Cada vez le asombraba más el reino animal. Su marido, por ejemplo, podía perfectamente ser el protagonista de cualquier documental de La2. A veces, se le quedaba mirando en la piscina, y no entendía cómo podía llevar veinte años casada con aquello. Con lo mono que era cuando le conocí. ¿Cómo es posible que de mono haya pasado a mandril sin que me haya dado cuenta? Le mira mientras intenta darse crema solar en el pecho, sobre esa maraña de pelo y esas tetillas incipientes. ¿Qué queda de ese cabo primera que conocí bailando en las fiestas del pueblo? Le miraba y no se cansaba de preguntarse por qué. Parece que, una vez se casan, los hombres se dejan llevar. Una vez ya tienen la presa, se quedan a expensas de la providencia. Es como si se hubiera abandonado, piensa ella mientras le ve ahuecarse la gomilla del bañador. No entiende por qué se compra los bañadores braga, nunca lo ha entendido. Él dice que le gustan y con eso es suficiente. Ella coge las revistas de la peluquería y las deja abiertas en el salón de casa justo por alguna página dónde aparezca un hombre estupendo, de anuncio, cuidado y oliendo a colonia. Él ignora todo aquello que no diga el Marca. Lo suyo es el fútbol en la televisión. De joven, decía que le gustaba bailar, pero era mentira. Siempre pudo más la partida de dominó en el bar de la plaza. El único riesgo que ha corrido en su vida fue el día que no salió con el seis doble. Su mujer siempre quiso montar una tienda en el pueblo, pero decía que no, que luego, con tanto trabajo, no le daba tiempo a cocinar. Ahora que le mira, tal vez la culpa sea suya por darle tanto de comer. Está gordo, muy gordo, pero él se gusta así. Se da una par de palmadas en la tripa para fardar de salud con sus amigos, otros iguales que él, igual de gordos. Ellas les mira. ¿Dónde están los hombres de las revistas? Su marido no sabe hacer café y la obliga a madrugar para hacérselo. Incluso en vacaciones, como ahora, tiene que levantarse a las seis menos cuarto. ¿He dicho vacaciones? No, sólo fueron un año a Torremolinos, y a él no le gustó. Dijo que el agua de la piscina estaba muy caliente. Él se baña sólo en el pueblo. No se ducha al tirarse en plancha y deja flotando una capilla de sudor con Copertone por el agua. Ella se avergüenza de su marido. Le mira mientras nada. Parece que se va ahogar. Ojalá se ahogue, piensa, aunque al instante le da apuro haberlo hecho. Ese es mi marido, ese de ahí, alguien al que no quiero y del que no puedo huir.
Muy bueno. Perfecto retrato del español medio de hace unos años.
ResponderEliminar...gracias, Magnus, es verdad que la cosa ha evolucionado bastante...
ResponderEliminarPues no se que decirte. ahora se dice aquello de "con lo mono que era, todo el día atento, ahora se pasa el dia engachado al Ipad, al Ipod y al móvil, seguro que cuando salta a la piscina se electrocuta...ojala lo haga...." En el fondo no hemos cambiado tanto.
ResponderEliminarDefinición politicamente muy correcta, aunque acartonada y parece la de un macho ibérico de otro siglo. Iba a decir que feminista, pero ni eso, más bien parece como si estuviera viendo una película de Pajares y Esteso.
ResponderEliminar...Anita... supongo que la cosa sí ha cambiado... pero vamos, mi entrada es una simple fotografía de otra época... no hay trasfondo reivindicativo ni pretende aleccionar.. ya sabes que esto del blog es un mero divertimento... además, seguro que tú en las piscinas te fijas en otras cosas...
ResponderEliminarOjo señorita/a Noire, que la última vez que leímos que el blog era un mero divertimento se borró misteriosamente una entrada de una fotografía de una multa. Verdadera magia
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