Mi padre montaba muy bien a caballo, por eso durante unos días fue extra en el rodaje de La caída del Imperio Romano, de la productora de Samuel Bronston. En 1964 yo no había nacido, así que tuvieron que pasar unos años hasta que pudiera fardar de su hazaña. Una tarde de sábado, una de esas en que había Sesión de Tarde en la Primera cadena, pusieron la película y mi padre se plantó frente a la tele en espera de que apareciera su famosa escena. Yo le imaginaba robando plano a James Mason o haciendo que Sophia Loren cayera rendida a sus pies. Pero no. Resultó ser uno de aquellos del fondo, de los del final, de los que van a caballo. Le pusieron un pecho de lata y un palo en la mano y ¡a desfilar! Mi padre se esforzaba en señalarme con el dedo una cagadita de mosca en la pantalla. ¡Ese soy yo! Pero podía ser él o cualquier otro. Recuerdo la desilusión que sentí.
Hoy he vuelto a ver la película. Han pasado muchos años y por un momento he visto a mi padre delante de la pantalla señalándose orgulloso. Será el 3D.
Qué grande Sophia Loren.
ResponderEliminarUn saludo. Buen escrito.
Sí, Kenit, ya no las hacen así.
ResponderEliminarY además, no ha envejecido nada, el tío. Será el 3D
ResponderEliminarAbrazos, hoy especiales