martes, 28 de agosto de 2012

QI Y YO


 Había asistido a un concierto en la iglesia, justamente el que clausuraba el festival anual que se celebra en agosto. Con Mendelssohn sobrevolando por allí y contagiado por la espiritualidad del lugar ya casi por mí olvidada, me pareció ver un ángel al violín. Miré su nombre en el programa: Qi, y era japonesa. Fui el primero en ponerme en pie para aplaudirla animando al resto del público a hacer lo mismo. Ella, tímida como sólo un oriental puede serlo, vestida con un sobrio vestido negro, correspondió a la ovación con una sonrisa apocada pero muy expresiva. Yo, sin duda, me había enamorado.
Una hora más tarde me desenamoré. La localidad no era muy grande, de suerte que no era difícil encontrarse siempre con los mismos paseando por el puerto o tapeando en las tabernas. La mala suerte hizo que Qi y yo coincidiéramos en la misma sidrería. Nunca había visto a un ángel chupar un percebe ni escanciar un vaso de sidra con tan poco arte. La miré con ojos terrenales, sin Mendelssohn por medio, y mi amor se acabó. Fue fugaz, sí, pero intenso.

2 comentarios:

  1. Ohh, esos instantes de encandilación extrema ¡¡
    Que sería de nosotros sin ellos , o si no fueran fugaces .
    Recuerdo un piano acariciado por un adonis....Cuando habló me dolieron los timpanos, su voz era un pitido,

    ResponderEliminar
  2. Cupido hace estragos con sus flechazos...

    ResponderEliminar