jueves, 31 de marzo de 2011

LOS MÉDICOS

Que la medicina no se trata sólo de recetar medicamentos, lo tengo claro desde que mi amigo J.L. se casó con su traumatóloga.
Ayer fui al pediatra y, al terminar la consulta, a punto estuve de envolver al médico y llevármelo a casa, no por guapo, que lo es, sino por su trato con los niños. Supongo que estará hasta el fonendo de papás y mamás coñazos como yo diciendo que a sus hijos les duele la garganta y tienen mocos. Pobre. Este hombre, lo que hace es ganarse a los críos, jugar con ellos y hacer su trabajo con psicología infantil. Llegué incluso a ponerme celoso porque mi hija se quería quedar en su consulta. Seguro que es igual de bueno que los demás, o tal vez mejor, pero mis hijas sólo quieren ir con él. ¿Razón?, que "todavía" no se ha robotizado.
La medicina no consiste sólo en entrar en la habitación de un hospital, decir buenos días, meter un termómetro en el sobaco, regular la cadencia del goteo y repasar un informe con cara de acelga.
Cuando estuve hace unos años ingresado por una operación de rodilla, los únicos calmantes que me mitigaban las molestias eran los que me daba la enfermera del turno de noche, una señora gaditana tan simpática que con sólo verla, ya me sentía aliviado. En cambio, en el turno de día me toco la señorita Rotelmeyer, una aquerosa amargada que propagaba y extendía sus problemas hacia los demás. Entraba en la habitación con mala leche y la hija de su madre siempre me despertaba cuando me acababa de dormir. Después me hacía la cama como un sargento de la legión y encima su comida era una bazofia. En cambio, la señora de la noche aparecía de puntillas, con un caldito vivificador y haciendo cualquier gracia mientras me controlaba la fiebre con la palma de su mano.
La medicina, los médicos y su entorno, deberían saber que los que estamos mal somos nosotros, y que si no les gusta extender recetas en un ambulatorio a cuatro jubilados, deberían cambiar de profesión. Les sugiero que empiecen por limpiar cámaras frigoríficas. De verdad que no me interesa si han discutido con su mujer al salir de casa, lo siento en el alma, pero cuando usted está en un hospital y entra en una habitación donde hay una persona sufriendo.., joder, aunque sea disimule.
P.d. Srta. Rotelmeyer, si quiere, le paso el teléfono de la traumatóloga de mi amigo J.L. para que le de unas clases.

martes, 29 de marzo de 2011

MI CUMPLEAÑOS

Hoy es 29 de marzo, mi cumpleaños, así que, como uno va teniendo una edad, voy a tirar de hemeroteca. He regresado a 1966, por lo que veo era martes, y mi padre lleva el ABC doblado bajo el brazo camino del hospital. En la portada se anuncia la llegada a Barajas de Gerhard Schroeder, el ministro de exteriores de la República Federal de Alemania. Es verdad, aún estábamos con ese lío de federales y demócratas. Luego, entre un Longines gigante y un colchón Flex, Julio Palacios nos habla sobre "Los anticorpúsculos". Es curioso que a continuación me recomiendan invertir en La Manga del Mar Menor, un paraíso entre dos mares, y que me compre, al volver a Madrid, un frigorífico Leonard, el señor del frío. Anda mira, La Casa de las maletas y su famoso modelo Gladiator; si es que está todo inventado. Coño, una foto del BarÇa - Madrid, con derrota de los blancos. En la foto, el número 6 se lamenta, pero no me preguntéis quién es. Eso sí, no eres nadie si no tienes una plancha AEG y un tritutador de basuras Turbex. Indira Ghandi en Norteamérica, en Virginia, para encontrarse con el presidente Johnson, mientras en Nueva York se manifiestan en contra de la guerra de Indochina. Ostras, mira, una polaroid por 4.960 pesetas, y se abre en Madrid, en la calle Arapiles, el cuarto PRYCA, el mayor supermercado de Europa. Qué pesados, otra vez con la Manga del mar menor, aquello debía de ser lo más. Para lucir tipo me recomiendan la Dynamic Rythmiic Therapy, de patente norteamericana y pierdo, dicen, 37 centímetros en 45 minutos, pero no especifican de qué. Mejor no pruebo. Un apartamento en la Avd. del generalísimo, actual Castellana, por 685.000 pelas con facilidades en cuatro años, con 100.000 de entrada, eso sí, con cocina amueblada y tritutador Turbex, claro. Oxford vence a Cambridge en su pique regatista, noticia sin la que yo no podría vivir. Unas fotos dan fe de que en Kenya sobran 5.000 elefantes y nada mejor que conocer la noticia en un transistor Safari Telefunken, que tiene, ojo, antena magnética y telescópica.....

En fin, me podría pasar horas, y de hecho creo que me las voy a pasar, leyendo estas tontunas, pero no creo que os interese lo más mínimo. Perdón por ésta vuelta al pasado, a ese día en que nací, a las tres de la tarde, a la hora de la comida, por molestar desde el principio, como siempre. Gracias a todos. Besos. Hablamos.

lunes, 28 de marzo de 2011

MI CARRERA COMO DELINCUENTE

Mi carrera como delincuente comenzó a los quince años y todo nació de la necesidad. Había suspendido una evaluación de inglés, ya ves tú, y mi padre me había castigado con no salir de la habitación durante el fin de semana. Hacía un par de días que había sido mi cumpleaños y mi amigo Carlos me había regalado la primera parte de El señor de los anillos, de Tolkien, en esa edición que aún conservo de la Editorial Minotauro. Algo había oído, pero no tenía muy claro qué era lo que contaba aquel libro. Comencé a leerlo el viernes por la noche y, según avanzaba, disminuía la sensación de sueño, al contrario de lo habitual. Lo leí entero en el fin de semana y aquel castigo lo recuerdo como el más placentero de mi carrera delictiva. Llegó el lunes y Carlos me dijo que la segunda y tercera parte eran aún mejores. Entonces llegué a casa dispuesto a pedir a mis padres que me los compraran. Se negaron hasta que vieran un aprobado en inglés. Fui a la librería del barrio, directo a la sección de género fantástico. Allí estaba, atrayente y magnético. Leí la primera página y ya noté que no podía parar. Volví a casa cabreado con el mundo y con la mala persona que había inventado el dinero.
Mis padres habían salido a cenar y pensé que si cogía dinero del cajón de mi madre, (de ese sitio que ella creía secreto), nadie se iba a enterar. Sólo lo hice por sentirme apoyado por la fuerza de Gandalf, lo juro. Al día siguiente, Miss Marple disfrazada de mi madre me llamó a su habitación. Falta dinero, has sido tú. Era una afirmación, no una pregunta, y ante tal alarde de deducciones me vine abajo y reconocí mi delito (mi umbral del dolor es muy bajo y no soporto la presión). No le gustó que robara pero le conmovió el motivo. Me perdonó con un "no se lo digas a tu padre".
A la mañana siguiente, un sobre esperaba en mi mesa de estudio, junto a mi diccionario de inglés. Para la tercera parte, decía, firmado mamá, y dentro dinero.
Mi carrera de delincuente terminó también a los quince. Fue corta pero intensa.

viernes, 25 de marzo de 2011

LA EVOLUCION IDEAL

Anteayer, Pedro vio en un telediario la información referente a una "quedada" a través de las redes sociales para hacer una guerra de almohadas. La contienda tuvo lugar en Berlín, y en las imágenes se podían ver a miles de jóvenes sacudiéndose con cojines de plumas frente a la puerta de Brandemburgo. Todo el mundo estaba disfrutando de una jornada de ilusión, desenfreno y felicidad sin cortapisas. La noticia venía a continuación de sendos reportajes sobre el terremoto de Japón y los bombardeos sobre Libia.
A pedro, aquello le pareció absurdo, ridículo, una frivolidad por parte del director del informativo. Mosqueado, se pasó a La2, para ver esos excepcionales documentales sobre la II Guerra Mundial que estos días se están emitiendo en torno a las nueve de la noche. Historias truculentas de los nazis más sanguinarios y su persecución y encarcelamiento y/o ejecución. Apareció entonces en la pantalla la misma puerta de Brandemburgo de antes, pero en blanco y negro, con columnas de humo en sus aledaños, carros de combate pasando por debajo, gente corriendo despavorida y cadáveres amontonados junto al socavón de un obús.
Reconoció su error, rectificó en su crítica y alabó el buen gusto del informador. Una misma ciudad, Berlín, un mismo lugar mítico, la maravillosa puerta de Brandemburgo como testigo de la utópica evolución ideal del ser humano: de las bombas a las plumas en setenta años.
Animado, Pedro abrió el portátil y lanzó su propuesta.

jueves, 24 de marzo de 2011

LAS HORMIGAS

Si metes un palo en un hormiguero, al instante estará invadido por miles de hormigas que atacarán al invasor para echarlo de sus dominios. Cuando yo era pequeño reté a mi amigo Santiago a ver quién de los dos aguantaba más con el dedo metido en el hormiguero.
¿Pares o nones? Perdió él, de modo que, tras varios amagos nerviosos, metió el dedo. Un ejército de bichos negros empezó a subirle por el brazo. Catorce segundos y el bueno de Santi empezó a correr por el jardín dando gritos y a sacudir el brazo con espasmos diabólicos.
Llegó mi turno. Santi, con su Cassio preparado para cronometrar, me miraba con dudas. Yo no podía echarme atrás. Allá voy, dije, y cerré los ojos con fuerza.
Noté de pronto un cosquilleo que se extendía hacia arriba. Mentalmente iba calculando el tiempo de forma que, cuando llegué a catorce, ya me sentí ganador y quise dejar el record lo más lejos posible para que nadie de la pandilla me quitara ese honor. Noté que algo llegaba al cuello, bajaba por el pecho, la tripa y continuaba por las piernas. Comencé a gritar como si así fuera menor el suplicio. Al final, abrí los ojos cuando no podía aguantar el picor de la cabeza. Vi a Santi totalmente impresionado, incapaz de cerrar la boca, y detrás vi también a mi madre que corría hacia mí con la mano levantada.
¿Tu eres bobo o qué? y del guantazo que me dio, me tiró a la piscina. Miles de hormigas se quedaron flotando mientras Santi tirado en el césped se partía de risa.
Han pasado treinta y cinco años y nos seguimos riendo cada vez que vemos un hormiguero. Una noche, a las tantas, Santi me dijo que el record estaba a punto de caer.

miércoles, 23 de marzo de 2011

UNA ESCENA MAS

Alberto estaba ayer por la tarde tomando café en una barra de esas que miran a la calle. Allí sentado, en aquella banqueta alta, parecía un maniquí de escaparate pero sin precio ni proporciones. Hojeaba el periódico al tun tun, al revés como siempre, fijando de vez en cuando la mirada en la gente que paseaba por la calle.
En eso que de pronto reparó en la escena que tenía enfrente, una fotografía, como el fotograma de una película. Un anciano dormitaba en un banco y, a su lado, un buzón de correos. El hombre estaba quieto, tan quieto como el buzón, con la cabeza algo ladeada. Ninguno de los dos tenía buen aspecto. Uno con el pelo enmarañado, el otro con un chicle pegado en lo alto. Uno con la ropa gastada y desmadejada, el otro decorado con decenas de graffitis y un "viva mi polla". El anciano con barro ancestral en sus botas, el buzón con la base oxidada por el pis de los perros.
Alberto sintió pena de ellos. Toda una vida pasada, la experiencia de tantos años, uno con la memoria repleta de amores de juventud, juegos de infancia y besos de sus nietos..., el otro con cartas de amor, postales de Benidorm y requerimientos judiciales. Comenzó a chispear y ninguno de los dos se movía. Se inquietó cuando la lluvia aumentó su intensidad. La gente pasaba apresurada a su lado y nadie reparaba en ellos. Salió para despertar al anciano y meterle dentro. Al tocarle, cayó como un fardo sobre el banco.
El SAMUR certificó su muerte a las 17 horas y 21 minutos. Media hora después, sin que Alberto hubiera superado aún el golpe, unos operarios del ayuntamiento retiraron el buzón y en su lugar colocaron una pantalla de publicidad en 3D.
Alberto nunca había visto un muerto. Ayer vio dos.

EL TELÉFONO

Yo tengo una manía: en los hoteles siempre elijo el lado de la cama dónde no esté el teléfono. A lo mejor lo mío es un problema de comunicación. Mi padre dice que soy muy seco hablando por teléfono. Claro, a él le gusta explayarse como si estuviera dando una conferencia y yo, en cambio, prefiero la concreción. No me gustan las llamadas "para saber qué tal", esas que se hacen sin nada que decir. Son conversaciones de rutina, para preguntar qué has comido hoy y cosas así. La verdad es que odio el teléfono, y no sólo porque no me interesa lo que come la gente, sino por su inoportunidad. He intentado poner un tono zen a mi móvil, pero ni por esas.
Comprendo su utilidad, claro, pero creo que nos estamos equivocando pensando que la comunicación telefónica sea saludable. Yo, a veces, tengo la tentación de decir basta. Que lleve un móvil en el bolsillo no significa que tenga la OBLIGACIÓN de "estar localizable" (uno de los males de nuestro tiempo). Hay gente que se cabrea si no le cojo el teléfono, no se plantean qué es lo que están interrumpiendo, sólo se molestan porque no descuelgo.
Hoy he tomado una decisión: lo corto. Sí, así, lo siento, hay momentos del día en que no quiero estar localizable, ¿y qué?, no creo que se hunda el mundo.
Por cierto, hoy he desayunado café, zumo y cuatro galletas.

martes, 22 de marzo de 2011

LA ELECCION

De pequeño, Javier P. siempre iba con los indios, decía que los vaqueros eran unos chulos. Javier era un filósofo cuyo objetivo vital siempre fue el apoyo incondicional al más débil. Tenía especial predilección por aquellos que mostraban evidente inferioridad en un enfrentamiento y, a pesar de todo, no se amilanaban. Era una persona que buscaba los desequilibrios para nivelar la balanza. En los partidos de fútbol del colegio siempre se alistaba en el bando que se suponía peor. Nunca le importó perder, su victoria era ayudar al inferior.
En la universidad, cuando llegaba el verano, planeaba sus vacaciones en función de las necesidades de la ONG con la que colaboraba. En uno de sus viajes conoció a Yanina, una estudiante marroquí que compartía con él la misma visión del mundo. Ambos se enamoraron.
Un día se cruzó en su camino Delphine, la hija del secretario de la embajada de Francia en Madrid, una tía simpática y divertida. Y ambos se enamoraron.
¿Se puede uno enamorar de dos personas a la vez?, pensaba Javier una noche que no podía dormir dando vueltas a una decisión importante que tenía que tomar al día siguiente.
Yanina le había invitado a su pueblo, a las afueras de Rabat, para conocer a sus abuelos.
Delphine le había invitado ese mismo fin de semana al barco de su padre en San Sebastian.

Cuando volvió, quedé con él a cenar. Traía buen color. Me dijo que La Concha, desde el mar, es única.
Hoy, Javier P. vive en Paris y tiene tres hijas.

domingo, 20 de marzo de 2011

EL BIEN Y EL MAL

Esta noche he sido un capullo y un desgraciado. Todo ha ocurrido de madrugada, a una hora incierta. Yo estaba dormido en mi cama, soñando que me encontraba una cartera con dinero. De haberla encontrado en la vida real, hubiese tratado de ponerme en contacto con el propietario a través de su DNI, tarjetas o cualquier documento que pudiera ayudarme. De no conseguirlo, la hubiera llevado a una comisaria dejando constancia de su contenido.
Hasta ahí todo bien, pero en el sueño no hice nada de eso, es más, con la cartera en la mano, lo primero que se me ocurrió, una vez comprobada la existencia del dinero, fue echar una ojeada alrededor no fuera a haber otro capullo merodeando por allí. Nada, que no, que no hay nadie. Ya en mi coche conté el dinero como lo haría un verdadero usurero. Mi botín fue de cuatrocientos veinte euros, un buen negocio. La verdad es que me hizo mucha ilusión encontrar pasta y quedarme con ella a pesar de conocer el nombre de su dueño. ¿Esto como se llama?, pensaba, ¿hurto?, bueno, pues hurto, mira que bien. Saqué entonces los billetes y tiré la cartera a un contenedor de escombros. Supongo que ésta debe ser la sensación de los capullos profesionales pero a pequeña escala, timadores, defraudadores, usureros, trileros, manguis y demás pléyade de tipos con propensión a lo ajeno, algo además contagioso y adictivo dado que su número aumenta por momentos.
Mi sueño terminó conmigo saliendo de la Casa del Libro habiendo fundido todo el dinero en hacer un encargo de reserva de mi nueva novela, (uno que es así de soso).
A las 8 horas y 17 minutos mi perra me ha dado un lametón de lo más desagradable que ha volatilizado cualquier rastro de libros de mi mente. De Gran Vía a mi casa en un plis plas. Me he quedado un rato mirando las rayitas del sol sobre el edredón mientras pensaba en mi sueño. ¡Qué cabrón! El caso es que disfruté mientras lo hacía. No puede ser, yo soy una buena persona, no robo a la gente, ese del sueño no soy yo. No sé, a lo mejor es que la frontera que separa el bien del mal es muy delgada y nos tienta en los sueños para ponernos a prueba en la realidad. De momento, conmigo no lo ha conseguido, pero la imagen de aquella torre de ejemplares de mi novela en la mesa de novedades no se me va de la cabeza.
Esta noche espero no soñar nada no vaya a ser.

viernes, 18 de marzo de 2011

KIKO VENENO

La verdad, siento envidia de la gente de la música, esos que con dos palos y un retal de cuero tensado ya son capaces de animar el cotarro. Yo, que a lo más que llego es a aporrear el piano, babeo ante aquellos que dominan un instrumento. Los músicos, ese gremio de excéntricos que se plantan encima de un escenario y se convierten en seres superiores.
Bueno, Rafa, sin exagerar... que no son tantos.
Ayer fui a ver por tercera vez a Kiko Veneno a la Joy Eslava. Iba con un amigo que tiene problemas de movilidad, por lo que la organización de la sala nos colocó a pie de escenario, en un lateral, de manera que teniamos a Kiko como si estuviera tocando en la cocina de casa. Desde esa ubicación disfrutamos del concierto con sensaciones especiales, casi como si formáramos parte de la banda.
Lo curioso de anoche es que teníamos a Kiko a cuatro metros y si me giraba un poco, me encontraba de frente con cientos de caras iluminadas por los focos. Su público, ese público incondicional del que formo parte, talluditos casi todos, pero con espíritu predispuesto. Lo que me llamó la atención fue que todas esas caras estaban sonriendo. Pensé al principio que se trataba de algo puntual, pero no, cada vez que los miraba, estaban riendo. Y es que solamente unos pocos músicos, dos o tres en el mundo, tienen lo que tiene Kiko Veneno, el poder de hacer feliz a la gente. Yo me he divertido en muchos conciertos, he bailado, bostezado, vomitado, ligado... he hecho de todo... pero sólo en los de Kiko Veneno he tenido la sensación de evadirme completamente, como si me arrastrara a su mundo. Yo, cuando le veo, soy feliz.
Eso sí, Kiko, es verdad que somos "campeones de la suerte", pero por desgracia unos tienen más suerte que otros.
Gracias A., por el regalo de ayer.

jueves, 17 de marzo de 2011

LED ZEPPELIN

Mi amigo J.F. era un fanático de Led Zeppelin, que se lo digan a su madre que, horrorizada, tenía que ver todos los días aquellos posters en las paredes de su habitación. Ya en el colegio nos daba siempre la paliza con el walkman. Mira, escucha este riff; y allí yo, con los casquitos diciendo que sí, que molaba mucho. Un día hasta me convenció para ir a ver The song remains the same al cine Covadonga, de grato recuerdo. Con el tiempo, J.F. siguió con su pasión por Robert Plant y su banda. Leía todo lo que caía en sus manos en referencia a ellos y traía al colegio revistas de Estados Unidos e Inglaterra que yo no había visto en mi vida. Me enseñaba entusiasmado fotografías de Jimmy Page en pose cañera con pantalones de campana y paquete roquero. Se sabía todas las letras, cantadas y escritas, y prueba de ello dejaba en los pupitres de clase con letra gótica. Su fijación por ellos le ha acompañado siempre, también en la universidad. Sus primeros sueldos se los gastaba en en vídeos piratas, discos de versiones, camisetas..., yo que sé..., hasta participó en una subasta de un bajo de John Paul Jones sin conseguirlo, claro. Luego pasó a escribir cosillas en internet, primero por pasar el rato y después, viendo que no se le daba mal, se lo tomó un poco más en serio. Para ello se abrió un blog temático. Led Zeppelin tiene mucho recorrido pero cuando ya había hablado cuatro veces sobre la muerte de Joh Bonham, pensó que lo mejor era abrir el abanico y le dio por hablar sobre ROCK, así, en general. Un filón, vamos. J.F. empezó entonces a obsesionarse con sus posts. Tenía un compromiso moral con sus seguidores cada vez más numerosos. Un día, un comentario de uno de ellos le abrió una nueva vía. ¿Por qué no montas una emisora en internet? J.F. es ingeniero y aquello no le pareció complicado. A los dos meses ya tenía una que promocionaba en su blog y en las redes sociales, todo artesanal, nada de agencias. Le encantaba eso de ponerse delante del micro, pinchar y hablar de música. Era un sueño. Además, tenía un número respetable de oyentes. De programa semanal pasó a diario en un par de meses. Aquello marchaba tan bien que un día, así como si nada, recibió la llamada de una compañía de refrescos. Querían patrocinar una minisección del programa. Hubo una reunión y en ella se habló de números. ¿En serio? La cosa funcionó y después de los refrescos vinieron los snacks y los coches. J.F. no podía con todo y tuvo que contratar a otro fanático de la música con tiempo libre y con dotes comunicativas.

Y esta es la triste historia de como el mundo ha ganado un empresario musical y ha perdido un apasionado de la música, alguien que pensaba que el arte era lo primero. J.F. ya no escribe artículos, apenas oye música y Led Zeppelin ya no son unos genios, tan sólo un producto y le importa una mierda si Robert Plant ha sacado un disco nuevo. Mañana tiene una reunión con una central de medios, creo que le van a proponer algo más importante que eso.

miércoles, 16 de marzo de 2011

LA SAUNA

Este fin de semana he estado en Formigal. Después de haber estado todo el sábado esquiando con un día de perros (léase viento, nieve, lluvia y un frío que te mueres), me fui al hotel para meterme en la sauna. Ya sé que suena pijo pero qué le voy a hacer, os aseguro que vosotros hubierais hecho lo mismo. Entré y estaba yo solito con mi toalla y mis ochenta y tantos grados. A mí, lo reconozco, me encanta la sauna, me relaja. Apoyé la cabeza y cerré los ojos suplicando que no entrara nadie a darme conversación. No tardó ni un minuto en entrar otro como yo, un tipo con ganas de desenchufarse. Al sentarse se le escapó un "por fin" lastimero. Estaba tan cansado como yo y se le veía disfrutar. Silencio total, cada uno en otro mundo, el privado.
Pero al rato abrió la puerta un señor regordete. Y digo abrió porque eso fue lo que hizo, abrir, decir "uh" y salir, como si esperase encontrar otra cosa, no sé, un par de macizas sudorosas dispuestas a volverse locas al verle. El caso es que se lo pensó mejor y volvió a abrir la puerta y, esta vez sí, se quedó dentro.
Se le veía incómodo, resoplaba todo el rato y no paraba de decir "joder-joder". Bufaba y me miraba extrañado. "Hostias, qué calor, esto no puede ser bueno", y yo allí rezando para que se callara. A punto estuve de decirle que no, que no era bueno. Rompió a sudar en cascada y se puso rojo en cuestión de segundos, desde los pies a la calva. El otro tipo y yo nos miramos preocupados por si le daba algo. Era absurdo verle abanicarse con las manos. Pero lo peor vino cuando se puso a hablar. Era de esas personas que se creen en la obligación de dar conversación para parecer educados. Lo primero que dijo fue "pues yo ya estoy hecho", chiste que habré escuchado cientos de veces en la sauna. Y luego nos contó parte de su vida en forma de monólogo del club de la comedia. Un horror.
Y esto me hizo pensar que mucha gente hace las cosas no por qué les guste, si no porque está bien visto o simplemente le hace parecer otro que no es. A lo mejor me equivoco, pero me imaginé a este hombre el lunes en su oficina, contando a sus compañeros lo maravilloso que era el spa y vendiéndoles las excelencias de la sauna.
A veces creo que somos un poco borregos, deberíamos ser un poco menos estúpidos y reconocer que cada uno es como es, que no queremos modelos ni referentes, que somos únicos e intransferibles y que si la sauna me sienta como un tiro, no pasa nada. Simplemente hay gustos para todo y que no por ser mayoritarios tengo necesariamente que compartirlos, véase por ejemplo las audiencias de televisión.

martes, 15 de marzo de 2011

LA NOVIA NORUEGA


Ya llevaba un par de semanas en Oslo. Era verano. Pasear por el parque Vigeland un día de sol es un privilegio que rara vez se consigue. No quedaba mucho tiempo para que me volviera a Madrid cuando una de esas mañanas vi a un tipo que leía EL PAIS en uno de los bancos del parque, y me dio por presentarme. Era de mi edad más o menos, también de Madrid, médico primerizo para más datos y, por lo que noté, estaba hasta los pelos de Noruega. ¿Pero cuánto tiempo llevas aquí?, le pregunté. Veinte meses y diecisiete días. Lo dijo como el preso al que le preguntan por su condena. Mira, continuó, ¿ves este sol?, pues no existe, es una quimera. Estuvo dos horas contándome su vida. Vine de vacaciones, me enrollé con una noruega y luego me enamoré de ella.
Por lo visto, el orden de los factores no altera el producto, porque yo me enamoré primero de la mía y después me enrollé con ella.
Intercambiamos información de nuestras novias y cuando terminamos, ambos descubrimos que necesitábamos un cambio. La mía era fiestera, un culo inquieto con tendencia a hablar demasiado. La suya era callada. Chico, entre que ella no habla y que a las tres de la tarde ya es de noche, no sé si darme a la bebida o convertirme en un friki de las esculturas de hielo.
Podríamos cambiar de vida, dejé caer como quien no quiere la cosa. Ya andaba yo dando vueltas a eso de ser escritor y qué mejor sitio que Oslo para conseguirlo, una ciudad sin luz, sin calor y en estado de hibernación durante meses.
Me presentó entonces a Saskia, una rubia tan alta como yo, pero con el doble de espalda. Mientras hacíamos el amor la primera noche, yo creía que me estaba acostando con un aizcolari. Me manejaba como un muñeco y a mí me encantaba. Lo nuestro era sólo sexo para compartir los gastos, nada más. Durante el día, ella trabajaba en un hospital y yo encontré un curro como ayudante del ayudante de un bibliotecario, lo que me dejaba mucho tiempo libre para mi proyecto literario.
Tardé dos años en volver a España. Lo hice con el mismo color de cara que Luis XVI de Francia después de pasar por la guillotina y con un manuscrito bajo el brazo. La novela se llamó "La novia noruega". Vendí veinte ejemplares que compró mi padre en su totalidad.
Hoy día, pasados muchos años, soy amigo íntimo de aquel médico. A veces, después de la segunda botella de vino, nos da por recordar a aquella noruega. Nos reímos de sus brazos como troncos, pero en el fondo la echamos de menos. Por cierto, mi amigo nunca se enrolló con mi novia, también decía que hablaba mucho.

lunes, 14 de marzo de 2011

LA ELECCIÓN DE INTERMITENTES.

Dos filas de coches esperan que el semáforo se ponga verde en un cruce de calles. El primero de la derecha es un coche negro. En él, un hombre sigue el ritmo de la música con los dedos sobre el volante, aunque si le preguntásemos sobre ella, no nos sabría decir qué está escuchando. Mira por la ventanilla al conductor del otro coche. Es un hombre que, piensa, se parece a él; el mismo corte de pelo, el mismo perfil, el mismo traje, la misma cara de aburrimiento. Es un semáforo eterno que permite a su mente evadirse sin esperar al verde. Piensa entonces en lo desgraciado que es, en su puñetera mala suerte. Se acuerda de cuando su ex mujer le dijo que estaba enamorada de su jefe. Qué hija de..., se le escapa sin querer, como tantas veces. Su jefe, que era también su amigo. Entonces se pone a hacer balance y le entristece pensar que apenas le quedan amigos. Ya no se ven como antes. Vaya mierda de vida. No hago nada, soy un vegetal. Mis hermanos ni me hablan, mi familia se ha desvanecido, mi..., y así un buen rato ennumerando los motivos por los que está harto de todo. Es un hombre que sólo piensa en el pasado, como un mártir de la nostalgia, un desilusionado de la vida, un hombre abandonado a la tristeza, alguien a quien le cuesta salir del hoyo.
De pronto, se fija en un autobús descontrolado que va dando bandazos por la calle que cruza, sin frenos, a punto de volcar en cada volantazo, incapaz de detenerse mientras impacta con marquesinas, coches y motos. Se dirige hacia él, directo a él. Aterrorizado, lo único que se le ocurre es cerrar los ojos y apretar las manos contra el volante. Y gritar, gritar hasta que se daña la garganta. Un ruido de cristales y metal, como una explosión, le aturde al instante. De pronto silencio. Suelta las manos y abre los ojos. La gente corre hacia él mientras dos policías cortan el tráfico jugándose el tipo. ¿Qué pasa? Se palpa el pecho, estoy bien, y se mira al espejo, soy yo. ¿Entonces? Mira por la ventanilla y no ve nada. El hombre parecido a él está debajo del autobús. Temblando, no quiere saber nada y se va.
En el siguiente semáforo en rojo, aún histérico, escucha una cuña en la radio: Descubra Sudáfrica. Y tras unos segundos de duda, en el preciso instante que el semáforo se pone verde, quita el intermitente de la izquierda y pone el de la derecha.

viernes, 11 de marzo de 2011

LOS OLORES

Han pasado veintidós años y, aún hoy, cada vez que abre el armario de su mujer, la sigue sintiendo a su lado. No es el tacto de su ropa, ni el sonido de los cajones al abrirse, ni el tintineo familiar de las perchas, no; sólo hay una cosa más evocadora que todo eso: su olor. El armario huele a ella. Han pasado veintidós años y, aún hoy, sigue teniendo la necesidad de que regrese a este mundo junto a él. No cree en los milagros, así que más de una vez ha pensado en irse al de ella con billete sólo de ida.
"Conmigo, dios se ha hecho el sordo", confiesa en su diario en un día de bajón.
Su hijo lleva años machacándole con que debería conocer a otra mujer, pero él dice que "para qué", tan fácil como eso para desarmar cualquier argumento. Insiste pero con la seguridad de que su padre nunca querrá a otra. Le anima a hacerlo sólo para que se sienta vivo, aunque sabe que la mitad de su vida se fue hace tiempo.
Sería también complicado para su hijo que otra mujer ocupara el lugar de su madre. Han pasado veintidós años y, aún hoy, esconde caramelos de violeta en su cajón para cuando la echa de menos. A menudo, huele el paquete para recordar el sabor de sus besos cuando llegaba del cole.
No sé en que parte del laberinto de la memoria están los olores, pero no seré yo quien les ayude a encontrar la salida. De esa forma, ella seguirá aquí dentro.

jueves, 10 de marzo de 2011

LA FICCIÓN

Hoy he pasado la noche en un hospital; bueno, yo y Paul Auster. Hemos dormido en un sillón de esos que se tumban para que, al levantarte, te duela hasta la última vértebra. Cada poco salíamos a dar una vuelta por los pasillos. A Paul no le gustan los hospitales y a mí tampoco. Un enfermero, Pedro, nos ha sorprendido con un zumo de piña fresquito cuando estirábamos las piernas en la sala de visitas. También nos ha dado algo de conversación. Hemos estado los tres arreglando el mundo y Paul, como siempre, ha terminado hablando de Nueva York. Pedro, en un desahogo terapéutico, nos ha confesado que le acababa de dejar su pareja y Paul, viendo la posiblidad de una historia para su libro, le ha acribillado a preguntas. Menos mal que el timbre de la 522 ha requerido su asistencia porque si no me veía allí con estos dos hablando de desamor hasta el amanecer, cosa que he odiado de siempre.
Luego, a Paul le ha llamado su editor desde Estados Unidos. Me he quedado solo, sopesando el silencio y las toses lejanas, pensando en mi amigo que estaba en la cama de la 230 con E.L.A., esa gran puta.
A los cinco minutos ha vuelto Paul y me ha dispersado de nuevo para llevarme por fin otra vez de regreso a la ficción. Ahora mismo estoy caminando por Brooklyn buscando un buen sitio para tomar un café.
Gracias Paul.

martes, 8 de marzo de 2011

LA PIRÓLISIS


Estoy enganchado a la pirólisis de mi horno. Me encanta el concepto de autolimpiable. No es que facilite la limpieza, no, es que se limpia solo, vamos que cuando lo abres, no te lo crees. Llevo un par de años con él y creo que ha sido la compra de mi vida. Eso sí, el problema es la adicción y cuando te acostumbras a ella, es difícil dejarla.
Yo, por ejemplo, cada vez que abro mi coche, me da por preguntarme por qué no los fabrican pirolíticos. Todo el que tenga hijos en edad de generar residuos nucleares me entenderá. Tener piruletas pegadas en la parte de atrás de los reposacabezas ya no me sorprende. Sé que cualquier día me voy a encontrar una familia de níscalos creciendo en el maletero, pero no me importa, a todo se acostumbra uno. Es raro que no lleve papeles, migas, fósiles de bollos, patatas, pistachos, lápices mordidos... anillos de Shrek. El otro día, un amigo me ayudó a desmontar las dos filas de asientos de atrás, y cuando vio el estado del suelo, me recomendó muy irónico la ayuda de un investigador de CSI, no sé muy bien por qué.
En fin, es así, y sólo la pirólisis puede salvarme. Bien mirados, y puestos a pedir, los humanos deberíamos ser pirolíticos, y no para quitarnos porquería, que para eso está la ducha, sino para deshacernos de toda la mierda que llevamos dentro, llámese rencores, ira, prejuicios o deseos de venganza contra el mundo. Deberíamos tener un botoncito de autolimpieza que eliminara ese afán por complicarnos la vida, un sistema que desincrustara de nuestro ADN el instinto competitivo que nos nubla la vista y nos impide ver que estamos pisando a otros. Yo quiero un mundo pirolítico donde dictadores, especuladores y demás "....ores" se conviertan carbonilla y que la gente normal pueda eliminarlos con un paño húmedo. Tal vez la pirólisis esté comenzando en los países árabes, quien sabe, y no nos estemos dando cuenta.

QUIEN

Me paseaba con la misma autoridad con que lo haría un comandante de la SS inspeccionando un campo de concentración. Caminaba con las manos a la espalda, con pasos cortos y lentos, valorando lo que se me mostraba. Repasaba la hilera de cheniles donde más de trescientos perros, compartimentados de cuatro en cuatro, pasaban la vida. Y yo allí, disfrazado de Heinrich Himmler, mirando y seleccionando: tú no, tú no, tú tampoco, tú no... y de pronto me paré. Ese de allí, dije.
Y de 300 la elegí a ella.
* * *
Butragueño se disponía a tirar una falta al borde del área en un partido de alta tensión en el Bernabéu. Colocaba el balón con mimo y precisión para que ni una brizna de hierba le desviara la trayectoria hacia la escuadra. El balón salió con un efecto perverso y con la dirección precisa pero falló por escasos diez centímetros, rozó el larguero y salió ligeramente desviado hacia arriba.
Y de 90.000 personas que había en el campo en ese momento, el balón le voló las gafas precisamente a mi cuñado.
* * *
Era domingo. Mi amigo M. compraba el periódico en un quiosco de la calle S., en Madrid. Hacía calor, era el principio del verano, y había salido de casa con una camiseta y unas bermudas. Hojeaba la portada a paso desganado. Debían ser las diez de la mañana cuando de pronto una explosión le tiró al suelo.
De casi 5.000.000 de madrileños, tuvo que ser M. el que estaba allí cuando ETA decidió poner una bomba. Le pilló una pierna, nada más, y pasó el verano con muletas.
* * *
Sólo tres casos, tres historias reales. Nadie puede dudar que la suerte (o la desgracia) vive con nosotros y dependemos de ella. El azar, el estar en el sitio justo en el momento preciso puede cambiar nuestra vida.
Hoy voy a salir a la calle, tengo que ir a recoger unas copias en un centro de diseño gráfico. Calculo que habrá unas 20 personas cuando llegue. ¿Cual de ellas tendrá su día?

lunes, 7 de marzo de 2011

LOS ASESORES

Salió a pescar con su caña telescópica nueva, su chaleco con miles del bolsillos, sus botas de agua hasta la rodilla y su gorrito con los anzuelos clavados. Todo perfecto, conjuntado y equipado según decía la revista. También el artículo aconsejaba desayunar fuerte. Como estaba en el campo, decidió meterse un par de huevos con chorizo, un generoso zumo de naranja y dos tostadas con aceite a las 6:24 de la mañana. El café se lo tomó al final, con desgana, sólo por la costumbre. Montó abotargado en su súper todo terreno inmaculado. Como iba de pesca pensó que lo mejor era pisar un par de charcos para que el coche pareciera el de un aventurero de verdad. La caña, un último modelo, incorporaba un carrete y un sedal capaces de aguantar la tensión de un pez espada en alta mar.
Se dirigió a los acantilados, con su mochila caqui a juego con los pantalones.Olía a Loewe y los pájaros cuchicheaban desde los nidos. Cuando había terminado de montar su silla plegable de montería y se disponía a colocar el cebo en el anzuelo, se le acercó un paisano con ganas de hablar. Después del buenos días de rigor, el hombre, sin sacar las manos de los bolsillos, le soltó la charla que tenía ganas de soltar desde que había visto a aquel novato desde lejos. Y dijo:
"No ha elegido usted el mejor sitio, desde aquí es fácil que se le enganche el sedal en las ramas de abajo que, aunque no las vea, yo sé que están. Además sopla del noreste y no va poder mandarlo lejos, de hecho se le volverá a las rocas. De todas formas, la marea está baja ¿lo ve? y no hay fondo suficiente. Yo no pescaría hoy, ¿ha visto la espuma de la rompiente? hay mucha, ¿verdad?, pues eso a los peces no les gusta y se van mar adentro. Sobre todo cuando las olas rompen lejos. Debería esperar a que suba la marea y a que el mar deje de estar picado. ¿Qué cebo está poniendo?, ¿gamba?, uy, pues eso en ésta época no les va nada. Lo mejor ahora es la gusana, se pirran por ella... pero hoy..., ya le digo... no es un buen día".
No le hizo caso y comenzó la faena. Habían pasado cuatro horas sin señal de peces y cuando ya se había quedado sin anzuelos decidió darse media vuelta. Antes de llegar a casa cabreado, cogió su móvil con rabia e hizo un par de llamadas.

Al día siguiente, ya lunes en el despacho, hojeaba satisfecho las portadas de todos los diarios: "El director general de pesca cesa fulminantemente a su equipo de asesores al completo".

sábado, 5 de marzo de 2011

LA LECTORA

Cuando veo a alguien con un libro en las manos, siento la irreprimible tentación de saber qué está leyendo. Es superior a mis fuerzas y en más de una ocasión he llegado a contorsionar ridículamente el cuello para ver la portada. No es extraño que el observado se sienta incómodo, por lo que pueden pasar dos cosas: UNO, si está de mal humor, oculta el libro para que yo desista y DOS, que esté de buen humor y, con un gesto de complicidad, me muestre el título. Dejo aquí constancia que lo habitual es la versión UNO.
Ya sea en la playa, la piscina o en la consulta del dentista, me da igual, yo siempre quiero saber qué lee la gente, incluso juego a intuirlo en función de su aspecto o su comportamiento. He de decir que tras muchos años de experimentación, no he acertado una sola vez.
Pero ayer en el metro me pasó una cosa curiosa. Una mujer de unos treinta y tantos entró en el vagón cuando yo ya estaba sentado leyendo mi periódico. No quedaban sitios libres de modo que se quedó de pie frente a mí. Descrucé las piernas para no molestarla a la vez que ella sacaba un libro de su bolso. Y, entonces, pude disfrutar de uno de los sueños que nunca pensé que pudiera hacerse realidad. Aquella joven iba leyendo un libro mío. Me entraron ganas de levantarme y proponerla una dedicatoria especial, pero me dio corte. La miraba intentando descubrir a través de sus gestos si el libro la enganchaba, pero ella era tan hierática como inexpresiva. Llegaba mi parada. Me puse de pie y, al estar a su altura, no pude reprimirme. "¿Te está gustando?", la pregunté.
Se me quedó mirando con cara de "déjame en paz" mientras yo salía del vagón. Nos miramos y ella puso cara extrañada. Cuando ya caminaba por el andén y el tren arrancaba despacio me fijé que, confundida, comprobaba alucinada mi foto en la solapa de la novela.
Y allí me quedé yo, mirando cómo se iba, con la incertidumbre de saber si le estaba gustando el libro.
Hoy no he pegado ojo. Por favor, si lees éste blog, dime algo.

viernes, 4 de marzo de 2011

TINTÍN y LADY GAGA

Jose Q. vive obsesionado con Tintín desde que su padre le regalara la colección completa cuando acabó 8º de EGB. Cada vez que voy a su casa se empeña en enseñarme las nuevas adquisiciones de su tesoro. Ahora le ha dado por coleccionar el mismo título pero en todos los idiomas posibles, concretamente el de "Objetivo: la luna". Emocionado, ayer me sacó el ruso. Los tiene bajo llave en un armario con puertas de cristal, protegidos como jarrones Ming. Cuando me lo acercó, juro que es verdad, tenía los ojos vidriosos. Yo le eché un vistazo, claro, queriendo mostrar interés para no defraudarle pero, en realidad, a mí Tintín como que no me gusta.
El caso es que de vuelta a casa en la moto, con los gin tonics dando vueltas dentro del casco, caí en la cuenta de que yo no colecciono nada, vamos que no hay nada que me ponga los ojos vidriosos cuando lo saco de un armario. Eso sí, me he propuesto conseguirlo. Voy a empezar una colección como la de Jose Q. Eso o convertirme en un friki. Hoy aún sigo sin saber qué voy a hacer pero no descarto descubrirlo pronto. La verdad es que no me veo disfrazado de Spok dando tumbos por ahí, ni pidiendo autógrafos a toreros cuando salen de Las Ventas, pero quién sabe, a lo mejor termino participando en concursos de imitadores de Lady Gaga. Oye, pues mira, no es mala idea. Voy a bajar al garaje a ver si tengo algo roto y mugriento de mi talla.

jueves, 3 de marzo de 2011

LA CALCULADORA


El otro día cogí la calculadora y me puse a hacer números. Generalmente la uso para llevar mi contabilidad, el IVA trimestral y lindezas de ese porte, pero en ese momento me dio por hacer otro tipo de cálculos más trascendentes.
Calculé que yo iba a vivir 82 años. Tecleé 82 x 365 y me salió la cifra 29930. Total, que mi vida iba a tener 29930 días, de los cuales ya había utilizado (45 x 365) 16425. Esta cifra se me quedó grabada, ...16425... 16425... Son muchos días, pensé, y sin embargo no tengo esa sensación. Lo grave del asunto es que había superado en más de 3000 días la mitad de mi vida. Quise calcular los días que habían merecido la pena pero no encontré los botones necesarios. ¿Y eso cómo se hace? ¿Quien conoce el baremo que determina la idoneidad de los días?
Esa tarde, frente a la calculadora, llovía a mares, hacía un frío gélido y el viento polar te taladraba el pecho. Era lunes laborable, un lunes laborable de un mes de enero como otro cualquiera. Pero no.
29930 días de mi vida menos 16425 que ya he vivido, hacen un total de 13505, pensé. SÓLO me quedan 13505 días.
Sí, ya sé que era lunes laborable, que llovía y que hacía un frío del demonio, pero cogí el móvil y llamé a mi mujer a la oficina, la fui a buscar y nos fuimos a cenar. Era mi día 16426 y no me apetecía desperdiciarlo porque SÓLO me quedaban 13504.

miércoles, 2 de marzo de 2011

LA LAVADORA

Hoy me ha dado por poner una lavadora. Detergente líquido en su dosificador y al bombo. He visto entonces que quedaba hueco y, ya que estaba, he buscado algo que meter. Fácil, mis All Star blancas nunca me fallan. Programa 4, el intensivo, el de 1 hora y 37 minutos con centrifugado extra a 1200 revoluciones. Le he dado al On y después me he sentado a mirar como daban vueltas mis zapatillas.
Parece una tontería pero engancha. Primero a la izquierda, luego a la derecha, luego un poquito de agua, la espuma y todo eso... Miraba embobado sin pestañear y con la mente atrapada por aquel baile de ropa. Y lo curioso es que no era el único.
Llevaba diez minutos enajenado cuando me he dado cuenta de que mi perra estaba sentada a mi lado, tan atenta como yo al devenir del proceso de aclarado. Por un momento nuestras miradas se han cruzado para decirnos que nos comprendíamos. Después, hemos seguido mirando la lavadora.
Ha sido 1 hora y 37 minutos de vacío total, un sistema de descompresión absoluto y que además está sin patentar. No había dormido bien y tenía el cuello pinzado. Pues nada, oye, que se me ha ido con el centrifugado. Kika y yo ya somos adictos. Estamos deseando que llegue mañana. Hace un rato, mientras yo rebuscaba en el trastero alguna excusa para lavar, ella ha venido con su manta de viaje en la boca y me ha mirado con cara de pena.
Sí, lo reconozco, hemos repetido.

martes, 1 de marzo de 2011

LA ZAPATERA DE BARCELONA

Tengo un amigo en Barcelona que está enamorado de su zapatera. Hay varias posibilidades: o amor platónico, o crisis de los cuarenta, o que el olor a pegamento de la zapatería le coloca cada vez que entra. Cuando hablo con él siempre me saca el tema. Tenías que verla, me dice. A fuerza de escucharle, yo ya me he hecho una imagen bastante definida de la situación. Dice que no es joven, pero tampoco me la imagino con canas. Lozana, adjetivo éste un poco trasnochado pero que me encaja. Desenvuelta y carnal. Allí sentada, con las piernas abiertas dando martillazos a un tafilete, con tres clavitos prietos entre los labios, acalorada y con escote brillante y generoso. La veo mirarme, saludarme y levantarse para hablar. No es muy alta pero sí compacta. Huele a pegamento y jabón. No está mal, pienso.
Una vez oí a José Luis Albite decir que lo mejor del sexo es lo que uno se imagina. Es tan gozoso imaginar. Y gratis. Dentro de poco iré a Barcelona y ya tengo preparado un par de sandalias horribles que hace años que no me pongo. Creo que necesitan hebillas nuevas.