligatorio cantar en el coro. Mi voz, extremadamente aflautada, era muy valorada por los profesores, pero no por los alumnos, que siempre me asociaban a los castrati. En más de una ocasión tuve que justificar que mi tono agudo se debía al aire puro de Gloucestershire y que para nada se debía a razones quirúrgicas. Nada ayudó que tan sólo dos chicos en todo el colegio tuviéramos ese tono tan alto: uno era yo y otro Michelin O'Branigan, un espécimen pecoso cuyos dientes desmesuradamente grandes destacaban desde lo alto de la capilla en cuanto abría la boca, con lo que mi presencia allí resultaba anecdótica al captar él toda la atención. Durante unas vacaciones en España conocí el calimocho y mi carrera de contratenor se quedó en una playa cerca de Cádiz.
Es que no es para menos, no hay qien compita con una dentadura desmesurada que se come al resto a bocados.... tú te lo bebistes,
ResponderEliminarMe enreda tu humor satírico.
Besos sin dientes.