jueves, 16 de agosto de 2012

YO Y EL CAMINO DE SANTIAGO


Se me rompieron las ‘gafas de cerca’ nada más comenzar el camino de Santiago, de suerte que no podía ver los mapas con claridad. Mi empeño por hacer la ruta completa desde Francia a través de la senda costera me obligó entonces a aliarme con un par de alemanes, pero su ritmo atlético no le iba bien a mis rodillas. Los dejé marchar mientras yo me paraba cada dos por tres para echarme Reflex en las piernas. Era tal el olor que ningún insecto se acercaba a mí y mi rastro era perceptible desde Roncesvalles.
 Hacerse mayor es una faena. Uno pierde la memoria y se convierte en un trasto. Ahora mismo estoy aquí, en un pueblo en plena montaña asturiana. Son las ocho de la mañana y estoy sentado sobre mi mochila a la puerta de una farmacia en espera de que abra. Tengo que comprarme Supercorega, ese pegamento que sirve para que la dentadura no se mueva. Llevo varios días perdido por el monte bebiendo caldito en los refugios porque no puedo masticar ni una miga de pan.
No sé si llegaré a Santiago. Si lo consigo, tengo claro lo que le voy a pedir: más tiempo.

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