miércoles, 25 de mayo de 2011

EL ALEMÁN

La única vez que he tenido la mano escayolada fue cuando me la machacó un alemán. Subí al avión con resaca, lo reconozco, porque había estado celebrando la nueva exposición de un amigo. El estómago agradeció la llegada del almax y el cerebro hizo lo propio al sentir la cafeína. Ya estábamos en la pista de despegue cuando noté que el sueño me podía y me quedé dormido cuando ni siquiera teníamos la autorización. Así que todo parecía apuntar a un viaje "corto" y tranquilo. Estaba equivocado. Cuando el avión aceleró, algo me atenazó la mano y comenzó a apretarla. Parecía que tres alicates industriales estuvieran haciendo presión sobre un mismo punto. Me desperté pensando que el avión se había caído. A mi lado, un alemán tan grande como una retroexcavadora, miraba al frente con los ojos tan abiertos que pensé se le iban a salir. No gritaba, pero un siseo salía de su boca a la vez que varios perdigones se quedaban pegados en la bandeja de delante. Primero quise soltarme, luego comencé a patalear y por último me dio por gritar. Lo hice tan alto que hice desaparecer el ruido de los motores en pleno despegue. Todos me buscaban con la mirada, todos menos el alemán, que seguía con mi mano entre las suyas hasta que se apagó la lucecita del techo. Para entonces fue tarde, un huesecillo ya estaba fuera de su sitio. Las azafatas llegaron en comanda. No supe explicarles nada así que dejé hablar al alemán. Verá, lo siento mucho, es que tengo pánico a volar. Joder, pensé, pues uno va al psicólogo. Sonreí lo más educadamente posible pero por dentro me estaba cagando en su padre. La jefa de azafatas me pidió que le acompañara vista la hinchazón que estaba cobrando aquello. ¿Algún médico a bordo? Nada, ni un triste practicante, eso sólo pasa en las pelis. Me vendó ella como pudo. Para animarme, y que se olvidara el dolor, me preguntó si quería volar en cabina. Yo, resacoso perdido, no creí que fuera buena idea, pero acepté por complacer a aquella sonrisa. Uno que es así de bobo. El comandante y el piloto ya estaban al tanto de mi historia, y se notaba, porque no paraban de reír cuando entré. Me senté en una silla plegable. Fue chulo, la verdad, pero el sueño me podía. Me disculpé a los diez minutos y me levanté, pero con tanto ímpetu que me clavé un botoncito del techo en la cabeza. Comencé a sangrar como un cerdo. El resto del viaje lo pasé en business , tumbado, dormido a pierna suelta, y con una azafata encargada de mimarme. Esa fue la parte positiva. Al llegar a Berlín, me escayolaron la mano y me pusieron dos grapas en la cabeza.
Cuando la gente compra billetes pide ventanilla, pasillo, o asientos cerca de la puerta de emergencia. Yo, en cambio, siempre pido que comprueben que no tenga un alemán al lado. Lufthansa tuvo la gentileza de invitarme a un vuelo cuando quisiera. La verdad es que aún no lo he utilizado, no vaya a ser.

7 comentarios:

  1. Juassss,¡¡¡ Papá ven en tren ¡¡¡ (rezaba un anuncio del año la polca)
    Muy bueno.

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  2. "Vente palemania Pepe",rezaba aquello pero no sé yo si a tí te sienta demasiado bien.
    Intenta cambiarlo por billete a Amsterdam, a ver si cuela.

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  3. ..Poma... en el AVE se me rompió un empaste con un croisant...

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  4. ...y el caso, Anita, es que me mola Berlín... ¿seré masoca?...

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  5. Bueno, bueno Rafael, te pasa cada cosa!A mi me paso algo mucho peor: viajar de Madrid a Nueva York al lado de un obeso que desbordaba sobre mi asiento...por poco me muero asfixiada. No me rompió nada...pero no me pasaron a business!

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  6. ...Anne, la próxima vez grita más fuerte...

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  7. Jajajaja, como mola sonreir por la mañana. Gracias a tutiplén.

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