A menudo se decía que
sería otra persona si no fuera por sus miedos. Según su psicólogo lo importante
era acotarlos, conocerlos para después domesticarlos. Se aferraba entonces a
esa posibilidad para alentarse en espera de que llegara el momento en que pudiera
con ellos. Por eso era feliz en aquel apartamento, con sus miedos colgando en
el perchero del descansillo del ascensor.
Fuera de allí era esquiva; dentro buscaba el roce afectivo.
Y la cocina era tan pequeña que tocarse era inevitable...
Fuera de allí era esquiva; dentro buscaba el roce afectivo.
Y la cocina era tan pequeña que tocarse era inevitable...
Imagino que fue bien hasta que el perchero deformó sus miedos, y ya no pudo reconocerlos. Y la cocina resultó entonces tan pequeña que el roce (también) era inevitable.
ResponderEliminarAbrazos, siempre