El día antes de mi boda pensé que era buena idea estrenar los zapatos y desgastar las suelas para así evitar posibles resbalones en mi entrada en el ayuntamiento. Nos casamos en Berlín porque mi mujer es alemana. Los alemanes son gente civilizada, correcta y educada, así que aquella mierda debía ser de un perro foráneo. La pisé justo en el hueco que deja el tacón y era tal su tamaño que subió por los laterales del zapato y se metió en las costuras. Estuve cerca de una hora sentado en un banco del Tiergarten quitando la mierda con un palito, entre náuseas y arcadas. Era mi zapato izquierdo. Dice la leyenda que da mala suerte, pero en mi caso no ha sido así y llevo quince años de felicidad conyugal. Ahora vivo en España. Aquí es más fácil encontrar ese tipo de cosas y cuando necesito un golpe de fortuna me siento tentado de pisar alguna.
Lo mismito hace el amante de tu mujer, y lleva treinta años de felicidad extraconyugal. Las mierdas es lo que tienen.
ResponderEliminarAbrazos.
Qué quieres que te diga, lo que se mete entre las costuras... Difícil de limpiar, siempre quedan vestigios, ¿está seguro el protagonista de su buena suerte? Un abrazo
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