La
primera vez que besé a Olaf fue en julio del año pasado, cuando le vi tirado en
el suelo en plena Plaza de España, en Sevilla, rodeado de turistas. El boca a
boca no fue suficiente para recuperarle del golpe de calor. La ambulancia le
llevó diez minutos más tarde al hospital donde yo trabajaba de enfermera.
Cuando despertó, fui a verle y me invitó a cenar.
Hoy
vivo en Olso. Ahora mismo son las diez de la mañana y estamos a once bajo cero. Llevo mes y medio sin ver el sol. Olaf está en su estudio y yo voy camino de un bar español donde
cada mañana hacen churros.
Suerte, la suya. A mí, en Ordesa, me tocó dar calor a una libia de Al Aziziya. Ahora mismo son las tres de la tarde, y en el desierto no hay Mahou.
ResponderEliminarAbrazos, siempre