Cuando yo era pequeño, mi abuelo convocó a sus diecinueve nietos para que le acompañáramos a un vivero. Cada uno debíamos elegir un árbol para plantarlo al final del jardín y así disponer con el tiempo de un bosque: "El bosque de los nietos".
Cada uno eligió el más acorde con su personalidad. El prepotente mostró su arrogancia con una secuoya. Al desequilibrado le gustó el alcornoque. Al aventurero le inspiró el castaño para construir una cabaña en sus ramas. Al vago le convenció la sombra de un olivo. El siniestro eligió un ciprés.
Yo, como iluso de la familia, me encapriché de un álamo blanco. Alguien me había dicho que su tronco era el idóneo para tallar corazones. Lo que nadie me explicó fue cuántos había que tallar hasta llegar al definitivo. Lo digo porque está pasando el tiempo y ya me estoy quedando sin hueco.
Qué bonito título, qué bella historia y qué bien contada. Es una preciosidad...
ResponderEliminarImposible.
ResponderEliminar¿Has probado en las raíces? A veces lo definitivo es lo primero.
ResponderEliminarPRECIOSO, ME HA ENCANTADO..."Lo que nadie me explicó fue cuántos había que tallar hasta llegar al definitivo...". CONOZCO ESE SENTIMIENTO. UN SALUDO
ResponderEliminarQuizás sea el momento, ahora que ya no queda sitio en el árbol para tanto amor...
ResponderEliminarBonito texto!