Estaba en el Madison Square Garden haciendo la crónica de un partido de la NBA. A ojos de un aficionado al baloncesto, tengo el mejor trabajo del mundo, pero para mí es un rutinario y agotador aburrimiento.
Un día vino Stephanie para animarme. También era periodista deportiva y llegó para sustituir a un compañero enfermo. Se sentó dos filas más abajo que yo. Llegó tarde, cosa que me hizo disfrutar de verla pasar entre los compañeros con precipitación, agobiada por el tiempo. Antes de sentarse a trabajar pude comprobar que sus vaqueros estaban seguramente fabricados en exclusiva para ella dada la longitud de sus piernas. Una simple camisa blanca no desabotonada en exceso hizo el resto. Tenía la belleza de la discreción, la mejor de las bellezas. Con agilidad se anudó una coleta.
Pensé que al acabar el partido debía presentarme antes de que lo hiciera otro. Pero, (y siempre hay un pero), cuando terminó la crónica, Stephanie actuó de una manera que me hizo dudar. Una vez envió el trabajo al periódico, desconectó el portátil con la meticulosidad de una maniática. Primero un cable. Lo enrolló sobre sus dedos con milimétrica precisión para después meterlo en un compartimento justo para su tamaño. Después hizo lo mismo con la petaca del cargador y por último el otro cable, con idéntica pulcritud en el proceso de enrollado, sujetando el final con una cintita de velcro para que no se desmadejara. Ya para terminar, limpió el teclado y la pantalla con un trapito de esos que repelen el polvo. Verla por fin cerrar el ordenador y anclarlo con una cinta dentro de la bolsa fue algo superior a mi paciencia. La operación duró cinco minutos y cuarenta y siete segundos.
Yo, que tengo establecido el récord europeo de recogida de portátil en ocho coma tres segundos, comprendí que Stephanie tampoco iba a ser la mujer de mi vida.
Nota: por cierto, el récord mundial lo ostenta un coreano. Ganaron los Knicks.
No desesperes. Cuando termines los ciento cuarenta y ocho capítulos de La mujer de mi vida, puedes empezar con aquello de La vida de mi mujer... Ahí tienes un filón inagotable.
ResponderEliminar¡Qué bueno!...inteligente y suspicaz...jajaja...seguro que esos relatos serían igual o más interesantes.
EliminarMe encanta esta serie, Rafa.
ResponderEliminarEstoy enganchada y además crea una perspectiva de futuro muy interesante para ver cual será el desenlace...
¡Felicitaciones por tu creatividad!
Quita , quita, maniaco-obsesivas...fuera¡¡
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