miércoles, 20 de julio de 2011

DIARIO DE UN NORUEGO

La semana pasada me compré unas sandalias porque quiero ser noruego. Ayer las estrené junto a un resplandeciente par de calcetines de tenis. Al mirarme en el espejo, me di cuenta de que me faltaba algo. Le pedí entonces a mi vecino uno de esos bermudas de cuadros con los que juega al golf. Después me compré una camiseta con el toro de Osborne y, de remate, un sombrero panamá y una cámara de fotos marcando paquete en el bolsillo del pantalón. Ya soy noruego, pensé, así que me fui a una oficina de información para darme una vuelta por Madrid.

Martes, 19 de julio  
La primero que he hecho es levantarme tarde. Ahora entiendo eso de que el desayuno lo den en el hotel hasta las once nada menos. He bajado a las once menos cinco para darme el gustazo. Eso sí, con un hambre vikinga. El resto de noruegos han invadido el comedor como  hicieron nuestros ancestros en media Europa hace unos siglos. Luego he salido del hotel atiborrado de bollos y fruta. El salmón lo he dejado para Oslo. En la calle me  he dado cuenta de que me brillaban las canillas. Las tengo blancurrias como buen noruego y a la media hora ya me escocían las rodillas. De ese guisa he ido al Prado, he aguantado hora y cuarto de cola y he conocido a un danés. Hemos visto juntos el museo. Ha sido una visita rápida, de compromiso más bien, porque los dos estábamos deseando ir a otro museo, el del jamón, para conocer eso que llaman "tapas". Después hemos paseado por el centro, esquivando gente y estatuas vivientes. En Oslo, las estatuas viviente sólo tienen un par de meses de trabajo, el resto son esculturas de hielo. Me he sentado en una terraza de la plaza mayor. Es curioso, pero no había madrileños por ningún lado. Me pedí una cerveza: siete euros sin tapa. En el mercado de San Miguel he pedido un vino a gritos y el camarero lo ha vuelto a repetir pero gritando aún más. Ya con hambre, me he metido un plato de paella sentado a pleno sol en una acera en la que los autobuses pasaban a cincuenta centímetros de mi silla. El calor me estaba matando de modo que me fui al hotel a hacer eso que llaman siesta. Esta gente come a las tres y luego se duerme. No lo entendía hasta que, al tumbarme con el aire acondicionado, me he quedado frito hasta las seis. Luego he salido a los 38 grados de la calle, que más o menos es la temperatura en que se licúa el alquitrán. Después, el guía nos ha llevado a una plaza de toros. Nos han sentado en un banco de hormigón con una almohadilla y un cucurucho de cacahuetes. Al segundo toro, a punto de vomitar la paella, me he separado del grupo y me he ido. He cenado solo en una terraza dónde nadie hablaba español. Es curioso que aquí todo lo hacen en la calle. Tengo la sensación de que me he pasado el día comiendo y durmiendo. Son las doce de la noche y no tengo sueño. Esta gente está saliendo ahora de casa. Estoy contento pero desorientado porque no sé si las pipas que me han puesto con la sangría son para comer o para plantar. En fin, mañana sigo.

3 comentarios:

  1. Sr.CaunedERSEN, siga contandonos , estamos a la espera.
    Desde Thromson reciba un cordial saludo.
    Fdo. Sra PomaNSEN

    ResponderEliminar
  2. ...además, la paella llevaba guisantes... Puagg...

    ResponderEliminar