Soy Robertto Bagnoli y hasta hace poco era contratenor. Vivía a las afueras de Milán, en un caserón del siglo XVIII que compraron mis padres cuando yo era niño. He pasado media vida girando por el mundo y la otra media encerrado en la casa.
En el segundo piso había un gran cuarto de baño que, dada su amplitud y su especial acústica, me gustaba para ensayar desnudo frente al espejo. Tanto tiempo pasaba allí encerrado que decidí encargar un trampantojo a un artista veneciano con tendencias suicidas, con talento para todo menos para quitarse la vida.
Eliminó los azulejos de toda una pared y en su lugar pintó una selva tropical, de suerte que cada día, al ensayar frente al espejo, me veía como si estuviera en pleno trópico. Un día, pasadas algunas semanas, un ave de colores chillones apareció pintado en el trampantojo. Era un guacamayo o algo así. Surgió mágicamente y lo dejé pasar. Pasado un tiempo, los ojos color caramelo de un leopardo me observaban desde detrás de una palma. Uno tras otro, un buen número de espectadores fueron apareciendo en mi baño.
Comencé a no querer salir de allí. Cancelé entonces la gira y mi representante me llevó a los tribunales. Un médico vino a casa acompañado de un agente de policía venido desde Roma. Rellenaron muchos papeles y me hicieron firmar otros tantos.
Ayer llegué aquí; no sé muy bien dónde. Apenas he podido dormir. He buscado un espejo para cantar pero me han dicho que están prohibidos. Además, en esta habitación acolchada no hay puerta y la acústica deja mucho que desear.
Buff! es lo que tiene tener aficiones un poco extrañas, a la que te descuidas te hacen un traje, de fuerza, claro.
ResponderEliminarFantástico...el relato...y el baño...
ResponderEliminarÓjala los seres en exceso imaginativos sean capaces de seguir imaginando su mundo ideal, pese a que los demás no sempeñemos en cambierles sus paisajes y su escenarios.
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