"Leyendo el artículo sentado en un banco del parque Monceau rememoraba lo ocurrido la tarde anterior durante la inauguración de mi exposición, aquel constante flujo de personas que se acercaban a mí para saludarme y darme la enhorabuena después de haber dado una fugaz e indiferente pasada delante de mis cuadros. Todos, absolutamente todos, hablaban en grupitos con un vino en la mano sin apenas hacer caso al motivo que los concitaba. Nadie me conocía, de suerte que pude ver a Kowalsky haciendo las funciones de portero en la puerta, dando indicaciones de hacia dónde debían dirigirse para saludar al artista. “Es aquel de allí, el larguirucho, el que tiene cara de inglés”, le oí decir a una pareja que no pudo por menos que sonreír al escuchar tan exacta descripción".
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