por Rafael Caunedo © todos los derechos reservados. http://rafacaunedo.wixsite.com/escritor
miércoles, 18 de marzo de 2015
LA CONCIENCIA
¿Pero qué había ocurrido? Nada. Y sin embargo, mucho. Por un lado se quería convencer a sí misma de que no tenía nada de lo que lamentarse puesto que nada ocurrió, pero por otro se arrepentía de haber deseado con todas sus fuerzas que ocurriera. Eso le hacía sentirse culpable.
jueves, 12 de marzo de 2015
CRAM
Mi trabajo consiste en
decirle a la gente que se va a morir y quedarme con ellos hasta el final.
A mediados del siglo
XXI la Unión Europea creo el CRAM (Cuerpo de robots de asistencia al
moribundo). La idea surgió en la década de los años veinte, en la que aún se
arrastraban las consecuencias de los recortes de sanidad provocados por la gran
crisis de principios de siglo. La propuesta nació en España, donde, tras la abolición
de lo que se llamó Ley de Dependencia, miles de ciudadanos se vieron de pronto
incapaces de sobrellevar la enfermedad sin nuestra ayuda.
En principio fui creado
como robot de compañía. Básicamente debía entretener a la alta sociedad durante
las largas jornadas invernales en las que la nieve ácida impide salir a la
calle. Mi conversación y mis dotes como cocinero me hacían indispensable
durante el invierno. También, como servicio extra, podía mantener relaciones
sexuales a un precio más económico y con menos riesgo que con los SHS (Sexual Human
Service), una compañía americana de prostitución que opera a nivel global.
Luego, con el tiempo, me han reconvertido en acompañante de personas en estado
terminal, dado que el departamento de asistentes del Ministerio de Sanidad fue
cerrado tras las elecciones de 2021.
No me gusta mi trabajo.
Sé que soy una máquina y que no estoy diseñado para sentir emociones. No las
tengo, no se engañen, pero a fuerza de ver morir a mucha gente, uno se hace
preguntas. Ayer murió mi último servicio. Lo llaman servicio para
despersonalizar la relación, una manera como otra cualquiera de evitar la
empatía. El Estado tiene miedo de que los CRAM lleguemos a sentir lástima por
los terminales. Se llamaba Joanna. Con treinta años le detectaron el “síndrome
de invierno”, una degeneración neuronal muy común provocada por los meses de
aislamiento en entornos insalubres. La imparable sucesión de desahucios provoca
el hacinamiento en grandes hangares donde las condiciones higiénicas generan
todo tipo de enfermedades.
Y es aquí donde se
requiere nuestra ayuda, dado que mucha gente no tiene familia, o, si la tiene,
está lejos y no puede viajar durante los seis meses de frío. Ayer, Joanna me
dijo que echaba de menos la primavera. La conoció de niña. Con los ojos
cerrados me habló del olor de las flores. “Es muy difícil explicar los olores”,
me dijo, “quiero volver a sentirlos”. La miré mientras evocaba su niñez y me
hablaba de sus padres, muertos también por el síndrome. De pronto, mirándome
fijamente a las membranas de captación de imágenes, me dijo: “Llévame con
ellos”.
Pensarán que un robot
no es capaz de hacer algo así, que no tengo capacidad de decisión y que mis
sistemas me impiden hacerlo. Yo también lo creía hasta ayer.
No la maté, tan sólo le
di otra vida mejor.
lunes, 9 de marzo de 2015
CONFIANZA EN UNO MISMO
"Flavio era un tipo con inquietudes. Siempre me han maravillado las personas con inquietudes. Lo tenía todo claro. Era de esa clase de gente que camina por la vida segura de si misma, con convicciones. Otra cosa diferente era su capacidad para conseguirlo.
A mí me gustaría alguna vez experimentar qué se siente estando seguro de algo. Debe ser maravilloso tener confianza en uno mismo".
www.caunedo.blogspot.com
A mí me gustaría alguna vez experimentar qué se siente estando seguro de algo. Debe ser maravilloso tener confianza en uno mismo".
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miércoles, 4 de marzo de 2015
EL OTRO FINAL DE... SMOKE
Cuando leí la historia que había escrito Paul
Benjamin, quedé fascinado por su protagonista: Auggie. Un día, cenando en un
restaurante italiano en Manhattan, me confesó que se trataba de una historia verdadera y que el tal Auggie
aún vivía. Es más, me preguntó si quería conocerlo.
—Solo tenemos que pasarnos mañana por su estanco —me
explicó.
Nos recibió con una
camiseta de los Yankees llena de lamparones y pequeños agujerillos. Salió del
mostrador en…(sigue leyendo aquí).
lunes, 2 de marzo de 2015
EL OTRO VIAJE DEL AVE
"Durante el viaje en AVE de ayer se sentó enfrente de mí, al
otro lado de la mesa, una mujer de unos cuarenta años. Llevaba las gafas en lo
alto de la cabeza y algo buscaba en su bolso. Sacó una bolsa de plástico con un
libro recién comprado en la estación. Estaba aún precintado. Se puso las gafas
y empezó a arañar el plástico intentando abrirlo. Me hizo gracia el afán que le
puso sin conseguir su objetivo. Entonces se me ocurrió plantearle un juego. Le
propuse cambiar su libro precintado por uno mío, dedicado, a cambio de que me
mandara una crítica al correo electrónico que ya le había anotado en una
servilleta. Mi novela tenía más páginas que la suya, de manera que no salía
perdiendo. Le hizo gracia el trato y empezó a leer en ese mismo momento. Yo
notaba que de vez en cuando me miraba. Le parecía curioso tener enfrente al
autor y se la veía con ganas de hacerme preguntas. Entonces cerró el libro y me propuso invitarme a un café en el vagón restaurante a condición de que la llamara cualquier día al teléfono que ya me había convenientemente anotado en una servilleta".
Esto se me ocurrió durante un tedioso viaje a Barcelona un día en que ni por asomo había una sola mujer interesante en el vagón. La imaginación siempre se alía con los ilusos.
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