lunes, 13 de agosto de 2012

YO Y EL TABACO


La conocí viendo Casablanca hace muchos años. Era grande y rubia, muy sueca, muy Ingrid. Y por ella volví a fumar.
Encendió su cigarrillo muy despacio sabiendo que la miraba. Se giró y me ofreció uno. Lo cogí por no contradecirla. Le pedí fuego y me dio la brasa de su cigarrillo, lo que me excitó y me animó a dar una calada de las de antes. 
Veinte años llevaba sin fumar y fue tal la arcada que me dio que a punto estuve de vomitar. De pronto, un acceso de tos que salía de lo más profundo de los alveolos me obligó a sacar la lengua hasta casi tocar el asiento de delante. Me puse rojo berenjena tirando a gris neumático, y los ojos lloraban irritados por el grosor antinatural de sus venas.
Ella, muy sueca, me observaba asqueada por la babilla de mis labios. Se levantó sin dejar de mirarme por si me moría allí mismo. 
Y allí estaba yo, con aquel cigarrillo aún en la mano, bebiendo agua a morro en el servicio del cine para poder respirar con normalidad. Hoy sigo fumando paquete y medio por su culpa.

1 comentario:

  1. Hace mil años, una alérgica a la leche como la menda, se tomó un cortado en una primera cita con un tipo al que quería impresionar. Casi muero, así que comprendo al pobre hombre.

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