No soy distinto a nadie, no soy más que nadie porque escriba libros. Yo escribo libros, bien, pero no sé arreglar un grifo cuando gotea y yo no le pido un autógrafo al fontanero cuando viene a mi casa a repararlo. Vivimos en un mundo absurdo y enfermo de vanidad.
por Rafael Caunedo © todos los derechos reservados. http://rafacaunedo.wixsite.com/escritor
viernes, 29 de abril de 2011
HELMUT
lunes, 25 de abril de 2011
LECCIÓN SIN DISCURSO
jueves, 14 de abril de 2011
MI MINUTO DE GLORIA
miércoles, 13 de abril de 2011
LA EMBAJADORA DE...
viernes, 8 de abril de 2011
EL FANTASMA
jueves, 7 de abril de 2011
LAS COSAS BIEN HECHAS
Escrito por Rafael Caunedo |
Jueves 07 de Abril de 2011 00:00 |
Me acabo de sentar en un banco del parque y no sé si aguantaré mucho porque es incomodísimo. Mi intención es leer un rato mientras mi perro olisquea el culo a sus semejantes, pero en vista de que mi espalda no encaja en ésta horma, me lo voy a replantear. Compruebo, por si acaso, que todo se debe a un problema de fabricación o simple deterioro. Nada, que no, lo mire por donde lo mire, el banco está nuevo, no parece que haya nada roto, ninguna madera suelta o tornillo flojo. Tampoco cojea. A lo mejor es que el que está mal hecho soy yo, o que me hago mayor, no sé. El caso es que mi espalda no logra acoplarse a la forma del respaldo. Las tablas se clavan en las vértebras, y las posaderas, lejos de relajarse, se encallecen. Ya está, no hay otra posibilidad, esto va a ser un problema de diseño, o dicho de otro modo, está mal pensado. Supongo que detrás de su proceso de fabricación hay un concienzudo trabajo de pensadores y gurús de la ergonomía, meses enteros dándole al cerebelo para dar con la clave en sesiones larguísimas de exámenes y ensayos. He de pensar que ellos mismos se habrán sentado en los modelos de prueba para confirmar las bondades o los defectos. A la vista está que no los han detectado porque, después de testados, puedo confirmar que los bancos de mi parque son una tortura. Y me da pena decirlo, porque no me suelo quejar, pero es que hay que ser muy torpe para fabricar un banco incómodo. Y claro, con el trasero hecho un cromo y la espalda necesitada de un buen masaje, a uno le da por pensar en la cantidad de cosas que están hechas sin pensar. Jahn Gehl es un arquitecto y urbanista danés, y dice que las ciudades se están construyendo sin pensar en las personas, o sea, mal. Si lo dice él, yo me lo creo, y si uno se repasa sus proyectos te entran ganas de llamarle para que se dé una vuelta por aquí. Yo tampoco quería pensar a lo grande, pero claro, uno puede vivir con una papelera mal diseñada, que ya me las arreglaré yo para tirar el papel en otro sitio, pero otra cosa es cambiar de ciudad o de tipo de vida de un día para otro por la falta de criterio de unos iluminados. Dicen que Copenhague es la ciudad mejor pensada para la felicidad de las personas porque prima los intereses de los niños sobre los del 4 x 4. Aquí, a veces, se intuyen buenas intenciones, generalmente con miras electorales, pero aunque son de agradecer, tienden a ser escasas. No es que quiera ver de pronto mi ciudad llena de zonas peatonales, con árboles en las azoteas y carril bici en cada calle, no, de verdad que no, pero si pensáramos un poco en el futuro, no construiríamos tan mal como lo estamos haciendo. Mal y feo, porque las edificaciones de hoy son sosas, aburridas, amazacotadas y…, no sé… ¿horribles? Ya no digo funcionalidad, que supongo la tienen, sino sentido común. He llegado a oír casos sangrantes en los que presupuestos millonarios sólo han servido para levantar bravuconadas de arquitectos estrellas que, por el bien de su cuenta bancaria, montan proyectos espectaculares sin pensar en el servicio al que van a ir destinados. No hay problema de dinero, les dicen, y claro, se dedican a poner chorradillas que lucen mucho pero que luego no valen más que para molestar, desviar la atención de lo importante o jorobar la accesibilidad. Nos ha dado ahora por elevar la altura de las ciudades. Una ciudad sin torres altas no es lo mismo. Hoy, para pintar algo en los negocios tienes que tener la oficina allá dónde es necesario hacer trasbordo de ascensores para llegar. Miles de tíos subiendo y bajando a diario en esas torres. Los llaman edificios inteligentes, y si te lo propones, puedes estar el día completo sin salir de ellos. Restaurantes, gimnasios, spa, guarderías… ¿Dónde trabajas? Yo, allá arriba, sólo que hoy no se puede ver porque hay nubes bajas. Y lo curioso es que son autosuficientes porque si lo que pretendes es salir a la calle para estirar las piernas, apenas tienes sitio que no esté ocupado por jardines que no se pueden pisar para no estropear las flores. Qué bonito queda éste tulipán debajo de esa mole de acero y cristal. Una pena. Y luego sales de trabajar y te vas a casa. Lo llaman zona residencial, que no es más que una fila de chalets todos iguales enfrentados a otra fila de chalets todos iguales y comunicados por jardincillos todos iguales. Está bien, me gusta, pero ¿qué haces cuando sales de casa? Ah, cojo el coche y me voy. No lo entiendo. Eso sí, veo bares y terrazas, como si la única alternativa de ocio fuera el tapeo. Que conste que me encanta, vale, como también me gusta ir a una sala de música pequeña y coqueta donde el ayuntamiento ofrezca regularmente conciertos de música de cámara como en otros países. Eso, por poner un ejemplo, pero podría seguir. Va a ser verdad eso de que construimos mal y sin sentido, un esfuerzo absurdo. A veces me gustaría que el mundo fuera perfecto, aunque tal vez la cosa funciona porque precisamente no lo sea. En fin, no sé, no tengo la espalda como para ponerme a filosofar. Este banco me está matando. |
miércoles, 6 de abril de 2011
LA MIRADA
En los conciertos del Auditorio, mi amigo C. y yo jugamos a descubrir parejas entre los miembros de la orquesta. En el descanso hacemos apuestas que después nunca pagamos. C. suele jugársela sin arriesgar. Su intuición la deja en manos de las sonrisas. Dice que una sonrisa entre dos personas es el auténtico gesto de complicidad. Yo, por mi parte, me baso en la mirada. Por lo general suelo detectar romances con sólo fijarme en los ojos. Antes de empezar el concierto, cuando los músicos entran en el escenario, mi amigo y yo nos fijamos en cómo salen. Si lo hacen por parejas o en grupos, hablando o en silencio. C. se fija en la risa, sí, y yo en los ojos. La mirada lo es todo. El otro día, por ejemplo, entre el público del Teatro Real que veía una ópera de Philip Glass, vi a una pareja muy acaramelada. Me fije un buen rato, y pensé, son amantes. En el descanso, cada uno sacó su móvil e hizo una llamada. Yo, siempre mal pensado, ya sabía la excusa que estaban poniendo en casa.