Contengo las ganas de pedir un gin tonic gracias a la insulsez de un té. Estoy sentada en una butaca de un hotel de Barcelona, ligeramente incorporada hacia delante,
hojeando un periódico sin descubrir nada que no sepa. Apenas soy consciente de que doy vueltas al azúcar con la cucharilla, produciendo un leve tintineo
en el silencio de la sala. Mastico una pasta. Bajé del AVE de Madrid a primera hora de la mañana y llevo todo el día de reunión en
reunión, en pie con una desangelada ensalada de queso y nueces, así que de buena gana me quitaría los zapatos, y me dejaría invadir por el sueño, acogida por la seductora blandura de estos sillones, con el tentador deseo de despertar y que todo esto sea mentira.
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