Llevaba un anillo ovalado de dos colores. Juraría que lo
llevaba. Recapituló el día anterior para saber dónde pudo haberlo
perdido. Era imposible que se le cayera, ni siquiera en el ascensor de su oficina. Tal
vez lo recogiera él inconscientemente mientras se vestían.
Se arrepintió entonces del pacto: nada de teléfonos, nada de nombres...
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