miércoles, 1 de junio de 2011

LA PATINADORA

Hace unos años me enrollé con una patinadora canadiense, en Quebec. No sé qué hacía yo sentado en la grada vacía de aquella pista de hielo (seguramente sólo observar), viendo el entrenamiento de una chica que no paraba de dar saltos por todas partes. Yo, como buen latino, no le quitaba ojo al culo. Siempre me han gustado las piernas de las patinadoras, aunque nunca las había visto de cerca. En general, me encanta la frágil elegancia de sus movimientos y esa sensación de limpieza. No me imagino a una patinadora oliendo a sudor, por ejemplo. En fin, sigamos o me despisto. En una de sus pasadas frente a mí la hice parar. ¿Te importa que te haga fotos? Me miró con cara de "¿y éste quién coño es?" Luego me enteré que fue campeona olímpica por lo que estaba acostumbrada a las fotografías de los pesados como yo. Cuando terminó de entrenar, con la tontería de las fotos, la pregunté si quería verlas. Para que la dejara en paz pronto, dijo que sí. Pobre, lo que no sabía es que luego la iba proponer tomar algo. De pronto empezó a sonreír con malicia y me llevó a un sitio que ella conocía.
Ya en el café, yo la hablaba de España mientras ella no quitaba la mirada de la puerta. Y en un momento determinado, sonrió. De repente oí una voz cavernosa detrás de mí. ¿Y éste quién es? Un canadiense que debía estar subido en unos zancos me miraba desde las alturas. Un amigo español. ¿Un amigo?, ¿y español?, y del empujón que me dio, me mando hasta la barra patinando por el suelo, con tan mala suerte que mi cabeza chocó con la pata de una mesa. Me quedé atontado (un estado bastante habitual en mí).
Cuando desperté, la patinadora me daba aire con la carta del restaurante. ¿Qué ha pasado?, pregunté exagerando el mareo. Me lo explicó compungida. Verás, es mi novio. Le he llamado para hacerle sufrir por cabrón (yo no sabía que las patinadoras decían tacos... pero en francés suenan tan bien...) Le dije que estaba saliendo con un español.
De modo que me había utilizado como cobaya. Lo bueno fue que la patinadora tenía sentimientos, así que me invitó a su casa a cenar. Lo que vino luego me lo reservo, aunque no puedo dejar de comentar que aquellas piernas, de cerca, parecían las de Indurain.

3 comentarios:

  1. Te veo ahí inmovilizado,en una llave, entre sus extremidades musculadas.
    :)Utilizado, pero aprovechado querido Rafael.

    ResponderEliminar
  2. .... de vez en cuando hay que hacer estos sacrificios....

    ResponderEliminar